A Rufino se le agotó el tiempo sin poder recuperar los restos de su padre en Villadangos

Olga Rodríguez

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Hace un par de semanas Rufino Juárez paseaba ágilmente por Villadangos del Páramo (León), en un encuentro con familias que, como la suya, buscan los restos de 70 hombres y una mujer asesinados y desaparecidos en 1936. Entre ellos, su padre.

Ese día, él y otros familiares se reunieron con el alcalde de Villadangos para pedirle por escrito que, “dada la edad de algunos familiares y el significado emocional y humano para todos ellos” agilizara los trámites requeridos para realizar una prospección en el lugar donde está la fosa.

Lúcido, de carácter alegre, culto y devorador de periódicos, Rufino Juárez, de 86 años, concedía en esos días, en su casa de Vegas del Condado (León), una entrevista a elDiario.es. La publicación de la misma no llega a tiempo para que él la lea. Rufino fallecía este miércoles en León, sin poder presenciar la prospección en busca de los restos de su padre, asesinado cuando él tenía dos años de edad: “Quiero intentar encontrar sus restos y enterrarlos con los de mi madre”, explicaba.

“Se nos agota el tiempo”

En 2018 Rufino Juárez colocó en la tumba de su madre una placa con esta frase: “RUFINO. 1897/1936 ...y seguimos esperando tu vuelta de tan largo 'paseo'. ¡Se nos agota el tiempo”. A pesar de que gozaba de buena salud, Rufino era consciente de su edad, y así se lo transmitió este verano al alcalde de Villadangos del Páramo.

Éste insistió a las familias en que el proyecto de exhumación –aprobado ya entonces por la Junta de Castilla y León– tenía que someterse a votación en la Junta vecinal, propietaria del cementerio donde se encuentra al menos una de las fosas con las víctimas desaparecidas.

Rufino y otros familiares indicaron al alcalde que esa votación no era vinculante, porque la ley protege el derecho a buscar los restos de las víctimas del franquismo. Aun así, la votación tuvo lugar y en ella participó activamente el primer teniente de alcalde, Alberto González (PP). Veintidós personas votaron no, dos en blanco y doce, sí. Otras optaron por no participar, por considerar que “una votación sobre algo así contradice la ley, los derechos humanos no se votan”.

Con tal resultado, hubo quienes clamaron que la prospección en busca de la fosa no debería llevarse a cabo. Pero tanto el vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Francisco Igea, como la Secretaría de Estado para la Memoria Democrática recordaron públicamente que la ley ampara las exhumaciones y que dicha votación no tenía valor alguno. Por tanto el proyecto para realizar una prospección sigue adelante, a través de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, de la que Rufino fue uno de los primeros socios. Pero él ya no podrá verlo.

El tiempo se nos agota como el agua del caño de mi pueblo, que gime y lloriquea frente al viento…

El padre de Rufino

“El tiempo se nos agota como el agua del caño de mi pueblo, que gime y lloriquea frente al viento…”, escribió Rufino Juárez en 2018 en un comentario publicado en el Diario de León. También se lo decía a menudo a las otras familias de las víctimas de Villadangos del Páramo, cuyos desaparecidos procedían de diferentes pueblos de la provincia y de la propia ciudad de León.

“Mi padre se llamaba Rufino, como yo, era de Vegas del Condado, tenía 39 años cuando lo mataron. Estaba casado desde 1920, era labrador, agricultor de pequeñas tierras de su difunta madre y de su padre. También era presidente de la Junta vecinal del pueblo”, recordaba Rufino hace dos semanas en conversación con elDiario.es.

“En 1936, cuando se produjo el golpe de Estado, en mi pueblo arrestaron a varios hombres. Un maestro, el alcalde. A otro lo cazaron a la orilla del río, leyendo. También al médico. Pasaron las semanas y la cosa parecía estar más tranquila, pero en octubre, el día 21, alguien le dijo a mi padre que se presentara de inmediato en el cuartel. También llamaron a Epifanio Llamazares, que era vocal de la Junta Vecinal de Vegas del Condado, a la vez que Depositario de fondos del Ayuntamiento”.

“Los montaron en un vehículo y se fueron a otros pueblos a recoger a más presos para llevarlos al campo de concentración de San Marcos. Tanto mi padre como Epifanio eran de Unión Republicana. La esposa de Epifanio y mi abuela eran primas de Félix Gordón Ordás, dirigente de dicho partido. Como diputado, Gordón Ordás había denunciado el maltrato de los detenidos por los golpistas de León”, recordaba.

“Nosotros siempre supimos que después lo llevaron a Villadangos para fusilarlo con otros”, añadía.

La orfandad

La infancia de Rufino estuvo atravesada por el asesinato de su padre y con la sensación de que él y sus hermanos eran distintos: “Cuando mi madre se quedó viuda salió como pudo, ayudada por mi hermano mayor, y cultivando una finca. Yo estudié en la escuela del pueblo, éramos unos noventa, nos sentábamos en bancos corridos. Recuerdo que a mí me colgaban los pies al principio. En los ratos libres jugaba con otros en las cuadras, el único sitio que había caliente”.

