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Andalucía decidirá el papel de la ultraderecha en España

Candidatos a las elecciones de Andalucía. EFE

Rosa María Artal

La noticia de la noche electoral en Andalucía será Vox, se dice. Si ha conseguido o no escaños y cuántos en su caso. Las encuestas siguen en el tablero fijo de opciones. Las urnas solo cambiarán, si así se cumplen, los porcentajes, sorpassos en su caso, y ese comodín de la ultraderecha nata a la que unirán sus fuerzas PP y Ciudadanos que compiten con ellos en esa banda extrema. Una forma de coronar la degradante imagen de la política que ha mostrado la campaña, esencialmente en la derecha. Es cierto que sí se dilucida en Andalucía el papel de la ultraderecha, del fascismo -no seamos melindrosos- en España. En el sentido de que se extrapolarán los resultados logrando en contagio la profecía autocumplida.

Apenas cabe más que ver al candidato del PP pidiendo el voto a una vaca. Moreno Bonilla se ha soltado el pelo para emular a los altos cargos del PP. Y todos ellos han hecho una campaña de dejar boquiabiertos. Un puro insulto a la inteligencia de los votantes, a la mínima sensibilidad también. Un continuo disparate. La corrupción que enfanga las siglas se ve ahora adornada por el esperpento.

Por cierto, las jornadas de reflexión no existen ya de facto. Hasta el mismo domingo la prensa afín, la aún conocida como grandes medios, seguirá haciendo campaña por los suyos. Se juegan mucho. La sociedad también: su futuro.

El ideario, común a los tres partidos de derecha, lo ha resumido Rafael Hernando en un tuit. El antiguo portavoz (portacoz para los amigos) ha quedado como un sesudo ideólogo al lado de la nueva dirección del PP. Se trata de sintetizar en un párrafo los tópicos base: aliados de independentistas, destruir España, viejos amigos de la ETA, comunistas y bolivarianos. Y hay humanos que se lo tragan. Y políticos capaces de soltar este discurso sin sonrojarse.

Catalunya ha sido clave en la campaña. Pieza fundamental en los debates. Ciudadanos ha colocado en su bus electoral a Puigdemont y a Junqueras. Hasta ese punto. Cargos electos por Catalunya como Rivera y Arrimadas utilizan su propia comunidad para, desacreditándola en parte, conseguir votos en Andalucía. Arrimadas es andaluza y catalana según donde esté y no descarten que ande preparando maletas para Madrid.

Ciñéndonos a Andalucía, las dos candidatas, Susana Díaz y Teresa Rodríguez, han dado veinte vueltas a sus opositores varones. De forma llamativa en los debates. Cuarenta años del PSOE en el poder son muchos años, y habría que airear las alfombras. Pero difícilmente va a ocurrir con el nuevo triunfo del PSOE previsto. La frescura y fuerza de Teresa Rodríguez le ha hecho ganar muchos puntos, pero tampoco es previsible que se haga con una mayoría. Todo puede pasar, sin embargo. Para eso se vota.

Aquí estamos hablando de la amenaza que representa la ultraderecha sentada en centros de poder, como ya lo hace en parlamentos de Europa. La UE de los negocios la ha dejado crecer tratando después de contener sus recortes de derechos y libertades con sanciones mínimas. A Hungría y Polonia por ejemplo. Varios otros están en espera.

El PP y Ciudadanos ya solo hablan de represión. De recentralizar, de aplicar el artículo 155 en la Catalunya de sus obsesiones para cortar y reprimir. De endurecer leyes. Hasta la ley del menor. Se diría que, en concreto Pablo Casado, no tiene la educación entre sus usos y costumbres prioritarias.

Y Vox. Aventuran la posibilidad de que logre escaño en varias provincias. Ya veremos. En Almería parece más probable. El discurso xenófobo contra la emigración cala en sectores de la sociedad que han usado malamente esa mano de obra para sus viveros. Será que quieren mandar a sus hijos, padres y abuelos –ya saben, la jubilación tardía que propugnan- a cocerse bajo los plásticos donde se cultivan hortalizas por sueldos mínimos.

La ultraderecha crece en las crisis cuando no se usa la razón para el análisis sino las vísceras revueltas. Los medios han hecho mucho por darla a conocer y hasta por lavar la imagen en algunos medios. Un espectáculo de Revista Mongolia ha sido inicialmente suspendido en Valencia por amenazas fascistas. La delegación del gobierno dice que garantiza su celebración y sí lo habrá. Pero la ultraderecha coacciona, decide. En impunidad. El gobierno precisa mucha más firmeza en este terreno. Ya pasa factura. Y lo que queda. Claro que ya vemos lo que sigue pasando en la justicia.

El fascismo ya está aquí. Rivera dice que no lo ve, aunque tenga delante cincuenta banderas con aguiluchos franquistas, porras y gritos. Déjenme que lo repita una vez más. Aunque sepa que apenas servirá para nada si los ciudadanos no toman conciencia del problema. El fascismo no es una ideología, no es comparable a ninguna otra -ni al comunismo como quieren asimilarla los propios ultraderechista-.

El fascismo es un virus letal, una estrategia para acabar con la democracia, con derechos y libertades. Propugna la represión y la desigualdad, porque cree en la superioridad de unos seres humanos sobre otros. La de ellos mismos. Lo que no deja de ser curioso en múltiples especímenes fascistas. Lean, estudien, apaguen las teles viciadas. Vean, al menos, películas de la Segunda guerra mundial, oigan las canciones de la resistencia francesa al nazismo, por ejemplo. No es diferente ahora.

Karl Popper, un filósofo austriaco que vivió casi todo el siglo XX con sus tragedias incluidas, formuló la paradoja de la tolerancia que encaja perfectamente con el momento actual. Popper concluyó que, aunque parezca paradójico, para mantener una sociedad tolerante, hay que ser intolerante con la intolerancia. Porque, de no hacerlo, la capacidad de ser tolerante finalmente será reducida o destruida por los intolerantes.

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