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Albert Rivera se enfrenta al dilema de cómo conjugar ser alternativa al PP y a la vez su “socio”

Alber Rivera con dirigentes de su Comité Ejecutivo y el nuevo logo de Ciudadanos

Carmen Moraga

Albert Rivera quiere quitarse de encima la imagen que le ha perseguido desde que dio el salto a la política nacional de que Ciudadanos es “la marca blanca del PP”. Su intención es ser alternativa a “los conservadores y a los socialistas” y prepararse para gobernar en 2019 con un partido al que acaba de dar un lavado de cara ideológico, y con su liderazgo, que sigue siendo indiscutido e indiscutible, reforzado. 

Con este objetivo, Ciudadanos ha abandonado en su IV Asamblea General la etiqueta “sociademócrata” -inédita, por otra parte, para la gran mayoría de sus votantes- y se ha definido como un partido “liberal progresista” dispuesto a ocupar el centro político. “Hay gente que quiere que el partido no se defina como progresista y hay gente que quiere que seamos socialistas, como el PSOE. Pero el centro político no es socialista ni conservador, es de centro y liberal progresista”, sentenció en el cónclave celebrado el pasado fin de semana en Coslada (Madrid). 

El dilema que se le presenta ahora a Rivera es cómo conjugar ese deseo de convertirse en alternativa real al PP y a la vez que no se les siga viendo como la 'muleta' del Gobierno de Mariano Rajoy, con el que ha cerrado un pacto de investidura con 150 medidas, algunas de las cuales ya ha constatado que le va a costar mucho que se cumplan.

Un debate ideológico abierto hace tiempo

El partido llevaba tiempo debatiendo sobre qué línea ideológica era la más adecuada para seguir creciendo dado que Ciudadanos parecía estar en “tierra de nadie”.

En las elecciones del 26J a Rivera su pacto con el socialista Pedro Sánchez le pasó factura. Ciudadanos bajó de los 40 diputados que había logrado en el Congreso el 20D de 2015 -todo un éxito teniendo en cuenta que partía de cero-, a 32 escaños. El líder de la formación echó la culpa a la “injusta ley electoral” de la pérdida de esos ocho escaños y se comprometió a analizar los errores cometidos y las causas por las que no habían logrado “movilizar a los ciudadanos”.

Algunos de los dirigentes del partido reconocieron entonces que ese pacto con el PSOE no funcionó. Como tampoco la excesiva agresividad que Rivera empleó en la campaña contra Mariano Rajoy y el PP por la corrupción galopante en su partido, un asunto que parece no hacer mella entre el fiel electoral conservador.

Las llamadas de Rajoy en la recta final de la campaña apelando al voto “útil”, dirigiéndose directamente a los votantes de Ciudadanos, dio sus frutos. De tal suerte que ni los votantes desencantados con la izquierda ni los indecisos del PP se decantaron finalmente  por el partido de Albert Rivera, que acusó el golpe con tristeza y desilusión. 

Después llegó el fracaso en las elecciones gallegas y vascas, donde Ciudadanos no consiguió representación. Algunos dirigentes regionales vieron en esos resultados un claro castigo al hiperliderazgo de Rivera, que impuso su presencia - y su programa- eclipsando a los propios candidatos autonómicos.

Una de las consecuencias de todo eso ha sido -dicen- la decisión de quitar de la sede de la madrileña calle de Alcalá las gigantescas fotografías de Rivera y de que el propio presidente de Ciudadanos haya anunciado que quiere “repartir más juego” entre los dirigentes de su nuevo equipo de fieles, que ha ampliado de 23 a 37 miembros.

En ese cónclave Rivera también se ha asegurado el control del Consejo General -máximo órgano del partido entre congresos y supervisor de la gestión de la Ejecutiva- , que está ahora dominado enteramente por miembros de su candidatura 'España Ciudadana'.

Pero pese a la imagen de unidad que se han esforzado en transmitir en la reciente Asamblea General, en la que Rivera además ha logrado imponer sin apenas resistencia su criterio, en la formación naranja persiste el temor de ser fagocitados por el PP. 

Máxime si en el Congreso de los Diputados no demuestran con nitidez que Ciudadanos es un partido de la oposición y no el “socio preferente” con el que Rajoy juega a su antojo. Porque los ninguneos se siguen produciendo frente al PSOE. El último ejemplo, el acuerdo para repartirse los puestos del Tribunal Constitucional entre los dos partidos mayoritarios.

Primer posible reto: Cataluña

Uno de los primeros retos, si hay adelanto electoral, va a estar en Cataluña, cuna del partido de Rivera y donde acuñaron el socialismo democrático que ahora han abandonado. Allí, el partido que hace aguas es precisamente el PSC, un caladero en el que los de Rivera podría pescar. Tras ese giro, el sector crítico, que perdió en el congreso  la batalla, duda de que ya puedan hacerlo.

Otra de las cosas algunos dudan es que vaya a funcionar la estrategia del líder de designar a la portavoz en el Parlament, Inés Arrimadas, portavoz del Comité Ejecutivo para que tenga un altavoz a nivel nacional con el fin de dejar clara su postura en contra del independentismo y la defensa de la unidad nacional.

No obstante, lo que si es cierto es que de la reciente Asamblea General han sido mayoritarias las voces que han cerrado filas sin fisuras con Rivera. El triunfo de los 'oficialistas' ha sido rotundo e indiscutible.

“Hemos salido reforzados y con las ideas muy claras”. “Queremos ganar al PP, arriconándoles en su espacio.  El nuestro lo tenemos claro, el centro político que es en donde queremos crecer”. “Lo único que hemos hecho ha sido eliminar expresiones o referencias ideologías que no nos definían”, afirma a eldiario.es uno de los nuevos integrantes de la Ejecutiva de Rivera.

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