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La soledad agrava los efectos dañinos de las enfermedades sobre la salud

La soledad es un factor de riesgo para la salud / M. Miret.

Daniel Sánchez Caballero

“La vida sola es muy triste. Pero muy triste. Por la mañana aún, entre que haces el desayuno y te aseas. Pero por la noche cuando te acuestas... es lo peor que hay. No debería ser así, y somos muchísimos porque nos están alargando la vida porque estamos más cuidados que antes. Y llega una edad a la que toda la gente que conocías se ha ido. Conozco familias enteras que se han ido todos”.

Isabel Martín Bravo tiene 96 años. Vive sola en un piso en Madrid del que no puede salir por las tardes porque no tiene con quién y su estado de salud no le permite hacerlo por sí misma. Pese a su discurso, Isabel es alegre. Se ríe mientras habla con el periodista, no dramatiza su situación, aunque le gustaría que fuera otra.

Isabel es una entre las 4,6 millones de personas que viven solas en España (uno de cada cuatro hogares es unipersonal, según el INE) y por esa simple razón tienen más posibilidades de morirse. Bueno, por ser precisos, no por vivir solo. Por estar solos. Por sentirse solos —que no es lo mismo que vivir solo—, si es que alguien puede definir qué significa eso o cómo cuantificarlo más allá de la subjetividad de cada uno. Sea como sea, uno de cada diez ciudadanos dice sentirse solo “con mucha frecuencia, según un estudio que intentó arrojar algo de luz sobre el tema.

La soledad mata. Lo dicen las investigaciones. O, al menos, es un factor de riesgo para la mortalidad, según concluye el estudio conjunto de la Universidad Autónoma de Madrid y el Centro de Investigación Biomédica en Re de Salud Mental (CIBERSAM). El trabajo, titulado Asociación entre la soledad y la mortalidad, ha sido desarrollado por los investigadores Laura Rico-Uribe, Francisco Félix Caballero, Natalia Martín-María, María Cabello, José Luis Ayuso-Mateos y Marta Miret,

Los autores han cruzado la información de 35 artículos previos sobre la materia en un meta-análisis del que concluyen que la soledad tiene relación con varios problemas de salud, tanto física como mental, que se traducen en depresión, alcoholismo, problemas cardiovasculares, con el sistema inmunológico, Alzheimer o insomnio. Y, aviso a navegantes, el factor de riesgo para la mortalidad “es más fuerte en hombres que en mujeres”.

Más común en hombres

“La relación es más fuerte en hombres, posiblemente por varias razones”, explica Laura Rico, una de las autoras del artículo. “La primera es que las mujeres tienden a admitir más fácilmente sentimientos de soledad, y los hombres reconocen sentirse solos cuando la severidad y el impacto de estos sentimientos son mayores”, comienza.

Isabel no ha hecho ningún meta-análisis, pero coincide con Rico. “Un hombre solo no se apaña como una mujer. Una mujer se queda viuda con dos o tres niños y sale adelante luchando, trabajando, lo que sea. Un hombre se queda viudo y lo pasa mal”, afirma.

La segunda razón que alude la investigadora hace referencia a que la soledad está relacionada con la salud y “en ocasiones los hombres tienen actitudes negativas para acudir a los servicios de salud”.

“También –añade– podemos decir que algunos estilos de vida poco saludables, por ejemplo, el consumo de tabaco y el alcohol, están asociados con la soledad, y estos son más frecuentes en hombres que en mujeres”.

La misma investigadora señala la necesidad de estrechar la colaboración entre servicios sociales y de salud, así como entrenar a profesionales de la salud para identificar las necesidades sociales de los pacientes y referirlos a servicios adecuados a tiempo, con el fin de evitar mayores problemas de salud, gasto sanitario y aumento de riesgo de mortalidad.

El juez lo avisó

El estudio no lo menciona, pero quienes sufren la soledad, trabajan a su alrededor de alguna manera o intentan paliarla citan, aunque nadie les pregunte específicamente, por la deriva de una sociedad cada vez más individualista y menos preocupada por el vecino de al lado.

