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Humor al cubo

La gran pelea de Sara Escudero en la plaza del pueblo

Antonio Contreras

21 de marzo de 2021 21:44 h

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Sara Escudero (Talavera de la Reina, 1981) además de cómica es una auténtica peleona. Se vino a Madrid a estudiar Teatro y muy pronto intentó meterse en el mundo de los monólogos. Trabajó en Comedy Central y se pateó cualquier escenario que le propusieran intentando ganar experiencia. Su salto le vino cuando en 2012 ganó el certamen de nuevos talentos de El club de la comedia. Posteriormente, alcanzó gran popularidad como una de las colaboradoras de la mesa de Zapeando. Ha hecho casi de todo en el mundo del humor. Ha participado en varios proyectos televisivos. Ha escrito cuatro libros. Ha hecho teatro y ha rodado incluso algunos cortos escritos y dirigidos por ella misma. Cada fin de semana sigue yendo de actuación en actuación allá donde la lleve el destino.

¿En qué estás metida ahora?

La verdad es que quieta, quieta no estoy. Ahora saco mi cuarto libro. Se llama El canino de Santiago, con n. La historia la cuenta mi perra. Estoy en Onda Cero haciendo el ganso. También estoy recorriendo España con mi último monólogo unipersonal que voy adaptando según el lugar donde actúe. Para ir a un pueblo a actuar y a trabajar tienes que tener tu hora y media mínimo, y hablar, hablar, hablar. Me hace mucha gracia cuando la gente te dice: “¿Cuánto dura tu monólogo?”. Yo siempre respondo: “¿Cuánto quieres?”. Yo puedo hablarte de un minuto hasta tres o cuatro horas, hasta que te sangre la oreja y digas: “Joder, vete a tu casa”.

Eso de ir recorriendo pueblos y ciudades haciendo monólogos, ¿cómo es de duro?

En el mundo de la comedia pasan mil cosas, sobre todo en los primeros años. Cuando te lanzas a un universo donde eres nueva, eres chica y, en mi caso, eres pequeña además... que parece que no. Cuando llego a un sitio no me dicen: “Ha venido una mujer”, me dicen: “Ha venido una niña”. Entonces, por una parte eso tiene unas ventajas. No te ofrecen alcohol, que además yo no lo bebo. Pero luego, también hay una manera de tratarte un poco de “si yo midiese 1,80 y tuviese otro cuerpo tú esto no me lo estabas diciendo”. Un día tuve que actuar en un trocito muy pequeño, que era el pie de una máquina de dardos en un bar restaurante gasolinera de la salida de Almería. No quise preguntar si había algún negocio escondido. ¿Lo sospechaba? Sí. ¿Lo sigo sospechando? También, por todo. Por cómo era ese sitio, cómo bajabas a una cueva, era todo muy extraño.

El comienzo no parecía muy prometedor...

Supuestamente yo actuaba a las diez y media de la noche. Finalmente, me subí a la plataforma de la máquina de dardos ¡a las 2 menos cuarto de la mañana! Actué para dos búlgaros borrachos que venían de recoger cosas del campo, que iban hasta las narices y que hablaban cuatro cosas de castellano. Yo sudaba tanto que era como un emoticono de estos de la cara de no sé dónde meterme. Así que le dije al dueño del local: “Mira, que me das para el viaje de gasolina y ya está”. Yo estaba en el hostal del sitio, en la planta de arriba, y solo pensaba en mi perra Nala, que estaba ahí arriba y era como: “Bueno, no estoy sola, no estoy sola, no estoy sola, no estoy sola”. Así que le insistí: “Mira, de verdad, que déjalo, no me pagues, no me pagues, me das para el viaje y ya está”. Y me dijo: “No, no, no, que yo quiero crear tendencia”.

¿Y conseguiste crear tendencia?

Me subí a esa plataforma y empecé a hablar y los búlgaros me miraron como diciendo: “Hay una que habla” Yo creo que ni me entendían. Había otro suelto, que algo pilotaba de castellano, que era rumano. Y él hablaba bastante, lo que pasa es que estaba ahí con cara de cansado. En ese momento, lo que hice fue jugar a improvisar y hablar con él y con el dueño, porque evidentemente el texto como tal no se podía parir. Conseguí la atención de los búlgaros, porque cuando yo me vine a Madrid a estudiar teatro y trabajaba en una discoteca en la sierra de Madrid, una de mis compis, Lily, era búlgara. Ella me enseñó a decir “¡Qué guapo eres!”, “¡Qué guapa eres!”, “¡Qué mano más larga tienes!”, “¡Qué cansada estoy!”. Entonces yo cogí a estos dos señores, que luego fueron muy agradables, pero hombre, atractivos a priori así, pues no eran, y les dije: “¡Kolko krasiv!”. Claro, se quedaron así como diciendo: “Me acaba de llamar guapo”. Y abrieron los ojos como platos y les regalé las cuatro frases del tirón. Se empezaron a reír. Yo creo que no entendieron nada, porque estaban todo el rato dedicados al whisky.

