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Estudiantes y salud mental en la era COVID: “Creía que no podía y me preguntaba si valía para esto”

Juan Calleja

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El curso que ha terminado en junio ha sido calificado como un éxito por mantener más del 90% de las aulas abiertas a pesar de la pandemia. Sin embargo, estudiar en tiempos de COVID-19 ha tenido repercusiones en el bienestar psicológico del alumnado: incertidumbre, ansiedad y temor han ido recorriendo las aulas.

Susana Espiñeiro, de 15 años, está contenta porque ha aprobado los exámenes de la última evaluación de tercero de la ESO. Estudia en el Instituto Nicolás Copérnico de Parla, un centro situado al sur de la ciudad de Madrid. Sentada en la cama de su habitación dice que está a gusto en casa, sobre todo en ese espacio. “Es mi lugar favorito. El sitio donde no me juzgan”, se sincera. Aquí pasa gran parte de su tiempo a pesar de que sus padres están empeñados en que salga más a la calle y quede con sus amigos ahora que la situación con el virus ha mejorado.

Cuando le preguntamos por sus notas, responde que no le han ido mal. “Podría haberlo hecho mejor”, se escucha a lo lejos. Es la voz de Elisa Serrano, la madre de Susana, que está pendiente de la conversación mientras charla con su marido en el salón, en el otro extremo de un pequeño piso situado en el sur de Parla. “Siempre ha sido una niña de estudiar poco, a última hora y de sacar sietes. Por eso le digo que no estoy contenta, porque sé que puede mucho más”, señala Elisa. “Primero y segundo de la ESO los pasó bien, pero este curso las notas empezaron a bajar en la segunda evaluación. Susana estaba mal”, cuenta la madre.

“No paraba de rumiar, le daba muchas vueltas a la cabeza. Me pasó lo mismo cuando tenía exámenes en pleno confinamiento. Me puse de los nervios porque pensaba que no iba a sacar tercero. En la primera evaluación suspendí lengua, luego francés en la segunda…”, explica Susana. “Me dio por pensar en el futuro. Me preguntaba: ¿y si no valgo para esto? ¿Y si al próximo año me paso a la Formación Profesional básica, será más fácil? Empecé a dejar de estudiar porque creía que no podía”.

Para José Antonio Luengo, especialista en Psicología Educativa y Sanitaria y Decano del Colegio de Psicólogos de Madrid, durante la pandemia han aflorado el sufrimiento y los desajustes emocionales de una manera tremenda entre los adolescentes. “Tienen problemas de identidad, relacionados con el autoconcepto, de quién soy y qué quiero… Son épocas críticas de su vida”, explica Luengo. El especialista, que por su trabajo en el equipo de apoyo contra el acoso escolar de la Comunidad de Madrid está en contacto con los colegios e institutos de la región, recalca el papel de los profesores, tutores y orientadores académicos puesto que han atendido a muchos estudiantes con problemas de carácter psicológico durante un curso “muy intenso”.

Así lo reconoce María Sánchez, jefa del Departamento de Orientación del IES Nicolás Copérnico, donde estudia Susana. Sánchez sostiene que lo más duro ha sido comprobar cómo los casos más graves, como los intentos de suicidio, las autolesiones o los cuadros depresivos, se han multiplicado por diez con respecto a cursos anteriores a la pandemia. Confiesa que ha habido varios momentos en los que ha dicho “no puedo más”. Desde su departamento derivan a los alumnos que lo necesitan a los centros de salud mental, pero “están hasta arriba”, según la orientadora. “Ante la falta de recursos de la pública, a veces hemos acabado haciendo tratamiento terapéutico como hemos podido”. Aunque María Sánchez es psicóloga y está especializada en psicopedagogía, su trabajo como orientadora está concebido para centrarse en lo educativo y no en la parte emocional del alumno.

Una de las estudiantes con las que ha tratado esta orientadora académica ha sido Susana. Para la joven, fue el principio de su recuperación. “Detecto que Susana tiene una bajada de autoestima y que tiende a tirar la toalla ante el nivel mínimo de fracaso para optar por un camino más sencillo”, apunta Sánchez. “Me contó que tenía un trauma del pasado, un episodio de bullying que sufrió durante unos años por parte de una de sus profesoras de primaria. Le decía que no iba llegar a nada. Tuvo que ir al psicólogo”. Pero ahí no quedaba la cosa. “Me habló de su familia. Me dijo que durante el confinamiento se había dado cuenta de cómo eran al haber pasado más tiempo juntos. Se quejaba de que el padre estaba todo el día con el móvil, sin hacerle mucho caso, o que no entendía los cambios de humor de su hermana mayor”.

