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Votar futuro

Niños mirando un cartel del dictador Francisco Franco, durante la Guerra Civil.

Elia Barceló

11 de julio de 2023 02:03 h

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Cuando yo vine al mundo, solo hacía dieciocho años de que el General Franco se había instalado como dictador en nuestro país y, con él, toda una cohorte de asesinos, fascistas, simpatizantes nazis y toda clase de turiferarios de medio pelo.

Yo recuerdo lo que es vivir en un país ridículo, gesticulante, gris, dominado por la Iglesia, donde todo estaba prohibido. Yo recuerdo que las mujeres no podían tener una cuenta bancaria a su nombre, que necesitaban el permiso del marido para firmar un contrato de trabajo, que las esposas adúlteras, con dos testimonios de segunda mano -por ejemplo, de vecinos que hablaran en su contra como “testigos” no presenciales- podían acabar en la cárcel, que los abortos eran clandestinos y costaban vidas, que la píldora era casi imposible de conseguir. Yo recuerdo que las personas homosexuales o cuya sexualidad no fuera la aceptada por la Santa Madre Iglesia Católica y Apostólica caían bajo la Ley de vagos y maleantes y podían ser encarcelados, por no hablar de todo tipo de vejaciones, humillaciones y malos tratos. Recuerdo que las películas que se exhibían en los cines eran juzgadas y valoradas por un tribunal eclesiástico y se prohibían por cualquier detalle que a alguien no le hubiese gustado, que los besos se recortaban, que en las playas no se podía llevar bikini, mucho menos quitarse el sujetador , y que, por supuesto, no había playas nudistas. Que los chicos tenían que hacer el servicio militar obligatorio (a los objetores y a los insumisos se les encarcelaba) y las chicas el servicio social, sin el cual no podías sacar el carné de conducir ni el pasaporte, a menos que estuvieras casada. Que había censura de revistas, libros, espectáculos teatrales, conferencias, artículos, prensa en general.

Recuerdo una España negra, gris, sin color ni diversidad, donde todo estaba mal, salvo el patrioterismo del Cara al Sol y el Himno nacional donde nos aseguraban que no había nada que temer porque la Virgen María era nuestra protectora y nuestra defensora. Una España de santos, mártires y héroes que nos narraban en las escuelas falseando la verdad histórica. Una España donde había ciudadanos de primera -los vencedores de la Gloriosa Cruzada que detentaban el poder conseguido por las armas- y ciudadanos de segunda -los “rojos”, los que habían representado la legalidad democrática de un gobierno elegido en las urnas- y cuyos cadáveres habían ido quedando por las cunetas y fosas comunes después de los paredones y los paseos a la tapia de los cementerios, sin que esos “cristianos” de pro les hubieran concedido siquiera una sepultura digna.

Todo esto no me lo han contado. Lo he vivido yo misma. Igual que he vivido el largo camino en la evolución de mi país desde un gobierno cruel y arbitrario, despreciado en el concierto internacional de naciones, hasta un país moderno, democrático y civilizado sin censura, con libertad de culto, donde hombres y mujeres son iguales ante la ley, donde la orientación sexual es asunto de cada cual y puede ser vivida con plenitud y sin miedo. Y ahora que hemos llegado, después de tantos esfuerzos, a un momento de nuestra historia en el que, por fin, tenemos una cifra de inflación que hace unos años nos hubiese parecido utópica, que hay más empleo que nunca, que la equidad entre hombres y mujeres es ley, que las personas LGTBIQ+ pueden empezar a respirar tranquilas, y las mujeres que sufren violencia de género están más protegidas que nunca o, al menos, tienen donde acudir a pedir ayuda, y hay libertad de pensamiento y expresión, ahora que hemos alcanzado todo esto, resulta que un sector de este país quiere convencer a los ciudadanos y ciudadanas de que lo que nos conviene realmente es la involución, volver al pasado, al machismo, a la censura, a recortar los besos en el cine, a volver a la caza y a las corridas de toros, a las palizas a la parienta cuando se desmanda, a fomentar la brutalidad de la policía y del ejército, a odiar a todos los que no son “como nosotros” y actuar en consecuencia, siguiendo la vieja consigna de José Antonio, aquello de “la dialéctica de los puños y las pistolas”. Ahora resulta que, como ya han proclamado en mi región, la Comunidad Valenciana, hay que conservar nuestras “señas de identidad”. ¿Recuerdan un antiguo anuncio de televisión en el que una voz masculina más bien bronca decía aquello de que “el toro, toro; la mujer, mujer, y el coñá, coñá”? Pues eso.

