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Análisis - Sánchez, ¿acicate o lastre para Illa? Por Neus Tomàs

Aina Vidal y 166 diputados más

Fin a ocho meses de paréntesis de la política española desde las elecciones de abril. Un tiempo en que la política dio vueltas sobre sí misma ante la perplejidad de los ciudadanos. Se acabó un debate de investidura que en algunos momentos estuvo dominado por los insultos y el juego sucio hasta el punto de que un diputado –Tomás Guitarte, de Teruel Existe– acabó con escolta policial. La nueva normalidad democrática.

Cuando Meritxell Batet leyó el resultado que aseguraba la reelección de Pedro Sánchez, se escuchó en el hemiciclo un rugido de alegría y rabia entre los diputados de izquierda. “Las cosas así de difíciles saben mejor”, le dijo después un diputado socialista a otro al salir. Dos votos de diferencia y la presión de la derecha para provocar deserciones en el PSOE causaban en ellos la misma sensación de un partido ganado en el último minuto. Esas victorias generan más euforia, risas y lágrimas, pero al día siguiente hay que levantarse otra vez para ir a trabajar.

Montserrat Bassa, diputada de Esquerra, se ocupó de enfriar los ánimos antes de que se votara. “Me importa un comino la gobernabilidad”, dijo en su intervención en nombre de ERC. Fue un gran regalo para los diputados del PP que se pusieron en marcha como un resorte para reírse y señalar a los socialistas. “¿Veis? ¿Veis?”, gritaban algunos.

Por una vez, el toque hooligan de la bancada del PP era fácil de entender. Se había escuchado la constatación de que ha nacido un Gobierno sin mayoría absoluta cuya esperanza de vida es un enigma. Cuando se empezó a hablar de un Gobierno de coalición con PSOE y Unidas Podemos, hubo muchas discusiones sobre cómo sería la relación entre ambos partidos. Ahora resulta que quizá todo dependa también de las relaciones (bastante traumáticas) entre ERC y JxCat.

La conexión política Madrid-Barcelona es ahora una línea eléctrica en que las caídas y subidas de tensión son constantes. Los aparatos conectados a ella sufren un riesgo constante de quedar achicharrados.

Lo que sí está clara es la estrategia de la derecha para esta legislatura. Cambian las palabras, pero la retórica empleada por Pablo Casado, Santiago Abascal e Inés Arrimadas fue similar y el mensaje, el mismo. “Quiere presidir un Gobierno ilegítimo”, dijo el líder de Vox. “Señor Sánchez, a usted no le votó ni un solo español para hacer lo que ahora está haciendo aquí”, señaló Arrimadas (parece que ella tiene la capacidad de leer la mente de 6,8 millones de votantes del PSOE). “Lo que hoy se somete a votación no es el Gobierno que eligieron los españoles en las urnas, sino exactamente el contrario”, afirmó Casado, según el cual Sánchez se comprometió “a no depender de la ultraizquierda, los separatistas y los batasunos”. Casado también está seguro de lo que votaron los españoles. Da la impresión de que no es consciente de que él perdió las elecciones.

Máxima violencia verbal

No hay una mayoría alternativa que pueda desbancar al nuevo Gobierno de Sánchez en una moción de censura, así que la estrategia pasa por deslegitimarlo desde el primer día. Es lo que intentó hacer el PP tras la moción de censura sin mucho éxito. Ahora tiene más aliados.

“No les compensa seguir en el berrinche”, les dijo Sánchez en el discurso. No es lo que ellos creen. Lo que se ha visto en este debate de investidura es que el PP ha apostado de forma irreversible por aplicar la máxima violencia verbal a los partidos que apoyan al Gobierno. Su odio a Sánchez ya supera al que profesaban a Zapatero y Rubalcaba, y eso que ese alcanzó niveles muy altos.

En este contexto de máxima polarización en una Cámara más o menos partida por la mitad, la frase más ocurrente fue una de Arrimadas: “Ahora más que nunca necesitamos el centro”. Lo dijo desde la derecha, donde continúa disputando los votos con PP y Vox, ahora en una posición de gran debilidad.

Casado dijo que esta investidura “ha puesto nuestro futuro” en manos de los enemigos tradicionales de la democracia española, “los terroristas y los golpistas”. Cuando llegas a un nivel de retórica guerracivilista tan alto –con el débil argumento de que quienes supuestamente controlan el Gobierno son partidos que ni siquiera han votado a favor de él–, es muy difícil bajarse de ese púlpito.

El espacio de la derecha más intransigente y menos moderada está ahora totalmente abarrotado. Será mejor que Núñez Feijóo y Moreno Bonilla aumenten su consumo de paracetamol. O mejor que se busquen algo más potente.

En la tarde del martes, se supo que la investidura a la carrera celebrada en fin de semana con los diputados cogiendo trenes y aviones tras la segunda sesión para estar con sus familias en la noche de Reyes daba paso al Gobierno para el que no hay tanta prisa y no perdamos la calma. Su formación se aplaza a la próxima semana, a pesar de que se creía que este viernes celebraría su primer Consejo de Ministros. Tanta parsimonia después de tanta urgencia.

Al final de la sesión, Pablo Iglesias y otros miembros de Unidas Podemos subieron las escaleras del hemiciclo para llegar hasta el escaño de Aina Vidal, que había comunicado en la noche del domingo que está enferma de cáncer –por eso, no asistió a la primera votación– y que sí votaría este martes. Le entregaron un ramo de flores.

Antes, Iglesias la había saludado desde la tribuna y originado una gran ovación. La mitad del grupo de PP se levantó para aplaudirla en pie, como hicieron todos los grupos de izquierda y Ciudadanos. Otros aplaudieron sentados, como Casado, que estaba más ocupado en hablar con Álvarez de Toledo. Los de Vox ni se molestaron en mover las manos.

Con gran esfuerzo, Aina Vidal hizo lo que debía, cumplió con sus votantes y conmovió a políticos y periodistas al presentarse en el Congreso. Sus compañeros confían en que pueda seguir haciendo muchas cosas más. Pero son otros los que tienen la obligación de remar para que este Gobierno sobreviva toda una legislatura. Sobre sus posibilidades de éxito, no es que sepamos mucho más que antes del debate de investidura, pero eso es el signo de la política de estos tiempos.