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La cuesta de septiembre

Sánchez cabizbajo mientras Iglesias interviene en el debate de investidura, Foto: Marta Jara

Miguel Roig

Los momentos más curiosos del debate de la investidura fallida del presidente, que culminó el jueves, se centraron en el nuevo campo semántico de Albert Rivera (banda, botín), el giro de Gabriel Rufián a su personaje y la oferta de Pablo Iglesias, a último momento, renunciando al Ministerio de Trabajo a cambio de gestionar las políticas activas de empleo. En directo, en el pleno del Congreso, y subrayando que la idea se la había trasladado “una persona con mucha autoridad dentro del PSOE” (este diario informó, posteriormente, que fue el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero quien inspiró esa petición de Iglesias). Un matiz misterioso que abonó aún más el formato de reality show de este debate.

Los analistas políticos cifran el fracaso en la premura e improvisación de las negociaciones comparando este proceso con, por ejemplo, el modelo alemán que demandó a los dirigentes del SPD y la UDC no menos de ochenta días. Igualmente laborioso ha sido el pacto del Estado Federado de Brandeburgo, entre los socialistas y Die Linke (La Izquierda), una confluencia de excomunistas y otros pequeños partidos de izquierda.

La premura e improvisación quedó patente al negociar, en directo, un acuerdo que debería haber llegado atado al Congreso pero, de ser así, no hubiera cumplido con las premisas de la telerrealidad. Hay que recordar que, en los últimos años, se consolidó el formato los sábados por la noche, en los platós de televisión, en el que los políticos y los periodistas sustituyeron a los famosos por relación de programas como Sálvame para escenificar, en directo, frivolidades (por ejemplo, la noche que Esperanza Aguirre le dijo al líder de Podemos: “Repita conmigo, los etarras son asesinos”).

En el gran teatro de Oklahoma de Kafka cada uno actúa de lo que es y no como un actor que representa un rol. Aquí es todo lo contrario. Como en un reality, los personajes se presentan con sorprendentes imposturas. El diputado Rufián, quien llegó a enseñar una impresora desde su escaño a la entonces vicepresidenta Sáenz de Santamaría, para ilustrar la procedencia de los votos del referéndum catalán, esta semana puso en escena a un político mesurado. Rivera, quien en 2016 acordó un programa de gobierno con los socialistas, ahora usa un vocabulario agresivo, fuera del marco parlamentario, propio de la parrilla vespertina de Telecinco, registrando, eso sí, un curioso eco del estilo de Mateo Salvini o del de Boris Johnson, sin el talento de este último.

En esta línea, como en el reality, sin un guion claro, el candidato a la presidencia y el resto de diputados intercambiaron culpas, reproches y traiciones, de manera sentimental, sin que estuviera ausente la tensión, ya que surgían imprevistos, como la oferta de Iglesias, en directo, a último momento o circulaban rumores como el de la posibilidad de pedir un receso, por parte de Alberto Garzón, para intentar conseguir un acuerdo in extremis. Tal como el formato lo exige, sin rumbo aparente y a golpes de emoción, se llegó a la votación sumiendo a la audiencia en la frustración.

Edgar Morin dijo en su día que el 15-M denunciaba pero no enunciaba. La expresión de aquellos foros públicos es Podemos y Podemos sigue sin articular, si no un cambio, al menos un avance en dirección contraria a la amenaza real de la articulación del Partido Popular, Ciudadanos y Vox. Lo señaló, sorprendentemente, Gabriel Rufián: en septiembre todo será mucho más difícil. Ni que decir, noviembre.

Una vicepresidencia y tres ministerios, Sanidad, Vivienda e Igualdad no han sido suficientes para armar el primer gobierno de izquierdas desde la República.

Pablo Iglesias parece seguir la huella de David Copperfield: “Escribo para saber si soy un protagonista o un actor secundario: al final del libro se sabrá”.

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