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El ADN antiguo revela la mutación que hizo posible montar a caballo y cambió para siempre el rumbo de las civilizaciones

Los caballos han sido animales de monta en diferentes culturas y épocas, lo que permitió que dejaran de ser simples bestias salvajes para convertirse en un recurso fundamental de la vida humana. Las sillas de cuero, los estribos metálicos y las riendas de cuerda fueron objetos creados para facilitar esta relación de dominio y manejo sobre el animal.

Esa adaptación material abrió la puerta a que los jinetes controlaran trayectos cada vez más largos con seguridad y firmeza. Gracias a esa práctica continuada, quedó demostrado que podían servir tanto en labores agrícolas como en desplazamientos militares, lo que enlaza con el hallazgo genético que explica cómo fue posible su domesticación inicial.

Una mutación genética permitió que los caballos pudieran soportar el peso de los jinetes

En sus orígenes, los caballos salvajes no estaban preparados para soportar un jinete, y el salto hacia la domesticación requirió mutaciones genéticas específicas que hoy se conocen gracias a la investigación científica publicada en la revista Science.

El equipo dirigido por Ludovic Orlando, en el Centro de Antropología y Genómica de Toulouse, analizó el ADN de restos equinos antiguos y encontró que una mutación en el gen GSDMC resultó determinante. El hallazgo demostró que este cambio favoreció una columna vertebral más estable y patas delanteras con mayor resistencia, condiciones que convirtieron a los caballos en animales aptos para la monta. Según explicó Orlando a La Vanguardia, esa transformación biológica dio pie al nacimiento de sociedades ecuestres capaces de modificar su entorno con rapidez.

Los investigadores comprobaron en experimentos con ratones que el mismo gen altera la curvatura lumbar y la coordinación motora, de modo que su efecto se repite en distintos mamíferos. Además, en humanos se ha relacionado con problemas lumbares, lo que subraya su influencia sobre la anatomía.

Una de las pruebas más llamativas que destacó el estudio es que, hace 4.700 años, menos del 1% de los caballos portaba esta mutación, y apenas cinco siglos más tarde estaba presente en casi todos los ejemplares.

La expansión de la mutación transformó la movilidad y el comercio en Eurasia

La expansión de esa variante coincidió con la salida de los caballos domesticados desde las cuencas de los ríos Don y Volga hacia otras regiones de Eurasia. Esa rápida difusión, imposible de explicar únicamente por selección natural, muestra que los primeros criadores favorecieron a los animales con esa característica.

Tal y como recoge Science, el cambio no solo modificó la anatomía, también abrió la puerta a nuevas formas de comercio, movilidad y guerra en una escala desconocida hasta ese momento.

Otro de los genes implicados, el ZFPM1, influyó en el comportamiento del animal. Su mutación redujo la ansiedad y el miedo, facilitando la docilidad necesaria para la interacción humana. En este caso, la selección fue más lenta, lo que sugiere que al inicio de la domesticación la prioridad estaba en obtener animales fuertes antes que mansos. Aun así, con el tiempo, esa variante acabó consolidándose como parte del perfil del caballo doméstico.

Los resultados del estudio revelan que también hubo mutaciones que aumentaron el tamaño de los caballos en distintos momentos históricos, en línea con la importancia que adquirió la caballería a partir de la Edad del Hierro. Los autores señalaron en Science que algunas de estas variantes aparecieron hace 2.700, 2.600 y 1.300 años, lo que encaja con la progresiva sofisticación de las prácticas de cría.

Hoy podría no haber ningún caballo

En un artículo complementario, el investigador Laurent Frantz, de la Universidad de Múnich, apuntó que este tipo de mutaciones surgen de manera rara y casual, y que sin la intervención humana podrían haberse extinguido. Tal y como escribió en esa publicación, “con un poco menos de suerte, la historia de los humanos hubiera sido radicalmente diferente”.

Esa perspectiva histórica muestra cómo un detalle en el ADN pudo marcar el rumbo de la humanidad y el de estos animales. Los caballos dejaron de ser criaturas indomables y se convirtieron en aliados imprescindibles, y ese salto biológico, aprovechado por las comunidades de Asia Central, todavía explica por qué hoy siguen siendo animales montables en todo el mundo.