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El miedo a la desescalada: “No quiero salir a la calle”

Afluencia de personas en una calle céntrica de Sevilla durante el tercer día de la fase 2.

Gabriela Sánchez

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La imagen se ha repetido en muchas cabezas durante meses de encierro. Esa que reconstruía el momento en que pudiésemos reencontrarnos, en que empezásemos a salir a la calle con cada vez menos limitaciones. Pero en cada anuncio de cambio de fase una sensación extraña aparecía en el estómago de muchos. No era la alegría imaginada. Llegado el día en que empezaba a ser posible el reencuentro con nuestros seres queridos o tomar esa ansiada cerveza en una terraza, aparecen reticencias, dudas o cierto bloqueo. Aparece el miedo a asumir riesgos.

El día en que se anunció el cambio de fase en su comunidad, Macarena empezó a recibir mensajes de amigos que celebraban la noticia y pedían una fecha para el reencuentro. Ella no sentía la ilusión que reinaba a su alrededor; ella notaba cierta presión en el pecho. Cuando Antía, con una patología cardíaca, dio su primer paseo, sus ojos no paraban de fijarse en bocas descubiertas o distancias incumplidas y la ansiedad le empujó a volver a casa. Ana no puede tener más ganas de ver a su abuela, pero el miedo a contagiarla se lo impide. Sabe que el riesgo perdurará durante un tiempo y deberá afrontarlo, aunque no se ve preparada.

El miedo a salir a a la calle en la desescalada es, según varios expertos consultados, algo natural, una emoción “adaptativa” a un gran cambio en la manera de vivir. “Es miedo a nuestro contagio o a contagiar a un ser querido de riesgo; miedo a que los demás no tengan miedo y esto afecte a toda la sociedad y volvamos para atrás...”, expone María Dolores Gómez, psicóloga clínica, vocal del Consejo General de la Psicología en España. El miedo ha permitido que nos quedásemos en casa. Gracias al miedo la curva de casos se ha doblado, pero ha llegado el momento de empezar a aprender a convivir con el riesgo al contagio.

Ser una persona con perfil de riesgo ante el coronavirus o tener familiares con patologías que les hacen más vulnerables al virus aumenta una sensación de peligro, pero, según los expertos, la ansiedad no solo se limita a estos casos, sino que se trata de un mecanismo de protección que puede producirse en la población en general.

Asumir que el riesgo cero no existe, apunta la psicóloga Ana Querol, conlleva un periodo de adaptación en función de cada persona. “Hemos pasado dos meses encerrados como forma de protegernos de un enemigo invisible. Nuestro mecanismo de protección ha sido la evitación y el aislamiento, lo que nos ha dado seguridad durante el confinamiento”, explica. “En muy poco tiempo tenemos que volver a adaptarnos a una nueva realidad. El virus sigue aquí y tenemos que aprender a convivir con ello”.

La situación nos obliga a tomar decisiones y los dilemas se multiplican. En las peores semanas de la pandemia, muchas personas no dejaban de pensar en sus madres, padres, abuelas o abuelos con perfil de riesgo. Sufrían ante la posibilidad de que les tocase a ellos y, ese temor aumentaba las ganas de volver a verles. Cuando las restricciones ya no impiden las reuniones o visitas, el riesgo no ha desaparecido del todo. Llegan las dudas.

Visitar o vivir con familiares con perfil de riesgo

Ana lleva días dándole vueltas a la cabeza. “Me planteo si ir a ver a mi abuela, de 91 años. Yo creo que no. Me da miedo poder pegárselo y que se muera de coronavirus, pero no verla en todo este tiempo me hace sentir mal por si le pasa algo”, reflexiona Ana, médica en un hospital público de la Comunidad de Madrid. Durante el pico de contagios, la doctora ha atendido a pacientes de coronavirus, pero actualmente trabaja en su planta habitual.

“Aunque ya no atienda estos casos, en el hospital se junta gente que se puede contagiar. Me da miedo la posibilidad de contagiarla, pero también pienso: tiene 91 años y llevo un montón de meses sin verla. Si se muere, el no verla en este tiempo va a hacer que me sienta mal”, se debate la sanitaria. “Esto va para largo y en algún momento tendré que verla: quizá con una persona que tiene toda la vida por delante no te lo planteas tanto y dices, bueno ya lo haré. Pero me parece que es alguien a quien quiero ver y que a lo mejor tenemos poco tiempo para vernos”. El tiempo pasa y sigue sin verla.

José Antonio Luengo, portavoz del Colegio de Psicólogos de Madrid, recuerda que “el miedo nos permite defendernos de situaciones extremas: nos puede preparar para enfrentar un riesgo o nos hace huir”. Esa inquietud que puede empujar a huir, a evitar afrontarlo, según el profesional, se da en varias escalas. En uno de los niveles se encuentran aquellos casos en los que, como Ana, tienen motivos para tener un temor añadido a “la nueva normalidad” o a visitar a ciertas personas. También es el caso de Antía, quien con una patología cardiovascular, sentía una gran ansiedad cuando salía a la calle en los primeros paseos pero, poco a poco, se ha ido adaptando y ahora se siente más tranquila para ir a tomar algo a una terraza con gente de confianza.

