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Nuestra semana horribilis

El ataúd que contiene los restos mortales de la reina Isabel II en el Palacio de Westminster en Londres. EFE/EPA/Harland Quarrington/MINISTERIO DE DEFENSA BRITÁNICO
14 de septiembre de 2022 22:27 h

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“Aunque todavía tengamos mucho que soportar, volverán días mejores”

Isabel II

Vengo surfeando, sin tocarla, la ola de la monarquía británica que amenaza con anegarnos. Hasta aquí he llegado sin mencionar la cuestión. Hoy no va a quedar otro remedio. Estoy harta. La finada reina tuvo un annus horribilis, pero a muchos ciudadanos sin culpa alguna nos ha provocado una semana terrible que amenaza con no acabar ni con el funeral de estado. Cierto es que ha muerto una figura histórica que ha atravesado muchas décadas en la jefatura de un Estado extranjero. También murió estos días Gorbachov y nadie nos ha dado una turra de cientos de horas sobre él y eso que Gorbachov hizo cosas mientras que de Isabel II, por su papel de monarca parlamentaria, no puede decirse que fuera la actora activa de ninguna política que no estuviera previamente marcada por el gobierno británico. 

¿A qué pues este coñazo? ¿De verdad los españoles somos masivamente monárquicos de los Windsor? ¿Tiene que importarme lo que haga el nuevo rey de otro país con sus empleados domésticos? ¿Es un borde el nuevo Carlos III? Pues es muy probable pero, la verdad, a mí me importa un bledo. Esta locura que arrasa los medios españoles no es sino una demostración más del fenómeno extensivo e intensivo de cualquier acontecimiento que sea susceptible de incrementar las audiencias. Lo de Isabel II “funciona,” y como “funciona”, nadie quiere que se le escape el efecto benéfico sobre los resultados de los audímetros, los EGM o los clicks. Es el mismo fenómeno del volcán de La Palma, de los incendios del verano, de la pandemia, del procés, de la guerra de Ucrania, de la salida de Afganistán y de tantos temas exprimidos hasta el agotamiento recíproco, es decir, el agotamiento del propio tema muerto por consunción y de las audiencias, muertas de agotamiento al soportarlo.

Este machaque permanente -por papel, digital, imagen y sonido- para mí que algo tiene que ver con esa defección que muchos ciudadanos afirman sentir hacia la información y los medios de comunicación. Dicen estar hartos de malas noticias, estresarse con ellas y preferir vivir en la ignorancia que ver su ánimo caer ante la avalancha de desastres con los que se les bombardea. Yo no pongo en duda sus afirmaciones, mas tengo que añadir a la reflexión que las noticias siempre han sido malas noticias y que no parecían producir el mismo efecto que producen ahora. Good news, no news. En la Facultad estudiamos el caso de un diario norteamericano nacido con el sano afán de no publicar sino buenas nuevas. Quebró en meses. 

Si las noticias siempre fueron malas noticias -porque lo que funciona como está previsto no es noticia- ¿a qué este malestar social que se produce ahora? Mi particular teoría es que la espectacularización de la información y la necesidad de buscar resultados en un mercado cada vez más competitivo han llevado a añadir al impacto de la negatividad intrínseca de las noticias, el de la profusión y la intensidad con que los públicos son bombardeados por ellas. Que a lo mejor uno puede soportar un crimen, un filibusterismo, una catástrofe natural y una mala nueva económica en un minutado razonable, pero que a lo peor la inmersión forzada en cada una de esas noticias durante horas y horas nos acaba rompiendo las meninges y la paciencia. 

Los temas informativos, ya lo he dicho, mueren ahora por agotamiento, son exprimidos hasta que no queda nada por sacar y luego desaparecen misteriosamente de nuestras vidas como si nunca hubieran existido. Eso produce, además de una percepción continua de vivir al borde del abismo -todo es tan trágico o tan relevante que no puede salvarse con menos de horas y horas de transmisión-, una sensación de fragmentación de la realidad que nunca termina de completarse en nuestro cerebro, que no obtiene después un seguimiento lógico del desarrollo que todo acontecimiento tiene, a veces para mejor. ¿Cómo van los de La Palma? ¿y los que se quedaron en Afganistán? ¿el virus sigue provocando casos graves? Ahora no toca eso, ahora tocan los Windsor le interesen a usted o no. 

Seguro que como yo hay una pléyade de ciudadanos a los que se les da una higa el protocolo de la casa real británica, que no han visto la serie esa The Crown ni la van a ver y que encontraron ya en su día desmedido el culto a una princesa extranjera, bastante ñoña, y a la que convirtieron en un icono sin que realmente hubiera hecho nada demasiado apreciable para ello. 

Eso, por no entrar en la insoportable levedad de si el rey emérito puede o no puede ir a un acto fúnebre al que ha sido invitado como familiar. No existe una pena de destierro y, sobre todo, no existen penas en un Estado de Derecho que sean impuestas sin que antes haya habido un juicio justo. Así que preguntémonos cómo nos despistan con que si un ciudadano español tiene libertad de movimientos si no ha sido juzgado por nada y preguntémonos mejor cómo se ha orquestado toda una jugada para exonerarle sin que sus asuntos hayan pasado por ningún juez. Que vaya a donde le dé la real gana. Aquí la cuestión es que todavía no ha habido un juez español que diga nada sobre los delitos que la Fiscalía reconoce que cometió y que afirma que están prescritos. No lo ha habido porque se ha evitado que la cuestión llegue a los tribunales. Esa es la madre del cordero y no si va o si viene o si se sienta en un lado o en otro. Esa cuestión no la ha criticado nadie en los partidos mayoritarios. Todos a una.

Así que, a ver si llega el lunes y le dan al fin cristiana sepultura a los restos mortales de esa pobre mujer que llevan paseando de aquí para allá durante días y días. La muerte está siendo todo menos descanso eterno para la soberana británica. A ver si llega el lunes y nos enzarzamos con lo que toque en la cuestión del emérito, que si está adelante o atrás o si ha cruzado una mirada con su hijo o si la ha lanzado para atravesar a su nuera. Aclaremos tan sesudas cuestiones y paremos ya. 

A ver si llega el lunes y terminamos de una vez y los de la serie de marras pueden volver a rodar en Barcelona o donde toque de nuevo, que no entiendo muy bien que le den cera a la señora reina y a los enredos de su familia cuando está viva y puede enterarse y paren de trabajar “por respeto” cuando definitivamente a ella ya le da igual lo que filmas. Otra historia incomprensible más. Como lo es la pompa y la circunstancia. Como la propia monarquía, eso sí británica, que tanto parece que apasiona. 

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