“Nos sentíamos distintos. Todo dependía del capital que tuvieras, hasta para andar con chicas. Pero sobrevivíamos. Al llegar el invierno el hijo del alcalde asesinado organizaba comedias, obras de teatro, que nos daban vida. También me refugié en la lectura. El boticario me regaló un libro, Las Indias negras, de Julio Verne. La cantidad de veces que lo leí…”

A veces mi madre me llamaba huérfano, y entonces parecía que el sol se ponía en sus ojos.

“Mi madre, Benilde, nació en 1900. Era abierta, con personalidad, con carácter, pero triste, tenía mucho por lo que llorar. Sabía leer y escribir, que por aquél entonces ya era mucho. No sembró mal en nosotros, solo consejos. A veces me llamaba huérfano, y entonces parecía que el sol se ponía en sus ojos. Leía una poesía de Gabriel y Galán que creo que se llamaba así, Huérfanos, y al leerlo en alto enfatizaba esa palabra. Gozaba con aquella energía de tristeza”.

Cuando Rufino creció y empezó a trabajar acudió un día a Villadangos del Páramo en busca de los restos de su padre: “Recuerdo que ya en los años cincuenta fui a Villadangos. Antes no era fácil, no teníamos coche, no había autobús directo desde aquí y mi madre no quería que fuera, tenía miedo que preguntar por los restos de mi padre me generara problemas”.

Recuerdo perfectamente la fosa de Villadangos antes de las obras de ampliación del cementerio: era verde, alargada, estaba hundida.

La búsqueda

“La fosa era verde, alargada, hundida, enorme, pues contaba con muchos durmientes. La recuerdo como si fuera hoy”.

“Hace unos años leí en la prensa que en Jaén se habían deshecho de una fosa en unas obras de ampliación, y habían tirado los restos a una escombrera de un polígono industrial. Pensé que cuánta falta de humanidad. Yo quiero saber qué pasa con la fosa de Villadangos. Si sigue ahí. Han construido tumbas nuevas encima de una parte, pero puede que se encuentren restos en la otra parte”.

Es mi padre y tengo derecho a recuperarlo y enterrarlo con mi madre, donde yo quiero, al igual que tú colocas los huesos de los tuyos donde quieres.

“Alguien me preguntó una vez que por qué era importante encontrar a mi padre. Pues porque el terror nos impidió enterrarlo entonces, recuperarlo y enterrarlo en nuestro pueblo. Porque es mi padre, y lo entierro donde yo quiero, con mi madre, al igual que tú colocas los huesos de los tuyos donde quieres. Porque hay dignificación en el proceso de búsqueda”, explicaba hace dos semanas.

A Rufino siempre le inquietó que alguien hubiera trasladado todos los restos de la fosa de Villadangos a otro lugar oculto: “Me pregunto si los movieron a otro lugar, si siguen donde estaban antes. Esas dudas no serán despejadas hasta que no busquemos, con el proyecto de prospección. Es como las familias de los militares que fallecieron en el accidente del Yak-42, cuando reclamaban todos los restos y enterrarlos dignamente. Empaticé mucho con ellas”.

Hace dos años Rufino y otras familias de desaparecidos en Villadangos empezaron a conocerse. Crearon un grupo de Whatsapp, en el que han estado comunicándose a diario, compartiendo recuerdos, atando cabos, avanzando en la búsqueda, forjando amistades. En alguna ocasión también conversaron por videoconferencia, para verse las caras.

“Rufino aparecía sonriente bajo el árbol de su casa y era imposible no quererle”, recordaba este miércoles unos de los familiares de las 71 personas desaparecidas en Villadangos. “Hemos creado fuertes lazos de afecto entre todas las familias, y eso de por sí es reparador. Le vamos a echar mucho de menos”.

Y pensé, ahí en mitad de mi boda, que en realidad lloraba porque me faltaba un padre, mi padre, el cariño del padre desconocido.

Rufino Juárez esquivó los obstáculos de la orfandad, de la escasez, del dolor de saber que su padre había sido asesinado, de la ausencia de un progenitor al que durante décadas no pudo reclamar. Creció intentado ser medianamente feliz, en Gijón, la ciudad donde consiguió un trabajo estable, donde conoció a su mujer y donde nacieron su hija y su hijo.

“Yo el día que me casé lloré. No sé si es porque ese día no pudo asistir mi hermano mayor o qué. La sensación es que me faltaba algo. Y pensé, ahí en mitad de mi boda, que en realidad lloraba porque me faltaba un padre, mi padre, el cariño del padre desconocido, que había muerto por la violencia de otros seres humanos. En momentos de mi vida importantes ese vacío ha estado presente”, confesaba hace dos semanas bajo la sombra que tanto amaba de su árbol en Vegas del Condado.

Ahora sus hijos y sobrinos toman el relevo para continuar la búsqueda del abuelo Rufino Juárez Fernández, asesinado y desaparecido aquél triste 22 de octubre de 1936.