La salida del armario LGTBI no termina nunca

Marta Borraz

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Hace poco que Juan Pablo entró a formar parte de un colectivo de pensionistas de su barrio, en La Latina de Madrid. Defienden pensiones dignas y la sanidad pública, pero entre reunión y reunión son frecuentes las conversaciones sobre sus nietos o lo que han hecho el fin de semana. “Yo de momento no he hablado de nada personal. Tienes que pensar si te merece la pena...”, reflexiona este hombre gay de 75 años. Nacido en plena dictadura franquista, cuando la homosexualidad era considerada un delito, este madrileño no hace mucho que decidió mostrarse ante todo su entorno tal y como es, pero la salida del armario aún continúa.

No es algo excepcional. Lo habitual al hablar de la visibilidad de las personas LGTBI es hacerlo como un hecho puntual, que se produce ante la familia y las amistades; que empieza en un momento dado y termina. Sin embargo, la realidad es que algo que no acaba. “Hay que entender que cuando hablamos de ”La Salida del Armario“ solemos referirnos a la primera, pero después se producen sucesivas y suelen ocurrir en relación a algún cambio: nuevos ámbitos sociales, educativos, vecindario, un nuevo trabajo... Lo normal es seguir saliendo del armario a lo largo de toda la vida”, explica Ignacio Paredero, secretario de organización de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB).

Los datos disponibles apuntan a que las personas LGTBI suelen estar fuera del armario de manera selectiva. La inmensa mayoría no lo están totalmente ni con la familia ni en el trabajo, según la mayor encuesta realizada hasta el momento por la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA): en el ámbito laboral, menos de la mitad (41%) asegura ser visible (como gay, lesbiana, bisexual o trans) con todos o la mayoría de sus compañeros, mientras que con la familia el porcentaje se incrementa al 47%. Con las amistades, el grado de apertura escala considerablemente y se sitúa en el 75%.

La presunción de hetero y cisexualidad

La realidad ha evolucionado y prueba de ello es la experiencia de personas como Juan Pablo, que vivió décadas entre el silencio, la discreción y el disimulo. Pero aún así no ha desaparecido la llamada presunción de heterosexualidad, es decir, concebir a priori que esa es la orientación de una persona hasta que se demuestre lo contrario. “No es que haya un rechazo mayoritario, pero en casi todos los espacios se da por hecho y entonces tienes que decir 'no, no, es que yo...'. Y al contrario, la heterosexualidad se expone todo el rato sin que se den cuenta, al hablar, por ejemplo, de la familia”, piensa Juan Pablo.

Ana Ojea, profesora de un instituto en Vigo, abunda en la misma idea: “Hemos mejorado como sociedad y al visibilizarnos no están admitidas las reacciones adversas o son muy escasas, pero el fenómeno de presuponer 'por defecto' que todas somos heterosexuales sigue demasiado presente en la vida cotidiana, aunque cada vez un número más creciente de personas cuidan estos detalles”. En su experiencia, una de las situaciones en las que más frecuente ha sido esta salida del armario que perdura a lo largo de la vida ha sido en la consulta ginecológica, donde las preguntas que le han hecho están claramente dirigidas a mujeres heterosexuales. “Cada vez que he cambiado de profesional he tenido que especificarlo”, señala.

Precisamente para intentar “romper con la dinámica de presunción de heterosexualidad”, Ojea se visibiliza como profesora lesbiana cada primer día de curso ante su alumnado como forma de “facilitar que quien lo desee también pueda hacerlo de forma segura”. Además, les pregunta su nombre y con qué pronombre dirigirse a ellos (él, ella o elle, en referencia a las personas no binarias) porque, asegura, la presunción también se da en relación con la identidad de género. Lo apunta también Paredero, de la FELGTB: “Se tiende a asumir sin saber que las demás son personas cis”, es decir, que no son trans y cuyo género coincide con el asignado al nacer.

Regresar a la invisibilidad

Ana G. Fernández salió del armario con sus padres a los 18 años, pero “no lo recibieron muy bien”. Pasó el tiempo y hubo parte de la familia a la que no llegó a decírselo, a pesar de ser cercana, hasta el año pasado, cuando se visibilizó con sus padrinos. Su caso demuestra que la salida del armario puede alargarse y que para las personas LGTBI el riesgo de volver a entrar a él en nuevos ámbitos siempre está presente. “Es increíblemente difícil salir, pero muy fácil volver a entrar”, dice la joven, de 33 años y presidenta de la Asociación pola Liberdade Afectiva e Sexual (ALAS) de A Coruña.

Es algo que atraviesan incluso las personas que, como ella, están en primera línea del activismo: “Mucha gente que parece que somos muy visibles, en realidad hay veces que nos volvemos a meter rápido en el armario”. Aunque ella se dedica profesionalmente al ámbito audiovisual, le ha ocurrido en algún trabajo esporádico que ha tenido como teleoperadora: “Te lo piensas porque no sabes muy bien en qué entorno estás, tienes que leerlo primero, saber cómo respiran tus jefes... La salida del armario de la que solemos hablar siempre es la primera, pero luego hay armarios a los que tienes que ir entrando y de los que tienes que salir constantemente”.

Y ocurre incluso en edades avanzadas, como la de Juan Pablo. Según un estudio de la FELGTB sobre personas mayores del colectivo, la visibilidad cae a partir de los 50, es decir, muchas regresan al armario a partir de esa franja de edad. Un espacio en el que ocurre y al que temen especialmente los mayores LGTBI son las residencias para la tercera edad: “Es algo que hablamos bastante. Puede que se dé rechazo explícito o también que son espacios en los que esto no se nombra o no se hace por que sean inclusivos”, reflexiona Juan Pablo, miembro del grupo de mayores del colectivo COGAM.

Algo casi rutinario, pero no inocuo

La primera salida del armario, con el círculo más íntimo y cercano, suele ser la más difícil, coinciden las voces consultadas para este reportaje, porque “se suele dar a edades más tempranas y suele haber miedo a que tus seres queridos reaccionen de forma negativa”, especifica Ana Ojea. Las siguientes, las que siguen sucediendo, se van volviendo más rutinarias, casi una costumbre, pero aún así “no quita que la persona pueda vivirlo como un momento estresante porque nunca se puede saber cómo van a reaccionar los demás”, cree Paredero, que pone el foco en la escalada de ataques LGTBIfóbicos que se han registrado en el último año.

Ojea también hace referencia a este “miedo” que se da en ocasiones, pero sobre todo considera que las consecuencias de “tener que visibilizarse constantemente” son “el cansancio, y el aburrimiento”; y, de hecho, en ocasiones “prefieres optar por el silencio porque se hace a veces violento el tener que mostrar tu intimidad a personas con las que no te apetece”, zanja la docente.