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El síndrome del 7 de enero

Operativo de limpieza tras la Cabalgata de Reyes Magos en Las Palmas de Gran Canaria
6 de enero de 2024 22:16 h

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Un 7 de enero, el de 2020, las autoridades chinas aislaron un nuevo tipo de coronavirus, el SARS-CoV-2. Fue el 7 de enero más 7 de enero de la historia, el verdadero fin de la fiesta y el comienzo de una pesadilla global, aunque ese día no prestamos suficiente atención y ni el más prestigioso de los futurólogos presagió lo que estaba por venir. La vida, para algunos más que para otros, se iba a cubrir de un velo de tristeza, soledad y orfandad. Ni a los que la tragedia solo rozó salieron indemnes o mejores, porque nadie aprende de la pena ajena y, casi nadie, de la propia. Cometimos errores de juicio, aunque algunos siempre, y también en esta ocasión, se atribuyan ahora una lucidez retrospectiva. Ni habiendo vivido esto sabemos que lo que no se quiere ver, o a lo que se quita importancia, puede tenerla, y muchísima. Al principio no haces nada porque no es nada, y después ya no puedes hacer nada porque ya no tiene remedio. No somos capaces de descifrar qué nos hará daño en el futuro ni cuánto daño nos hará.

Cinco años antes de que se identificara al coronavirus que nos cambió la vida, un 7 de enero de 2015, los hermanos Chérif y Saïd Kouachi, dos yihadistas de la rama yemení de Al Qaeda, irrumpieron en la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo y asesinaron a 12 personas, hiriendo a otras 11. La ilustradora Catherine Maurisse llegó ese día tarde a trabajar. Se había quedado dormida después de una noche de tristeza y desvelo por la ruptura con su amante de entonces. Aquel día salvó la vida por no ser feliz, y el hecho la marcó tanto que pasó cinco meses sin dibujar ni escribir. Transcurrido ese tiempo, se refugió en la Villa Médici, sede de la Academia de Francia en Roma, con su amigo el periodista Philippe Lançon, uno de los heridos y supervivientes de la masacre y autor del libro Le lambeau (El colgajo). Meurisse aprovechó para dibujar y escribir La légèreté (La levedad, Impedimenta). En esta novela gráfica, Maurisse habla del síndrome del 7 de enero, ese síndrome del superviviente que te impide vivir porque ha metido plomo en tus alas.

Philippe Lançon prologó el cómic de su amiga y propuso combatir el síndrome del 7 de enero con el de Stendhal, esa perturbación cercana al desmayo que nos produce la belleza en estado puro. Escribe: “El 7 de enero de 2015, la relación con lo que amamos más íntimamente, junto con el placer y el amor, lo que amamos físicamente y, creo, de manera natural, en una soledad compartida —dicho de otro modo, la literatura y el arte—, quedó salvajemente desestabilizada. Una nueva forma de aritmética, como ironizaba Henry James. En nuestro caso fue a la inversa: la nueva forma de aritmética fúnebre inspira una duda imprecisa no exactamente sobre nosotros mismos, o no totalmente, pero sí sobre lo que son nuestros impulsos, nuestra despreocupación, nuestro mirar la belleza, nuestra vida. Al cabo de diez meses la encontramos en la Villa Médici, en Roma. Frente a las estatuas y los jardines, pudimos recurrir al síndrome de Stendhal para anular el del 7 de enero”.

Hoy también es 7 de enero. No sabemos aún las consecuencias de lo que hemos aceptado o hemos evitado. El año se extiende ante nosotros como una posibilidad y también como una leve amenaza. No sabremos leer las verdaderas señales del futuro. Solo quedará ayudar y, en última instancia, no contribuir al daño, no estorbar, cuando el daño llegue. Y combatir el síndrome del 7 de enero con la belleza, con la vida. Con la capacidad de soportar el peso que alguna vez tendrá la levedad con la que pasamos por la vida. 

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