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Caridad institucional y laica

Carmen Zorita

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Caigo muchas veces en la trampa de compartir noticias sobre ayudas institucionales a las personas “más vulnerables de la sociedad” considerándolas como positivas y, si bien producen una compensación inmediata a esas personas, no resuelven el problema de fondo. Hoy me he parado a pensar en esa sociedad que hemos construido en la que se ha creado la necesidad de dar bonos, ayudas y subvenciones para poder comer, para poder pagar el alquiler, para poder pagar los recibos de la luz, para poder estudiar, para poder crear, para…sobrevivir.

Una vez más las compensaciones inmediatas adquieren la categoría de valor. Es la consecuencia de una labor incesante de acoso y derribo por parte de los “poderes fácticos” (que artificial y presuntuosa y ambigua me parece esa expresión) en su labor de alienación y adormecimiento hacia las personas que formamos la sociedad. Han conseguido que consideremos lógicas y razonables y que incluso exijamos esas formas de gestionar nuestros recursos cuando nuestra exigencia debería de orientarse a recuperar esos derechos fundamentales que nos pertenecen: la comida, la educación, la vivienda, la cultura…

¿Qué está pasando? ¿No chirría? ¿No será que este sistema está organizado y estructurado sólo para unos pocos? Se ha originado una especie de “caridad institucional y laica” que cada vez controla y limita más a las personas haciendo que nos resignemos ante esta situación y que nos “sintamos agradecidos” a las instituciones cuando recibimos estas ayudas. Y mientras tanto nos van devorando. Hay como un proceso de infantilización, de creación de dependencias cuando el proceso, si de verdad se nos respetara, debería de ser de generar libertad y autonomía.

Los problemas son estructurales y no se pueden resolver parcheándolos. Atacando a los síntomas no se curan/resuelven las enfermedades/problemas.

Siempre recae en los individuos, en las personas la responsabilidad y la obligación de superar los problemas, de reparar los daños, cuando es el capitalismo con su sistema empresarial, sus multinacionales y sus bancos el que genera estos problemas manejando los hilos y haciéndose cada vez más grandes y, paradójicamente, más intangibles y a los que, por tanto, resulta difícil atrapar. Les hemos dado tal poder que los hemos convertido en intocables.

¿Hasta cuándo? ¿Qué podemos hacer? Es una labor de concienciación, de reflexión. Trabajo arduo pero que hemos de abordar “…golpe a golpe, verso a verso...”.

Mientras tanto vayamos “…vayamos haciendo camino al andar…” compartiendo besos ternura y derroche de amor para todas.

Por una sociedad justa, solidaria y amorosa.

Caigo muchas veces en la trampa de compartir noticias sobre ayudas institucionales a las personas “más vulnerables de la sociedad” considerándolas como positivas y, si bien producen una compensación inmediata a esas personas, no resuelven el problema de fondo. Hoy me he parado a pensar en esa sociedad que hemos construido en la que se ha creado la necesidad de dar bonos, ayudas y subvenciones para poder comer, para poder pagar el alquiler, para poder pagar los recibos de la luz, para poder estudiar, para poder crear, para…sobrevivir.

Una vez más las compensaciones inmediatas adquieren la categoría de valor. Es la consecuencia de una labor incesante de acoso y derribo por parte de los “poderes fácticos” (que artificial y presuntuosa y ambigua me parece esa expresión) en su labor de alienación y adormecimiento hacia las personas que formamos la sociedad. Han conseguido que consideremos lógicas y razonables y que incluso exijamos esas formas de gestionar nuestros recursos cuando nuestra exigencia debería de orientarse a recuperar esos derechos fundamentales que nos pertenecen: la comida, la educación, la vivienda, la cultura…