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Las mascarillas caseras que hace una profesora de León para donarlas a un hospital local.

María Ramírez

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Uno de los momentos más reconfortantes del año en Estados Unidos sucede en Acción de Gracias. Antes de cenar, todos los asistentes van diciendo uno a uno por qué o por quién están agradecidos ese año. He participado en el mismo rito en familias grandes y pequeñas, en grupos de amigos o de colegas, entre jóvenes y mayores, en ciudades y pueblos, entre inmigrantes y nativos. Puede parecer un gesto cursi, pero es inevitable no sentirse mejor después de decir en alto “gracias” por algo, por alguien.

Hace unos días, un lector al que le aclaramos una duda entre Laura Olías, nuestra reportera de información laboral, y yo nos escribió: “El agradecimiento es la memoria del corazón”.

No se me ocurre mejor momento para practicarlo.

Nuestro espacio público sigue lleno de voces estridentes, políticos sin escrúpulos, timadores crueles, ignorantes maliciosos, privilegiados que se saltan las reglas y dan lecciones refugiados en sus segundas residencias de la playa o la montaña, tipos que ya tenían decidido por unas siglas quién lo iba a hacer bien y quién lo iba a hacer mal en esta crisis antes de que empezara, ideólogos que no dan tregua a cualquier persona fuera de su círculo haga lo que haga y tantos otros que no están a la altura.

Las crisis no cambian a las personas, las retratan.

También nos ofrecen la oportunidad de conocer a más personas o conocer mejor a algunas que tenemos cerca y que no vemos de verdad, encerrados como solíamos estar en nuestra pequeña rutina.

La mayoría de la sociedad está dando una lección de trabajo y dignidad que debería ocupar nuestro espacio físico y mental. Por supuesto, las personas que están en primera línea, de las que depende ahora mismo nuestra vida, pero también muchas otras que contribuyen de manera pequeña y esencial con lo que pueden aportar a aliviar las dificultades de los demás.

Gracias a la médica de guardia que está pendiente toda la noche de que una mascarilla no se mueva, a la residente que intenta no romperse cada noche después del horror, a la médica que no puede ver a su hija pero sigue luchando. Gracias al investigador que busca la vacuna e intenta darnos esperanza con todo lo bueno que ve. Gracias a las jóvenes farmacéuticas de mi calle que aguantan el tirón con calma y hasta una sonrisa. Gracias al policía que le lleva las bolsas a una señora o a los que cantan a los niños el cumpleaños feliz. Gracias al Jemad por sus metáforas que, como poco, nos hacen sonreír. Gracias al repartidor que agradece los ánimos después de dejar la bolsa rápido en la puerta, tal vez con miedo y seguro con prisa.

Gracias a María por coser mascarillas en sus ratos libres entre cuidar a su madre, sus hijas y sus alumnos. Gracias a Josefa, de 83 años, por animarnos y apoyarnos con lo que le da su pensión. Gracias a tantas socias, gracias a tantos socios, que nos apoyan con su dinero, sus ánimos y sus buenas ideas. Gracias a Elena, por querer ayudar a las personas sin hogar con comida, ropa y lo que puede. Gracias a la vecina que nos proyecta desde su ventana películas de Charlie Chaplin en el muro de la iglesia de enfrente y se las enseña por Zoom a los vecinos cuyas ventanas no dan a esa calle. Gracias a Amancio por ayudar con su dinero y cambiar el vestido de los puntitos por las batas que salvan vidas.

Gracias a mis compañeros de redacción por cada hora dedicada a buscar y a entender la información aunque estén enfermos, aunque estén desbordados con el cuidado de hijos, padres y madres, aunque estén abrumados por la soledad y la distancia de los suyos. Gracias a los equipos de las demás redacciones, especialmente a los de la radio y la televisión pública, que nos informan e inspiran con tanta dedicación. Gracias al tipo que se disfraza cada día y se asoma al balcón para que se rían sus vecinos. Gracias a los que nos cantan. Gracias a todos los que ayudan. Mi espacio es vuestro.

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