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Opinión - El extraño regreso de unas manos muy sucias. Por Pere Rusiñol

Obligados al auto rescate

Santiago Abascal (Vox), Cristiano Brown (UPyD) y Pablo Casado (PP) en la manifestación de Colón.

Elisa Beni

“La abdicación de la responsabilidad política por parte de los líderes establecidos suele señalar el primer paso hacia la autocracia en un país”

Levitsky y Ziblatt. “Cómo mueren las democracias”

No nos va a quedar otra. Vamos a tener que declararnos en emergencia y auto rescatarnos, si es que esto es posible tal y como se están poniendo las cosas. Las cosas pintan feas. La encuesta del CIS puede ser muy profesional, muy prolija, muy pegada a la realidad en los comicios pasados, pero la encuesta del CIS se ha producido justo antes de que entraran en juego los acontecimientos que todos temíamos pudieran empañar la estrategia de videojuego de Iván Redondo. Tezanos ha preguntado a 18.000 españoles justito antes de que se produjera la sentencia del procés, los disturbios en Cataluña y la reacción a todo ello. No es una crítica, que un trabajo de campo en condiciones lleva tiempo y dinero pero que todo esto iba a remover las circunstancias profundas del voto, sobre todo del conservador, era algo para lo que no hacía falta ser un spin doctor ni porras en vinagre. Servía con un poco de sentido común.

Yo les conté en junio que mi nivel de cabreo estaba rozando lo estratosférico en Yo no voto, que no era sino una forma de decirles a estos descerebrados que no podían jugar con nosotros hasta el infinito. Lo hicieron. No voy a entrar ahora en el juego imbécil de determinar si unos tuvieron más culpa que otros porque eso no aporta nada a mis argumentos. Lo hicieron. Desde mi personal percepción con más culpa de Sánchez y su gurú que de Podemos y su ultra líder pero, lo siento, no puedo descargar de culpa a ninguno de los dos porque no ejerzo de hooligan sino de discreta ciudadana que ve peligrar un gobierno de corte progresista y que aprecia la amenaza de los otros, sin que sean estos de Amenábar, pero sabiendo que aun en su inocente versión es posible vencer sin convencer y jodernos a todos.

Soy totalmente sincera cuando digo que he perdido gran parte de la ilusión y del empuje y de la creencia en que podríamos construir algo distinto y mejor. Ni siquiera tengo claro, a día de hoy, si la intención de los partidos progresistas y de izquierdas (que ni me importa hacer la distinción para apaciguar) nos puede llevar a una colaboración efectiva tras las votaciones. Lo peor de todo es que a mí me pagan como analista política y como tal ejerzo y si a estas alturas no han conseguido que yo entienda lo que va a pasar, lo que puede pasar, lo que quieren que pase, no me cabe duda de que lo llevan jodido con el resto del personal que se considera más zurdo que diestro. Se lo explico al pollero cada día cuando me pregunta, a pesar de que él está muy envalentonado tras haberme ganado la apuesta sobre que, al final, no pactarían y nos dejarían en la estacada. No tengo ilusión y me aprieta el cabreo y hasta la desafección pero ya me imaginaba que esto iba a lograr entusiastas justo donde yo no quiero. Veo así esa campaña cutre y fantasma, pero muy de la época, con los carteles en Vallekas y las menciones en Facebook para convencer a la gente de izquierda de que no merece la pena votar y ¡ay! entonces me doy cuenta de que ni el agravio de Iván Redondo merece que nos arrebaten un fragmento imperfecto de la idea de España que sostenemos.

Las encuestas, lo sabemos desde la época de Gallup en 1940, no sólo hacen fotos sino que tienen efectos directos sobre el voto. Tienen el efecto de vagón de cola, o de apoyo al ganador; el efecto underdog, o de apoyo nostálgico al perdedor; el efecto momentum, o de apoyo al que sube y el efecto útil, o de cálculo del rendimiento. Es verdad que nos movemos en una época de cierto caos demoscópico, con cierto regusto al desmadre de las elecciones de 1979, y que sería muy importante lograr al fin una legislación moderna para las encuestas pero, a pesar de todo ello, no podemos negar la evidencia de que se masca el drama. La tendencia a la subida del PP y de Vox y los tropezones del voto a las opciones progresistas por la desmovilización de los votantes de izquierda no nos dejan mirar para otro lado. Ni siquiera como Sánchez cuando dice que el PSOE es un partido que mira hacia la izquierda, que ya me gustaría a mí, que soy una desorientada, saber dónde hay que estar para mirar hacia la izquierda, que no debe ser en la izquierda misma.

Nos podemos encontrar con un vuelco que los partidos del trifachito no van a desaprovechar. No quiero ni pensarlo. Tampoco quiero dar pábulo a esas conversaciones de corrillo que apuntan a que todo esto es una genialidad de Redondo para volver al bipartidismo y que habría un contubernio informal por el cual los dos partidos principales se irían absteniendo para permitir que gobernara el que más votos tuviera. Tampoco voy a tener el cinismo de decirles que he comparado los programas, ¿cuáles? ¿cuándo? ¿quién habla de ellos?, para tomar mi decisión de voto. No lo voy a hacer porque ni siquiera sé a cuál de ellos voy a votar aunque, esos sí, me he dado cuenta de que tengo que votar y no por ninguno de ellos sino por mí misma. Salgo en mi auto rescate. Que nunca me pueda decir que un partido de ultraderecha llegó al gobierno de mi país porque me dio un cabreo y un ataque de dignidad. Borro lo que les dije. Saldré a votar a alguna opción progresista.

Iván, si lo que barajaste fue que los votantes de izquierda siempre son más responsables que los propios partidos a los que otorgan su voto, entonces eres un genio. Pero me temo que no fue así y que también te superaremos a ti en eso. Auto rescate.

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