¿La plataforma de una máquina de dardos es el sitio más raro desde el que has actuado?

He actuado dentro de una piscina, vacía de agua por supuesto. Llegué a un pueblo a actuar y me dicen: “No, no, el escenario es este”. Y digo: “¿La piscina?” Y me contesta: “Sí, tú en la parte de los niños y el público en la parte de abajo”. Imagínate. Cuando llevas pocos años, lo tienes que hacer. De ahí se sacan muchas, muchas, muchas, muchas tablas. Porque, además, eso está lleno de niños. Son las 12 de la noche. No hay micro. No hay nada. Luego, de repente, vas a un sitio donde es un trabajo en equipo, vas a un Zapeando, donde aunque el guion no sea tuyo lo juegas con gente, eso es un regalo, o sea es un regalo de la vida.

Supongo que en muchos casos ni sabes a dónde vas ni lo que te vas a encontrar allí...

En una ocasión, me contrató un chico que se llamaba Luis para actuar en un pueblo del norte de Cáceres. Supuestamente, eran las fiestas. Allí estábamos Luis, Ana, mi mejor amiga conmigo que se vino ese día a la actuación, y yo en el bar del pueblo y teníamos toda la plaza a la vista. La plaza era la típica cuadradita. Era pleno verano. Era julio y eran las ocho de la tarde y todavía había luz. Esto estaba programado a las ocho y media. Había una tabla con cuatro patas y unas escaleritas de esas que se cuelgan. Nada que fuese parecido a un escenario. Era como una mesa grande. Y de repente digo: “¡Cuidado, que viene el borracho del pueblo!” Luis se empieza a descojonar y me dice: “Que es el alcalde”. Mira, venía un señor que, ya con la puerta cerrada del bar, olía a tintorro, te lo juro. Toda la camisa abierta, con un lado metido en el pantalón y el otro fuera. El tío venía pedo, absolutamente pedo. Llega y dice: “Bueno, vamos a empezar ya”. Yo, alucinada, le digo: “Pero si no hay nadie”. No había nadie, nadie, nadie. Y me dice: “Sí, sí, ahora vendrán”. Bueno, pues le seguimos. Mi amiga Ana, sufriendo más que yo. Y, de repente, se sube este señor y dice: “Bueno, venirse, venirse, que va a haber una actuación de… ¿cómo te llamas?” Le digo: “Sara Escudero”. Y dice: “De Sandra. Que viene a hacer… ¿qué vas a hacer?” Yo miraba a mi amiga Ana, que además me saca unos cuantos años, y me tenía agarrada y me decía: “No vas a subir. Tú ahí no subes”. Yo la miraba y solo pensaba: “¡Que lo van a pagar! ¡Que me salva el mes, Ana, que me salva el mes!”

¿Y subiste?

Total, que me subo y este señor se baja. De repente, habían brotado como níscalos pues tres o cuatro parejas de abuelines y al fondo, yo veía que estaban llegando a la plaza un grupito de chavales entre dieciocho y veintipocos. Serían como seis o siete. Entonces pensé: “Dios mío, estos los tengo que acercar”. Así que les grité: “¡Venid. venid!” Y así, empecé. La luz se empezaba a ir. Lo único que te iluminaba eran las cuatro farolas de la plaza. En ese momento es cuando te dices: “No puedo empezar peor”. Nunca desafíes a la verdad y al destino. Aparece un señor que sale de otro bar, borracho total y empieza a vocear: “Pero cállate, que pa empelotarse no hace falta hablar”. En ese momento se arranca a reír toda la gente en plan: “¡Mira lo que le ha dicho!” Yo le contesté: “¿Pero usted piensa que yo con este cuerpo escombro he venido aquí a empelotarme? ¡Deje de beber!” En ese momento, la risa fue para mí. Los que había pensaron: “¡Le ha respondido!” Eso era como un partido de tenis. Me dijo: “A mí, una niñata como tú...” y empezó a insultarme sin parar. Lo más bonito que me dijo empieza por p y acaba por uta.

¡Menudo espectáculo de wrestling! 

En ese momento el alcalde lo cogió y se lo empezó a llevar. Así que me quedé en el escenario, con los abuelitos y los jóvenes que habían llegado viendo que había gresca. El alcalde se alejaba con el borracho muriendo con las botas puestas, insultando hasta el último momento. Yo creo que me siguió insultando en la ducha y cuando al día siguiente se tomó el café con la resaca. Y tú dices: “¿Acabaste la actuación?”. A mí me dijeron: “Tienes que hacer 45 minutos”. Pues estuve una hora y cuarto y con los cinco chavales jovencitos me lo pasé muy bien y con los abuelos también. Acabas y ¿vas entera a tu casa? No, un poquito lloras, y dices: “¿Para qué le dije eso?” Pero, al final, eso curte mucho. Yo tengo un amigo que dice: “¿Te han pagado? ¿Sí? Pues has triunfado”.

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