Sé que escribir todo esto precisamente en este diario, para ustedes que leen estas líneas, quizá no sea necesario porque estoy segura de que comparten mi opinión, de que tampoco quieren volver a la “España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María”, que decía el gran Antonio Machado. Pero es importante que, si de verdad no quieren arriesgarse a que esto vuelva, que vayan a votar el 23 de julio, porque nos jugamos mucho, muchísimo: nuestra libertad, nuestra democracia, nuestra imagen en el mundo y nuestra autoestima como personas y como pueblo. Voten futuro, por favor. El pasado ya lo vivimos -al menos algunos de nosotros- y estábamos deseando dejarlo atrás porque puedo asegurarles, a quienes no lo hayan vivido, que vivir con miedo y sin horizontes, en una sociedad donde las decisiones se toman arbitrariamente, no es nada saludable. Voten por un futuro de diálogo, de respeto, de libertad. Por un futuro donde la cultura no caiga en manos de los que no han oído hablar nunca de ella, de los que piensan que el fúmbol, los toros y la caza son sanos entretenimientos para la población -masculina, claro, con las mujeres no cuentan-, de los que no han leído un libro en su vida, pero se creen con capacidad de manipular la obra de Lope de Vega o prohibir la de Virginia Woolf, los que si se hubiesen leído la Biblia -que tampoco- se habrían dado cuenta de que hay muchos más pasajes sexuales -y no me refiero a insinuaciones- que en las películas que quieren prohibir. ¿O a nadie le suena en estos partidos “decentes” lo que hicieron las hijas de Lot con su propio padre, o lo que hizo Judá con Tamar?

¿Queremos volver a un país donde las mujeres no pueden disponer de su propio cuerpo y decidir su futuro en temas de reproducción; donde las personas homosexuales tienen miedo de salir a la calle y mostrarse abiertamente como son y como sienten, donde las personas de otros países u otro color de piel o de otra religión son ciudadanos de segunda categoría? ¿Queremos volver a caer en manos de talibanes, de gente que hace del odio su bandera, de la calumnia su arma preferente? ¿Queremos volver a una sociedad donde los machos -café, puro y burdel- pasean su orgullo de orangután y presumen de no hablar idiomas extranjeros y de querer cerrar fronteras porque “como en España en ningún lado”? ¿Queremos un país sin diversidad lingüística, sin debate cultural? ¿Queremos un país de negacionistas del cambio climático, de gente que desprecia la ciencia, porque no la entiende, que piensa que la cultura es vodevil y reguetón, y el arte un óleo de gatitos en una cesta de mimbre?

Dirán ustedes que exagero, que ya no corremos peligro de retroceder hasta ese punto, pero si repasan las noticias de los últimos días, verán que ya hemos empezado en muchos ayuntamientos y gobiernos autonómicos. La censura empieza a asomar su horrible cabeza y, detrás de ella, se vislumbra ya la autocensura, el miedo a perder el puesto de trabajo o la posición alcanzada, el temor al castigo por haber dicho o escrito lo que sabe uno que no le va a gustar al concejal, a la alcaldesa, a cualquiera que esté en posición de decidir qué se publica y qué no. Ese es el principio.

Vayan a votar, por favor, por muy mal que les venga ese día. Si votamos futuro, habrá más días luminosos para disfrutar de las vacaciones. Si faltan votos para construir ese futuro que la mayor parte de nosotras y nosotros deseamos, retrocederemos cincuenta años y -los que tienen mi edad lo saben porque lo han vivido- volver a conquistar ese terreno perdido llevará mucho tiempo y mucho sufrimiento. Háganse un favor, hágannos un favor a todos: vayan a votar por nuestro futuro común, no le dan cancha a quienes quieren hundirnos en su lodo. Cada voto cuenta. Cada voto.

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