Espacios públicos como la Casa de la Juventud de Parla han sido un soplo de aire fresco para María Sánchez y otros orientadores. Han derivado a alumnos como Susana a servicios gratuitos en los que se trabaja el bienestar emocional y el desarrollo personal en grupo o en sesiones individualizadas con psicólogos. Cuando Susana empezó a ir estos programas, sus problemas emocionales derivados de una recaída por el episodio de bullying que sufrió fueron desapareciendo. “Ha ido de más a menos. Cuando llegó, tenía un problema de la imagen que tenía de sí misma, tanto a nivel de relaciones personales como en la parte académica”, cuenta Piedad, la psicóloga que lidera el Club de los Inquietos, un programa en el que se trabaja el bienestar emocional en sesiones grupales de 12 a 15 chicos con edades desde los 12 hasta los 18 años. “Ahora reconoce que tiene cualidades importantes como el liderazgo, la iniciativa o la capacidad de entender a los demás”, sostiene la psicóloga. “Aquí ha podido hablar de todo, opinar y no sentirse que se la está cuestionando constantemente”.

“Hay muchos chicos de tercero y cuarto de la ESO que han venido al Club de los Inquietos para tener un espacio donde relacionarse. En el instituto ven a los compañeros de clase algunos días sí y otros no por la pandemia, o porque ya no hay recreo”, enfatiza Luisa Ferro, Coordinadora e impulsora de estos servicios de desarrollo personal y bienestar emocional. “Cuando se juntan hay una empatía que tiene una fuerza de la leche”, subraya con orgullo. 

La ansiedad de los estudiantes universitarios

Ante la saturación que sufre la red de salud mental pública, la Clínica Universitaria de psicología de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) es otro de los recursos al que han acudido los menores de algunos institutos públicos por recomendación de los departamentos de orientación académica. En este centro sanitario del campus de Somosaguas de la UCM, que se encuentra en Pozuelo de Alarcón (Madrid), los alumnos del Máster en Psicología Clínica realizan sus prácticas y, junto con un especialista que les ayuda, ofrecen atención psicológica gratuita a quien la solicite. A diferencia de la Casa de la Juventud de Parla, no hay límite de edad: acuden desde niños hasta personas de avanzada edad.

“Aquí también tenemos listas de espera”, afirma Cristina Larroy, directora de esta clínica que, además de servir como espacio de prácticas para estudiantes de Psicología, nació con el objetivo de dar asistencia psicológica a los estudiantes y personal de la UCM, así como a sus familiares -con el tiempo, se ha abierto a pacientes que no son del campus-. En la clínica, aunque siempre han atendido de presencialmente, desde el confinamiento muchas de las consultas las hacen de forma semipresencial. “Estamos dando citas para octubre porque no damos abasto. Este año, los casos que estamos tratando son más graves y las terapias más largas. Esta situación extraordinaria y de tensión, mantenida durante tanto tiempo, ha provocado que broten muchas patologías que estaban latentes”.

Larroy cuenta cómo este curso han tenido más pacientes con trastorno límite de personalidad y con trastorno de conducta alimentaria. Pero, sobre todo, han llegado muchas personas con trastornos del estado de ánimo y afectivos -principalmente depresión- y con trastornos de ansiedad. Un estudio realizado por la cátedra UCM-Grupo 5 Contra el Estigma revela que durante las cuatro olas de contagios que se sucedieron desde el inicio del confinamiento domiciliario las personas de 18 a 30 años mostraron una mayor sintomatología depresiva y de ansiedad que otros grupos de edad. 

Paula Cazón, de 24 años, es una de las estudiantes de la UCM que viene a terapia desde mayo por un cuadro de ansiedad que se agudizó en abril. “Dormía fatal, no me concentraba y no me podía poner en serio a estudiar porque estaba saturada”, cuenta esta estudiante de cuarto de Psicología. Como le ha sucedido a Susana, no es la primera ocasión en la que Paula va al psicólogo: desde los 13 a los 16 años tuvo TCA. Esta vez, el problema por el que Paula ha solicitado ayuda es por la ansiedad que le ha generado estar en prácticas en una empresa, sacar adelante el curso de forma semipresencial y hacer el trabajo de fin de grado (TFG).

