Alberto Núñez Feijóo ha decidido abrir un insólito debate geográfico: sostiene que Galicia tiene más kilómetros de costa que Andalucía y, de paso, acusa a los andaluces de no saber contar. Un desliz, quizá, si no fuera porque lo pronunció con la solemnidad de quien cree estar impartiendo cátedra. Y así, entre mapas imaginarios y datos torcidos, acabó insultando a toda una comunidad con la misma naturalidad con que otros confunden el norte con el sentido común. El episodio podría haberse quedado en una simple anécdota si no fuera por el intento de rectificación. Acorralado por la evidencia y por la reacción unánime de los andaluces, que sí saben contar, y muy bien, Feijóo explicó que todo había sido una broma. Una broma. Dicha con el gesto imperturbable y un rictus, de quien parece estar leyendo un parte meteorológico. Después añadió, como colofón, que los andaluces no tenemos sentido del humor. Resulta curioso el empeño de ciertos dirigentes en transformar cada metedura de pata en una lección de superioridad moral. Lo de menos es la costa —que los datos oficiales sitúan a Andalucía muy por delante—; lo preocupante es la facilidad con la que se recurre al paternalismo para encubrir la torpeza. Porque cuando un político insulta y luego se excusa diciendo que era “una broma”, en realidad está diciendo que el problema no es lo que dijo, sino que los demás no supimos reírnos. No hay mayor símbolo de arrogancia que utilizar el humor como coartada para la falta de respeto. Y puede que ahí radique la diferencia esencial entre Feijóo y Andalucía: él confunde el ingenio con la condescendencia; nosotros sabemos reírnos… incluso de él, aunque no le haga gracia.