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Razones

José Miguel González Hernández

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El mundo se ha vuelto loco. No se sabe qué se quiere ni cómo se quiere y se castiga el futuro por los daños del pasado. Esta fugaz reflexión viene a colación de las recientes elecciones celebradas en los Estados Unidos (más que nunca) de América. El hartazgo de parte (en este caso, la mayoría porcentualmente representada) de la población hace que el denominado establishment no pueda ejercer sus políticas económicas porque dichas políticas económicas no han logrado solucionar los problemas que tiene la sociedad o, al menos, no los ha sabido resolver al ritmo demandado.

En este sentido, la sorpresa se ha dirigido hacia la opción elegida sin que se haya podido ver o vislumbrar cualquier atisbo de responsabilidad por parte de los que han perdido la confianza del electorado. La autocrítica ha brillado por su ausencia, y se ha culpado a las entendederas del populacho. La duda es si no se ha entendido el mensaje, o simplemente no se ha sabido explicar.

En España ha pasado lo mismo (con la diferencia de que las encuestas han tenido menos margen de error). ¿Es creíble que la mayoría se equivoque? Sin pretender insultar ni faltar al respeto, depende de la altura cultural a la hora de creerse cualquier cosa que se nos dice. Ahora bien, cuando nada tienes, nada pierdes, sobre todo si se tiene en cuenta que la copia termina por hacer lo mismo que el original, llegando incluso a alcanzar una situación de exuberancia irracional y terminando por creer en los milagros, más allá de la multiplicación de los panes y los peces, o en transformar el agua en vino sin más trabajo que una mirada o un gesto.

Pero no. Los objetivos que se marcan (o los que nos marcan), teniendo más o menos justicia en su formulación, ocasionan esfuerzo y sacrificio. El aspecto diferencial es que el esfuerzo y el sacrificio siempre caen del mismo lado. Y hasta ahí hemos llegado. Preferimos las promesas potencialmente incumplidas al engaño manifiesto, de forma que aceptamos que nos coloquen un pie sobre el cuello por quien sabemos que odiamos antes que un beso en la mejilla por quien dice querernos con locura. Pero así somos y así se lo contamos.

Lo que sí es cierto es que, según maduran las sociedades, el exceso de normas y cortapisas ponen en entredicho los procedimientos. Por ello, tal vez, y solo tal vez, debamos aspirar a tener un mayor entorno de libertad que permita realizarnos, y no tanto aparentar una configuración social que lo único que hace es reproducir un esquema que nos va asfixiando poco a poco.

Mucho razonamiento filosófico pudiera parecer que se aborda, pero debemos espabilarnos por nosotros mismos y no esperar a que nos despierte una bofetada de esta pesadilla.

José Miguel González Hernández

Economista

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