Dice que ahora agradece hacer las prácticas online para poder llegar a todo, pero reconoce que no ha llevado bien haber ido a la facultad una semana sí y otra no; sobre todo, por la “constante improvisación” de los profesores para dar el curso online y presencial. “Cuarto ya de por sí es un año especial porque tenemos prácticas externas, el TFG y nos preparamos para salir al mundo laboral. Durante este curso, con esto de la semipresencialidad, nos han mandado más trabajos, que requieren una evaluación continua. Nos saturan”, se queja la joven. La terapia de Paula consta de seis sesiones semanales. Al ser estudiante de la UCM tiene un descuento del 40% y paga 29 euros -la tarifa normal son 48 euros-. La psicóloga que la trata, Maider Prieto, explica cómo trabajan el manejo de la ansiedad: “Consiste en ayudar a que aprenda a gestionar las emociones y a normalizar la ansiedad como una emoción más, como son la alegría y la tristeza”. Además, cuenta Prieto, le ha dado ideas para aprender a organizarse mejor con los estudios y las prácticas, y así poder llegar a todo.

También por teléfono

Otro de los servicios que ofrece la UCM a los estudiantes que necesitan ayuda psicológica es PsiCall, del que también es responsable Cristina Larroy. Un equipo de psicólogos atienden telefónicamente o mediante correo electrónico a los pacientes. El servicio ha retomado la normalidad desde el principio de curso, pero con el decreto del estado de alarma en marzo de 2020 pusieron en marcha PsicallCovid. Estuvo operativo hasta el 22 de junio del año pasado. “Al principio, la mayoría de los estudiantes que llamaban era por la ansiedad generada por el miedo al contagio y por la situación general, pero a medida que avanzaba el curso mostraban su preocupación por la incertidumbre sobre la dinámica de las clases, el manejo de los exámenes y por la situación económica y el miedo al futuro”, relata Larroy.

El impacto de los ERTE y los despidos han hecho que algunos estudiantes hayan tenido que devolver la beca para ayudar a sus familias, lo que, según Larroy, genera desesperanza e incertidumbre ante el futuro. A veces, con los casos más graves, como las llamadas por intentos de suicidio, pasan a un sistema de intervención breve de nueve sesiones gratuitas con un psicólogo y a través de videollamadas.

En un pequeño piso que se asemeja a una especie de torre de control trabaja el equipo de Psicall. Sara Lorenzo es una de las supervisoras. Está sola. Debido a las medidas de prevención por la Covid-19 no pueden juntarse con los puestos que hay para los operadores. Estuvo en el dispositivo de PsicallCovid y, echando la vista atrás, asegura que el volumen de llamadas ha bajado con respecto a 2020, pero les preocupa que llamen más jóvenes con problemas de ideación suicida.

“Te cuentan que están al borde del colapso, a punto de decir que no pueden más”, comenta. En este punto, Lorenzo señala que las restricciones que ha habido durante la pandemia no han posibilitado recursos que producen felicidad “como tomarse una cerveza al final de día o irse de cena, actividades que ayudan a compensar el bucle negativo en el que están, lleno emociones desagradables”. 

Lorenzo destaca que, en general, reciben más llamadas y correos electrónicos de mujeres, tanto de madres como de estudiantes. “Puede que las mujeres hayamos normalizado más el hecho de pensar cómo nos sentimos y buscar ayuda en un momento dado, mientras que los hombres es un tema más de 'tú puedes con ello', 'venga, tú solo'”, opina Lorenzo. La psicóloga dice que los chicos que acaban llamando lo hacen porque ya no pueden más y por eso predominan los cuadros agudos de ansiedad con un bajo estado de ánimo bajo.

Con los cascos puestos porque empieza su turno de tarde, esta psicóloga reconoce que en los 45 minutos que pueden estar de media al teléfono es imposible mejorar la vida de los jóvenes que les llaman para contarles su problemática. No obstante, uno de sus objetivos consiste en que se queden con la idea de que pedir ayuda está bien. “Se trata de dejar a un lado el prejuicio de que si solicitas atención psicológica es que estás loco o que el profesional que te escucha no te va a entender”.