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España en rehabilitación

La primera muleta

Gabriela Wiener

En la unidad de rehabilitación de un hospital público se puede ver de cerca a un país. Yo, por ejemplo, desde que me rompí el hombro, acudo cada semana a ese lugar para enderezarme. Somos muchos y diversos los que componemos este territorio para la recuperación y la enmienda. Eso sí, este es un país en el que la mayoría estamos rotos, por diversos motivos.

Estamos los que nos caímos y a los que los hicieron caer, pero todos tenemos en común que hemos olvidado cómo levantarnos. O, simplemente, no podemos hacerlo aún solos. O estamos cansados de depender siempre de los mismos.

Vistos desde fuera parecemos más o menos funcionales, porque las crisis y los quebrantos van por dentro. Nadie sabe demasiado lo del otro. Y nos hacemos pocas preguntas mientras nos crujen los huesos. También aquí, como suele pasar en un país muy que es muy viejo, abundan las personas mayores y cansadas, pero nuestras rutinas se parecen a las de los bebés que se mueven por primera vez. Tenemos que ir despacio, paso a paso, ganando un terreno que antaño fue nuestro. Es como si alguien hubiera retrocedido el tiempo para nosotros. Y hubiera que recuperar lo que se nos arrebató en el camino.

Hay un señor chino y una señora china. Un hombre sudamericano que está aprendiendo a caminar de nuevo. Y yo. Somos todos los migrantes. Los demás son españoles. Para que luego digan. Bueno, no. Uno de los fisios es francés.

Yo pertenezco a la comunidad del hombro quebrado. En comparación con mis compañeras soy joven y lozana. Hay una señora con la que solemos levantar pelotitas de arena o un palo de escoba o rodar con un rulo, que solo tiene un hijo que no piensa darle ni un nieto, aunque el PP le ofrezca carnet de familia numerosa por un embrión. El hombre de la camiseta metalera, con el que comparto el ejercicio de las poleas, se cayó al suelo por borracho y se rompió los dos hombros. Bebía, dice, para olvidar que vivía.

¿Por qué la palabra hombro se parecerá tanto a hombre y a hambre?

Pero en este país no podemos dejarnos llevar por las apariencias. Pensaba que la mayor de todas nosotras solo tenía un hombro roto pero tiene muchas más cosas rotas. Se cayó en la calle, como su marido, que nunca se recuperó de esa caída y murió poco después. Vive hace años sola. No tiene hijos, ni nietos. No sabe quién la recogerá si vuelve a caerse. Lo peor es que es una duda razonable para la gran mayoría de la gente.

La unidad de rehabilitación de este hospital es por muchas razones no solo una muestra de este país sino es este país a secas. En el momento de la evaluación del daño y la promesa vana de la cura, cuando siempre se puede ir a peor. Algunos que se han roto un poco y los que se han roto en mil pedazos irán a votar y otros no. La señora que vive sola y camina despacio dice que irá a votar, pero que seguro llegará la hora de salir corriendo. No sé a qué se refiere, qué es exactamente lo que la haría huir de este país en rehabilitación. He tenido miedo de preguntárselo. Lo que sí sé bien es lo que me haría huir a mí.

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