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La teoría conspiranoica total

Bill Gates recibe la máxima condecoración que otorgan las autoridades niponas

Jose A. Pérez Ledo

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Despierta.

Todo gira en torno al poder.

Los adalides del Nuevo Orden Mundial, con base en Estados Unidos, no pueden tolerar que China les arrebate el liderazgo global. Al fin y al cabo, han invertido mucho esfuerzo y dinero para alcanzar esa posición.

Asesinaron al creador del motor de agua. Mataron a JFK para que no revelase el falso alunizaje, y a su hermano Robert para que no descubriese que, de hecho, la Tierra es plana. Incluso acabaron con Carrero Blanco cuando este se disponía a hacer público que, en 1968, el gobierno franquista compró Eurovisión para que ganase Massiel. Demasiado esfuerzo, demasiado dinero como para verse ahora superados por los chinos.

Todo empezó en los años 50, cuando los illuminati filtraron a la prensa documentos OVNI para desviar la atención de las armas ultramodernas que, por entonces, creaban y probaban en el Área 51. Pronto descubrieron, sin embargo, que había una técnica de control de masas mucho más eficaz que la bélica: la biológica.

A finales de los 50, inyectaron agua a miles de bebés enfermos de polio. El experimento sirvió para demostrar que la población lo aceptaba sin cuestionarlo siquiera. Empezaba la era de las vacunas.

A la población mundial se le inyectaron toxinas, DDT, cloro y, desde hace unos años, nanobots. Algunos experimentos salieron mal, provocando autismo y creando nuevas enfermedades como el SIDA. Era, sin embargo, un precio pequeño por el dominio mundial.

El club Bilderberg, cara pública del poder reptiliano, pronto comprendió que la superpoblación era un obstáculo para sus planes, y puso en marcha diversas estrategias con el objetivo de contenerla.

A través de Hollywood, impulsaron el consumo de tabaco. Aumentaron el CO2 para generar un calentamiento global artificial y, por tanto, una extinción controlada. Diseñaron crisis económicas cíclicas, primero a través del ordenador Deep Blue, luego por medio de inteligencia artificial. Armaron al islamismo radical y planificaron los autoatentados de 11-S con la esperanza de provocar la Tercera Guerra Mundial. Pero la población seguía aumentando.

A un grupo formado por los mayores genios del planeta, entre los que se encontraban Steve Jobs y Bill Gates, se les encargó diseñar un “dispositivo de control individual a un precio asequible”. Inventaron el teléfono móvil.

Por medio de este aparato, Ellos pueden vernos, oírnos y seguirnos, lo que les permite analizar nuestros patrones de comportamiento. Pero el proceso es lento, de ahí que Gates haya pasado años probando, en África y Sudamérica, una nueva tecnología capaz no ya de analizar nuestra conducta, sino de predecirla. En 2018 esa tecnología estuvo por fin lista. Se llamó 5G.

En 2019, meses antes de su implantación global, China anunció que desplegaría su propia versión del 5G. El Nuevo Orden Mundial no podía permitirlo. Se dio entonces luz verde al llamado Proyecto Paréntesis (Parenthesis Project), concebido en plena Guerra Fría y cuyo objetivo era sumir el mundo en un estado de animación suspendida durante el tiempo que fuese necesario.

Para implementarlo, un virus diseñado por científicos del MIT, el SARS-CoV-2 fue liberado en Wuhan, la ciudad más poblada del centro de China. Las proyecciones computerizadas pronosticaban que, en solo tres meses, se habría diseminado por todo el mundo, colapsándolo por completo.

Si las predicciones mayas se cumplen, para 2021 todo esto habrá sido en vano, ya que una civilización intraterrestre superevolucionada emergerá fruto del calentamiento global y tomará el control del planeta. A no ser, claro, que el gobierno de Israel haga realidad sus planes de clonar un nuevo Jesucristo a partir del ADN de sus descendientes.

Una cosa es segura: pase lo que pase, no lo leerás en los periódicos.

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