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Tener y no tener

Felipe de Borbón apoya a las empresas españolas en Brasil a través de videomensaje, después de no haber podido viajar por una avería en su avión. / Efe

Maruja Torres

Tenemos un anuncio internacional de la Marca España en el que un heredero no puede volar porque se le escacharra el viejo avión que Aznar mandó comprar a mayor precio que uno nuevo. Tenemos otro anuncio con Marco y la abeja Maya triscando otra vez en nuestras vidas, ahora con la intención de que los abajo apoquinantes habituales nos hagamos un plan de pensiones que nos ayude a tolerar el futuro que se nos pulieron los sospechosos de siempre. Tenemos la cínica posibilidad de que nuestros hijos le regalen a su maestra una silla muy cómoda, en la que se quede dormida, facilitándoles así la heroica tarea de copiar impunemente en los exámenes. Tenemos que cultivar –y a ello se nos excita publicitariamente durante todo el año– deseos grandes como yates y jets y fiestorras, a cambio de soñar eternamente loterías.

Tenemos el proyecto descabalgado de una gigantesca Ciudad de la Justicia que languidece en un páramo a causa de la crisis económica, parece ser, pero también muy de acuerdo con el despojamiento de justicia del que somos testigos a diario, con esas sentencias desorgasmadas que condenan al corrupto, si es que se llega hasta ahí, por cositas y no por cosazas, mientras arrojan sobre la gente normal losas y losas. Tenemos una Fiscalía pomposamente denominada Anticorrupción, y que permite a los presuntos implicados de altos vuelos –más que el principesco avión– declarar desde cómodos despachos, lejos del indignado bramido de la plebe.

Tenemos grandiosos complejos destinados a albergar libros por cientos de miles, y acontecimientos artísticos y científicos por todo lo alto. Pero tenemos también la vida cultural más amenazada de Europa, la más despojada, sometida al capricho de un hatajo de señoritos que administran lo público como si se tratara de su patrimonio. Tenemos rimbombantes Premios Internacionales Príncipe de Asturias que concedemos a los mejores de las disciplinas humanitarias que hemos dejado de alentar, y tenemos también una ley de Educación en la que el derecho a aprender a pensar, a discurrir y reflexionar, es decir, la filosofía, será una asignatura optativa, reemplazable por la enseñanza de eso que entra a golpes de fe ciega y de memorizar latiguillos, ese lavado de cerebro llamado religión.

Tenemos delante de las narices, y en todas partes, malos ejemplos e incitaciones a la picaresca y el truhaneo.

Es decir, que después de tanto conjugar el verbo tener llego a la conclusión de que no tenemos nada, o algo peor, de que lo que tenemos es un estercolero.

Un momento. Sí, tenemos. Tenemos la facultad de barrer. De empezar de nuevo. Tal es nuestra responsabilidad y nuestra esperanza.

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