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La alternativa al plástico no es otro plástico sino menos plástico

Steven Depolo (CC)

José Luis Gallego

En la búsqueda urgente de un material alternativo al plástico para la fabricación de envases, la industria parece apostar ahora por los llamados biopolímeros o bioplásticos: unos materiales que, pese a aportar notables ventajas, pueden generar algunas confusiones que conviene aclarar.

Los envases elaborados con bioplástico se nos anuncian como ecológicos por parte de la industria al estar elaborados a partir materia vegetal, lo que los convierte en 100% biodegradables y/o compostables. Pero ojo porque una cosa no es lo mismo que la otra.

Para determinar las virtudes de los bioplásticos como alternativa a los plásticos sintéticos procedentes del petróleo hay que diferenciar claramente el concepto “biodegradable” del concepto “compostable”.

Como ya hemos explicado otras veces en este rincón del diario, la palabra biodegradable es un ardid, un falso comodín que se ha buscado la industria del envasado para llevarnos a engaño durante años. En realidad todo material es biodegradable. En el caso de un envase, lo importante es aclarar cuánto tarda en hacerlo y qué huella tóxica deja en el entorno.

Un envase de plástico puede tardar siglos en biodegradarse. Pero es que, además de eso, cuando lo hace libera como residuo los elementos químicos que lo conformaban y que acaban contaminando el medio ambiente.

Por eso, lo realmente importante para poner en valor el carácter biodegradable de un envase es determinar el tiempo que tarda en degradarse y la carga contaminante que dejará al hacerlo. Y ahí entra en juego un concepto mucho más interesante: el de compostable.

A diferencia de un envase biodegradable, el envase compostable se degrada completamente al ser abandonado en el entorno. Además lo hace en un corto período de tiempo y sin dejar ninguna carga contaminante en el medio natural. Por eso los envases de plástico compostable pueden ser depositados en el contenedor marrón, ya que (en teoría) cuando llegan a la planta de compostaje, se convierten en compost junto al resto de la materia orgánica. Pero hay más.

Para que los envases compostables sean a su vez sostenibles, deben proceder de restos vegetales o de plantas no cultivadas ex profeso, ya que en ese caso nos enfrentaríamos a un problema similar al que causaron los cultivos energéticos dedicados a la obtención de biocombustibles, que acabaron encareciendo el precio de los alimentos a los que antes se destinaban esos mismos campos de cultivo. 

Y, en todo caso, otro tema importante es cómo vamos a recoger los envases vacíos elaborados con bioplástico compostable, porque ahí podemos tener otro lío muy gordo, ya que los envases orgánicos no pueden ir al mismo contenedor en el que echamos el resto de envases y envoltorios de plástico, o sea: el amarillo. El actual sistema de recuperación y valorización no lo permite. Si mezcláramos unos con otros, entorpeceríamos la labor de las plantas de selección y eso acabaría afectando al proceso de reciclaje en su conjunto.

Entonces, ¿será necesario poner un nuevo contenedor en las calles para echar los envases de bioplástico? Porque si la solución es echarlos en el marrón, ¿cuántos envases inorgánicos acabarán en su interior por error? Lo dicho: ¡vaya lío!

Por todo ello, me atrevo a señalar que los bioplásticos elaborados con polímeros orgánicos no son la solución al problema de la contaminación por plástico. La verdadera solución pasa por reducir de manera drástica y urgente el uso de éste material a todos los niveles y en todos los sectores. La mejor solución al plástico es menos plástico. Y mientras avanzamos en ese sentido, sigamos investigando para aportar soluciones efectivas y eficientes al lío en el que nos hemos metido.

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