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El brindis de Pablo Iglesias

Pablo Iglesias en el Congreso de los Diputados.

Montero Glez

En Irlanda, cada vez que se levanta una pinta de cerveza dispuesta al brindis, es muy típico pronunciar un deseo que, de cumplirse, resulta revelador. Porque el citado brindis irlandés viene a desear que el diablo muerda los talones a tus enemigos y así puedas reconocerlos por su cojera.

Puestos a imaginar, imaginemos que esto es una taberna irlandesa y que Pablo Iglesias es uno de sus parroquianos dispuestos a alzar su pinta de cerveza. De cumplirse el brindis, nuestro amigo de la coleta se hubiese asombrado al comprobar cómo el diablo va dejando cojos a sus compañeros –y compañeras– de mesa. Es por eso, y no por otra cosa, que el movimiento Podemos empezó a renquear nada más echar a andar.

Llevaba el germen de su propia descomposición cargado en el núcleo irradiador de los que no ven más allá de sus propios intereses. Niñatos –y niñatas– que se vinieron arriba con el apoyo de la intelligentsia, ese grupúsculo de gente pija y “estupenda” que cada vez que abre la boca, lo hace para hablar mucho y decir nada; gente selecta, ya digo, que confunde cultura con almacén de datos. El diablo irlandés hubiese dejado cojos y cojas a más de alguno y alguna. En fin, que se vayan a freír espárragos o, mejor, empanadillas, pues, con sus maniobras para dinamitar Podemos desde dentro, han entregado –y siguen entregando– el poder a la derecha.

Recuerdo la tarde en que la cosa empezó a torcerse, poco después de las elecciones del 2015, cuando unos titiriteros acabaron en el trullo por una denuncia que vino desde el mismo Ayuntamiento “del cambio”. También recuerdo una de las últimas veces que subí a Madrid, y que estuve con el amigo Pablo Iglesias. Le llevé la novela de Liam O’Flaherty, titulada El delator. Pablo no la había leído y se mostró muy interesado en la historia que cuenta; la de Gypo Nolan, un antiguo activista que delata a un compañero de armas para hacerse con una recompensa y huir con ella por las calles del Dublín de principios de los años veinte.

Está escrita de tal manera que llegamos a sentirnos más cerca del delator que de sus víctimas, pues, el mismo delator se nos presenta como víctima. Son los trucos de la ficción; el juego de espejos dispuesto a lo largo de un camino que ha trazado el mismísimo diablo.

Ahora, antes de que sea tarde, toca hacer un alto en el camino y brindar con el amigo Pablo Iglesias para que el diablo siga afilando sus dientes.

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