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Regreso a la oscuridad: el año en que Donald Trump puso a EEUU a la cabeza de la anticiencia mundial

El primer año del segundo mandato de Donald Trump al frente de la presidencia de Estados Unidos ha hecho saltar por los aires el sistema científico más avanzado del mundo. Según la revista Nature, la nueva administración ha provocado “trastornos sísmicos” que la han llevado a recortar miles de millones en ayudas a la investigación y a encabezar el discurso negacionista en salud y cambio climático, en sintonía con el movimiento anticiencia de la extrema derecha a escala global.

El ataque al mundo científico por tierra, mar y aire se manifestó con una guerra abierta contra las universidades a las que Trump ha retenido o congelado las subvenciones federales por no aceptar sus políticas o interpretaciones de los derechos civiles. Con intención de combatir el nido de ideas woke que considera el mundo universitario, la Casa Blanca obligó a firmar acuerdos bilaterales en que garantizaran la presencia de ideas conservadoras, la interpretación estrictamente biológica del sexo y el género o el cese de las políticas de diversidad. 

Al mismo tiempo Trump realizó una serie de nombramientos polémicos, colocando a personas sin formación, o directamente negacionistas, al frente de algunos de las principales agencias y centros de investigación del país. Así, puso a la cabeza de los Institutos Nacionales de Salud (NIH) a Jay Bhattacharya, un médico que cuestionó la gravedad de la COVID-19, y nombró presidente del Panel Presidencial sobre Cáncer a Harvey Risch, que promovió tratamientos no probados como la hidroxicloroquina y la ivermectina.

También hubo alguna salida escandalosa, como la de Susan Monarez de la dirección de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), destituida apenas un mes después de tomar el cargo por negarse a comprometer la integridad científica del organismo y rechazar órdenes para cesar a científicos y aprobar recomendaciones de vacunación sin datos suficientes.

El caso más sonado, sin duda, fue el nombramiento del conocido antivacunas Robert F. Kennedy Jr. como secretario de Salud, cuya medida estrella fue el anuncio de una supuesta relación entre el autismo y el consumo de paracetamol durante el embarazo, sin ninguna base científica, y quien acaba de prohibir la atención para jóvenes transgénero

Seis ex cirujanos generales que sirvieron durante administraciones republicanas y demócratas publicaron recientemente un artículo en The Washington Post advirtiendo de que Robert F. Kennedy Jr. está “poniendo en peligro la salud de la nación” al amplificar la desinformación y socavar la confianza pública en la medicina y la misma agencia de salud pública que supervisa.

Recortes y despidos en masa

El otro gran frente de batalla han sido los recortes presupuestarios y los despidos en masa anunciados por la administración Trump, aunque algunos todavía tienen que ser ratificados por el Congreso. Una de las medidas más agresivas es la intención de cortar cerca de 18.000 millones al presupuesto de los Institutos Nacionales de Salud (NIH) en 2026, lo que equivale a una reducción de aproximadamente el 40%. La propuesta no solo reduce financiación, sino que busca reestructurar NIH combinando sus 27 institutos en solo 8, eliminando varios.

Tal y como contó elDiario.es, esta situación está repercutiendo ya en muchas líneas de investigación contra el cáncer, no solo en Estados Unidos, sino a escala global, puesto que los NIH son el principal financiador mundial de estos programas y los plazos para aprobar las partidas presupuestarias llevan meses posponiéndose. Esta financiación permite a los investigadores centrarse en problemas científicos durante cuatro o cinco años y han sido clave en el desarrollo de la inmunoterapia y otros avances clave contra el cáncer.

La Casa Blanca también presentó un plan para recortar el presupuesto global de la NASA en alrededor de un 24%, hasta dejarlo en el nivel más bajo de financiación desde 1961, lo que se traduce en la cancelación de 41 misiones espaciales y la mitad de su presupuesto científico, así como la pérdida de un tercio de los empleos. El año se cierra con el nombramiento del multimillonario Jared Isaacman como nuevo administrador de la NASA, señalado por sus conflictos de intereses con el sector privado. 

Uno de los efectos colaterales de estos recortes es que se han disparado las opciones de que el Telescopio de Treinta Metros (TMT), que se iba a instalar en Hawái, venga finalmente a la isla de La Palma. Paralelamente, el Gobierno español aprobó una ayuda de hasta 200.000 euros extra a los científicos que vengan huyendo del “menosprecio” en EEUU, con la intención de atraer a unos 200 líderes mundiales en investigación en los próximos cinco años. 

Recortes contra el clima

El equipo de Trump ha empleado la motosierra con especial saña en la investigación de la NASA y otras administraciones sobre el cambio climático. Así, ha dejado sin financiación a las instalaciones asociadas al Observatorio Mauna Loa, donde los científicos recopilan datos sobre la acumulación de dióxido de carbono desde hace más de 65 años y ha aprobado reestructuraciones que afectan a personal científico y las investigaciones en agencias como la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA) y la Fundación Nacional de Ciencias (NSF) en áreas de clima y salud pública.

El gobierno estadounidense no solo ha propuesto recortes de alrededor de 27% en la NOAA para 2026 y despedido a alrededor de 880 empleados (un 7,3% del personal), sino que incluye la eliminación de importantes instituciones, como la Oficina de Investigación Oceánica y Atmosférica (OAR). La decisión más reciente es la disolución del Centro Nacional para la Investigación Atmosférica (NCAR), en Boulder (Colorado), un centro de investigación climática y meteorológica de referencia mundial con alrededor de 830 empleados, al que tacha de “alarmista climático” y que quiere borrar de un plumazo. 

Pérdida de liderazgo

La consecuencia directa de estos recortes y esta apuesta por la anticiencia es la pérdida de liderazgo de EEUU a nivel global. Un artículo reciente en la revista de Forbes estima que los recortes propuestos a agencias como el NIH y la NSF podrían costar al menos 10.000 millones de dólares anuales a la economía estadounidense, porque la investigación pública tiene un alto retorno productivo. 

Las señales de alarma de este hundimiento del liderazgo son múltiples. Según una encuesta publicada por la revista Nature en abril, alrededor del 75% de más de 1.600 científicos están considerando emigrar de EEUU tras los recortes y el clima político, lo que sugiere un riesgo real de fuga de talento. Y los datos del Nature Index 2025 muestran que China ha superado a EEUU como líder global en producción científica de alta calidad.

Este descenso de la financiación estable y competitiva socava la ventaja que EEUU ha tenido históricamente en investigación básica y aplicada, y se extiende a otros terrenos como la tecnología aeroespacial, las industrias tecnológicas y las energías renovables, en las que China avanza a toda velocidad. 

La administración Trump canceló este año unos 7.600 millones de dólares en subvenciones federales a proyectos de energía limpia, justo cuando la revista Science ha elegido “el crecimiento aparentemente imparable de la energía renovable” en China como el avance científico más destacado del 2025. Entre los obstáculos en el horizonte, la revista cita el uso generalizado del carbón y la resistencia política en Estados Unidos que, según denuncia el editorial de la revista, está llevando al país a “no beneficiarse de sus propias innovaciones”.