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El parón en la vigilancia de otras enfermedades, el daño oculto de la pandemia que aún no se ha medido

Personas trabajan en una investigación relacionada con el tratamiento del VIH.

Sofía Pérez Mendoza

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Hasta que el coronavirus puso en jaque el mundo, casi nadie sabía a qué se dedicaban esas personas que vigilan las enfermedades contagiosas. La pandemia destapó que en España eran pocas. Tan pocas que en muchas comunidades “cabían en una habitación”, según el vicepresidente de la Sociedad Española de Epidemiología, Óscar Zurriaga. Los daños que ha provocado tener un sistema de salud pública esquelético son igualmente desconocidos e invisibles. Aún no se han cuantificado, pero los expertos ya avisan de que se han dejado de vigilar correctamente otras enfermedades transmisibles como la tuberculosis o el VIH en el último año y medio.

Primero porque se diagnosticaron menos, al estar la sanidad desbordada por la atención de los infectados con SARS-CoV-2; segundo, porque los profesionales de las redes de vigilancia epidemiológica se dedicaron casi exclusivamente a investigar y procesar la avalancha de contagios de coronavirus, como pasó en los hospitales. Las administraciones tuvieron que buscar personal debajo de las piedras. Se recurrió hasta a documentalistas, cuentan los que han estado allí.

“No se ha medido ni la demora diagnóstica, ni la falta de intervención ni el incremento del riesgo de la transmisión por no actuar en el momento apropiado. Los efectos empezarán a verse a partir de ahora”, resume Zurriaga, que trabaja para la Conselleria de Sanitat Universal de la Comunitat Valenciana, al otro lado del teléfono. Según el preventivista, los sistemas para vigilar las enfermedades transmisibles no COVID “han atendido las urgencias más inmediatas, pero nadie ha estado detrás de ellos”. El Instituto Nacional de Estadística publica la próxima semana los datos de mortalidad por causa de defunción, unas cifras a las que estarán muy atentos los expertos en salud pública y que probablemente den la primera foto fija de lo que ha supuesto la pandemia para otras dolencias.

“La COVID-19 ha consumido los recursos que existían, que eran muy bajos, y más. Hay infecciones transmisibles cuya notificación se está produciendo a ritmos distintos. Se irá recuperando a la velocidad que toque después de haberse paralizado”, abunda Adrián Aginagalde, director del Observatorio de Salud Pública de Cantabria, que ha vivido muy de cerca este colapso de todos los peldaños de las redes de vigilancia, desde las comarcales hasta la nacional: la RENAVE.

La pandemia cogió a España no solo con pocos profesionales dedicados a este asunto, sino con un pobre armazón técnico para procesar los datos. “El sistema estaba muy poco engrasado. Algunas comunidades importantes funcionaban simplemente con excel y hasta los sistemas más preparados han tenido problemas con la COVID-19”, asegura Zurriaga.

Vigilar una enfermedad transmisible no es una labor amateur que consista en contar casos y pasar la información de un sitio a otro. Estudiar un brote tiene mucha técnica detrás

Hay mejoras prometidas. A nivel nacional, en el horizonte de futuro próximo está el Centro Estatal de Salud Pública, la joya de la corona de un nuevo enfoque, obligado por la pandemia, en el que la salud pública esté en el centro. También el desarrollo de una nueva estrategia, que se elaboró tras la pandemia de la gripe A en 2009 pero apenas tuvo recorrido, y el impulso a la red de vigilancia epidemiológica. El proyecto de Presupuestos Generales del Estado, que todavía no ha recibido el visto bueno del Congreso, contempla 13 millones de euros para esta última pata. La inversión está bajo el capítulo de “aumento de capacidades de respuesta ante crisis sanitarias”.