Lucía sigue sin salir de casa “ni para sacar la basura”. “Tengo miedo a las personas que no son conscientes de lo que estamos viviendo y que no respetan”, lamenta, quien teme visitar a su padres, con perfil de riesgo. “Mi miedo es por contagiarme y contagiar: no me perdonaría perder algún familiar o conocido por mi culpa”, sostiene la mujer, de cerca de 40 años, cuyo marido depende de la hostelería para seguir adelante. “Sigo en mi línea de no salir, y mucho menos hacer reuniones con familia, entiendo a mi parecer que la desescalada es necesaria por la economía, pero aún así creo que es mejor no salir”.

“Me dará miedo salir, pero tendré que superarlo”

Gemma, con varias enfermedades respiratorias, vive en Cantabria, una de las comunidades autónomas en fase dos. Pero la mujer, de unos 50 años, apenas ha salido de casa desde el inicio del confinamiento. “Un día al dentista y otro al abogado”, enumera por teléfono. “Y fui a toda prisa, con mucha tensión, da miedo”, reconoce. Su padre falleció en plena pandemia y no pudo ir al hospital a despedirse. Trabaja como limpiadora en una comisaría y, desde finales de marzo, se encuentra de baja, dado que sus patologías la hacen más vulnerable al virus.

“Me da miedo salir, pero tendré que superarlo. Algún día tendré que salir, y quiero ver a mi nieto”, señala Gemma. Está cansada de estar en casa y, aunque teme salir, cree que debería empezar a hacerlo para ir acostumbrándose, pero su médico de cabecera no le permite ni siquiera pasear sola. Ella cumple a rajatabla.

El miedo “social”: “Debería haber más prudencia”

En otra de las escalas del miedo al virus se encuentran, según Luengo, aquellas personas que siempre fueron algo hipocondríacas, pero también quienes nunca han tenido una especial preocupación ante posibles enfermedades y se muestran sorprendidas ante su propia ansiedad. Macarena, de 29 años, se identifica con este último grupo.

Hasta ahora, dice, había pasado la cuarentena “bastante bien”, dentro de la preocupación generalizada por la emergencia sanitaria. El aumento de su ansiedad se produjo justo el día en que sus allegados celebraban el inicio de la fase 1 en Madrid. “Ese viernes, me escribían contentos y yo era incapaz de estar contenta. Me sentía agobiada. El domingo, notaba cierta incertidumbre, le daba vueltas a cómo sería”, recuerda la veinteañera.

El primer día de la fase 1, describe, empezó a notar presión en el pecho, que se le repitió en varios días sucesivos. Su temor se relaciona con lo que la psicóloga Gómez describe como “el miedo a que los demás no tengan miedo”: “Lo asocio a que me da mucho miedo a volver atrás. Creo que todo es muy frágil, siento que hay una gran incertidumbre, la desescalada es ensayo-error, y creo que deberíamos tener más prudencia ante el riesgo de que haya un pico de contagios, vuelvan a confinarnos y la situación económica también empeore aún más”, analiza Macarena. Por eso, ella va “poco a poco”. Prefiere pasear sola que acompañada, aún no ha ido a una terraza y, si queda con gente, evita que sea mucho tiempo y siempre al aire libre. “Es como si siguiese en la fase 0”, comenta.

Crear “nuestra propia desescalada”

Macarena sigue su propio ritmo de desescalada, una estrategia aconsejada por los expertos. “Asumir que tenemos miedo, ansiedad, que no tenemos ganas de relacionarnos en estas circunstancias, que nos preocupa contagiarnos, son cuestiones normales e incluso adaptativas. Nos ayuda a protegernos y el miedo tiene esa función evolutiva, es saludable”, sostiene Ana Querol, quien considera que “conectar con lo que sentimos y darnos tiempo, concedernos el derecho a diseñar nuestra propia desescalada para ir incorporándonos a la vida social progresivamente y a nuestro ritmo son aspectos necesarios para disminuir la ansiedad y sentirnos más cómodos”.

Para ello, Luengo defiende la importancia de “verbalizar” el miedo que empuja a la gente a permanecer en casa. “Lo que más limita la posiblidad de progresar y es ser incapaz de reconocerlo y de hablarlo. Se ha visto a muchas personas argumentando que no necesitan salir, que se han acostumbrado y que tampoco necesitan retomar la vida que tenían antes, es lo que se ha llamado síndrome de la cabaña y no deja de ser una pequeña anomalía”, sostiene el portavoz del Colegio de Psicología de Madrid. “Te autoconvences de que tú estás bien y que ya no necesitas salir de casa, pero en el fondo tiene que ver con el miedo que no se reconoce”, advierte Luengo. “Hablarlo permite verlo a cierta distancia para poder empezar a afrontarlo a nuestro ritmo”.

No exponerse de golpe a las situaciones más estresantes, como reuniones con varias personas, es otro de sus consejos. “Hay que intentar vencer el miedo poco a poco”, apunta Luengo. Empezar con paseos en solitario o seleccionar un grupo concreto de amigos, son algunas de las recomendaciones. “Para poder ir adaptándonos creo que la cuestión está en asumir que el riesgo cero no existe; y esto será así probablemente durante mucho tiempo. Por lo que podemos diseñar cómo podemos sentirnos más seguros en función de eso ir tomando decisiones”, apunta Querol, quien recuerda que el miedo también puede estar escondido en actitudes menos responsables.

“No tenemos por qué salir si no estámos preparados y obligarnos a hacer la vida como la hacíamos antes: eso tampoco sería sano”, alerta la psicóloga. En esos casos, el origen puede encontrarse en que “no conectamos con nuestro miedo o nos avergonzamos de tenerlo y tomamos una actitud negacionista en la que creemos que no aceptando la nueva realidad y haciendo como si no pasara nada estamos mejor”, alerta Querol.

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