El magistrado Joaquím Bosch puso el asunto sobre la palestra con apenas 279 caracteres en Twitter: “Cada vez me pasa más, como juez de guardia, encontrarme con cadáveres de ancianos que llevan muchos días muertos, en avanzado estado de descomposición. No sé si está fallando la intervención social o los lazos familiares. Pero indica el tipo de sociedad hacia el que nos dirigimos”.

Si se le pregunta a Isabel, responde que más que dirigirnos, ya estamos en ella. “Ya no hay ese cariño, cómo ha cambiado todo”, observa. Ella echa de menos conocer a sus vecinos, tener relación con ellos. El progreso en forma de ascensor tampoco ayudó. “Antes los veías por la escalera, tenías más contacto. Ahora no ves a nadie. Y si te cruzas, saludas y ya”, lamenta.

Isabel palía esta situación con Gloria, la voluntaria que la visita semanalmente a través de la asociación Amigos de los Mayores y para la que solo tiene buenas palabras. “Estoy muy contenta con ella y con la asociación. Charlo con Gloria, tomamos café. ¡Incluso conozco a su chico! El día de la Almudena de hace un par de años me llevaron a comer a un restaurante”, cuenta.

Desde la asociación Amigos de los Mayores —que trabaja en generar vínculos afectivos y de amistad, de igual a igual, entre personas mayores y voluntarios, en una experiencia intergeneracional que produce beneficios a ambos, según su propia definición— también han detectado como esta deriva social afecta a los mayores, los más vulnerables. “Se ha llegado a tal impersonalización en las ciudades que no conoces a quién vive a tu lado y esto puede influir en las situaciones de soledad”, explica José Ángel Palacios, su responsable de comunicación.

Su proyecto Grandes Vecinos pretende poner en contacto a a residentes en un mismo barrio para que se hagan compañía y estén un poco pendientes unos de otros. “Es importante recuperar las relaciones vecinales”, dice Palacios, “pero también queremos que se regeneren los espacios públicos comunitarios”, añade. “En esta individualización de las ciudades se han ido perdiendo espacios que ponían en contacto y en común a las personas, espacios que facilitaban el intercambio. Puede parecer una tontería, pero por ejemplo los bancos de la calle además de para descansar pueden servir para conocer, para desarrollar una conversación”, explica.

Y esto puede ser un factor diferencial, explica Palacios: “La amistad con Gloria y su participación en las actividades de socialización que organizamos en la asociación provee de bienestar y mejora de su salud física y mental”.

El Ministerio de la Soledad

El problema ha alcanzado tal magnitud que en Reino Unido han decidido tomar cartas en el asunto y la Premier británica, Theresa May, anunció hace un mes la creación de una Secretaría de Estado de la Soledad para combatir un mal que en las islas afecta a 9 millones de personas. Hasta 200.000 mayores no han tenido una conversación en el último mes con algún amigo o familiar, según datos del Gobierno.

Según la comisión del Parlamento británico que ha estudiado el asunto, la “epidemia” de la soledad tiene relación con la pérdida de importancia en la vida de instituciones que mantenían la sociedad articulada y conectada como la iglesia, la familia, los centros de trabajo o los sindicatos. Incluso los bares o los supermercados.

En el estudio de la UAM sobre la soledad también se refieren al asunto, y citan que en Reino Unido creen que “si la soledad no se considera una prioridad, en 2030 la depresión y otros problemas de salud pueden aumentar, dada su relación con la soledad”.

El problema que detecta Palacios es que estos problemas no le importan a (casi) nadie hasta que no los sufre. “Nos preocupa la concienciación social, que se vea a los mayores con otra óptica. Parece que nos hemos convertido en una sociedad donde solo triunfa lo joven, lo que no tenga arrugas, cuando los mayores son personas capaces, empoderadas y que siguen aportando mucho a la sociedad”, reflexiona.

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