¿Cómo se vigila una enfermedad? ¿Y qué significa que la vigilancia se ha paralizado? Desde la Sociedad Española de Epidemiología (SEE) aclaran, antes de empezar: “No es una labor amateur que consista en contar casos y pasar la información de un sitio a otro. Las redes de vigilancia funcionan bajo sospecha. Lo importante es detectar cualquier caso y controlar en todo momento que ningún brote pase desapercibido. Estudiar un brote tiene mucha técnica detrás. Al que le cae uno por primera vez se muere porque no sabe cómo funcionar”.

Los peldaños de las redes de vigilancia

Existen una serie de enfermedades de “declaración obligatoria” (como el sarampión, la sífilis, la meningitis, el VIH, la tuberculosis...) y cualquier profesional, ya sea público o privado, que encuentre un caso está obligado a notificarlo a la autoridad sanitaria. Esa es la primera voz de alarma. Después, se traslada a las redes de vigilancia (comarcales, provinciales o autonómicas, dependiendo del caso) y ahí se integra con otros datos (los que envía el laboratorio, el hospital, etc). “Intervenir significa averiguar todo lo que se tenga que averiguar de ese caso con los servicios de medicina preventiva, prevención de riesgos laborales, servicios de salud municipales, médicos de Atención Primaria si procede… Y el objetivo es atajar el caso y que la situación no vaya a más”, explica Zurriaga.

¿Cómo? “Por ejemplo, incautando alimentos si la transmisión ha sido a través de ellos; localizando y encuestando a contactos en el caso de un brote...”, prosigue. Las notificaciones pueden llegar en cualquier momento del día, pero los funcionarios que trabajan en esto, dice la SEE, no tienen guardias. “Mucha gente –lamenta Zurriaga– ha hecho horas por encima de las orejas y ni las han devuelto ni las han pagado”.

Como todos los sectores públicos, las consecuencias legislativas de la crisis de 2008 –como la eliminación de la tasa de reposición– han ido dejando puestos vacantes que no se han cubierto. “Los recursos son escasos y además están mal pagados. En un hospital, con las guardias se cobra más, así que la gente lo prioriza. Cuando llegó el coronavirus, nuestras bolsas de trabajo estaban vacías”, añade el epidemiólogo.

Las organizaciones que trabajan con personas con VIH constatan que las redes de vigilancia han estado “muy saturadas” y asumen que no tendrán datos de cómo ha afectado la pandemia al diagnóstico “hasta dentro de dos años”, expone Ramón Espac, presidente de CESIDA y vicepresidente de la COAC, el órgano consultivo del Plan Nacional sobre Sida. Las asociaciones cerraron durante los meses de confinamiento y en ese tiempo el cribado de casos se cortó. Aún hay que ver qué pasó después. “En infecciones crónicas como el VIH, el diagnóstico y el tratamiento retrasados pueden tener consecuencias a largo plazo” no solo para los pacientes sino también para los avances globales conseguidos contra el virus, según el presidente de GeSIDA, Esteban Martínez.

“Los que se dedicaban a vigilar el VIH y estaban centrados en coronavirus no se estaban preocupando de eso, y lo mismo puede pasar con la tuberculosis. En estos casos hay que valorar primero si el diagnóstico ha sido el apropiado y si eso ha aumentado la posibilidad de que se transmitiera. Cuando nos han llegado casos hemos actuado en brotes, pero no se ha estudiado como lo hacíamos antes. Se ha tratado de cubrir el expediente y seguir”, admite Zurriaga. Además, estas redes no solo reciben datos, sino que también los buscan activamente y eso también ha quedado dañado por la sobrecarga.

“Y solo hemos hablado de la parte de infecciosas, pero hay vigilancia de cáncer, enfermedades renales, cardiovasculares… que en este momento no entraban dentro de lo urgente. Casi toda la gente que se dedicaba a esto y tenía preparación y experiencia se ha puesto a trabajar en la COVID”, zanja el experto en salud pública. “Y ahí se han quedado los sistemas, parados”.

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