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“Ella quería saber”: la profunda raíz educativa del feminismo

Residencia de Señoritas, estudiantes en la Biblioteca. / ARCHIVO DE LA RESIDENCIA DE SEÑORITAS. FUNDACIÓN JOSÉ ORTEGA Y GASSET-GREGORIO MARAÑÓN

Juan Miguel Baquero

Eva mordió una manzana en el paraíso y, siglos más tarde, formaba parte de la revolución del 68. De un símbolo a otro hay un largo trecho marcado por la transgresión. Y para ocupar su espacio, social y en la historia, la mujer blandió un contumaz recurso: la educación. Como ocurrió con la Residencia de Señoritas, aquel homólogo en femenino de la Residencia de Estudiantes que cumple el centenario de su fundación.

De ahí los primeros feminismos, “movimientos silenciosos como la marea que sube”. Esa íntima raíz docente. “La educación es una demanda femenina de raíces muy profundas”, como cuenta en el seminario La Institución Libre de Enseñanza, la Universidad y la “mujer moderna” la Catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Salamanca, Josefina Cuesta.

Es el marco construido por el Centro de Estudios Andaluces, en colaboración con la Casa de la Ciencia de Sevilla, para recuperar la historia de la Residencia de Señoritas creada en 1915 por la Junta de Ampliación de Estudios de la Institución Libre de Enseñanza. Aquel centro tenía un objetivo: formar a mujeres libres, modernas e independientes. Dejó de funcionar en julio de 1936 y desapareció tras la Guerra Civil.

Romper las fronteras femeninas

Hay un momento en la historia en que la mujer deja “su habitación, su celda, el espacio pequeño”. Es el feminismo revolucionario, que rompe esquemas, salta muros y provoca nuevos paradigmas. La tarea consiste en conquistar el “espacio público” y en ello participan desde Isabel de Villena a María de Zayas, desde María de Maeztu a Victoria Kent.

Mujeres que “empujan la frontera de las limitaciones femeninas”, narra Josefina Cuesta en la conferencia Mujeres universitarias y feminismo. Como la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana de finales del XVIII. Siglos de transgresión que estallan en la pasada centuria y tienen aún “cuestiones pendientes de nuestra época”, desigualdades más allá de los feminismos: de género, clase y etnia.

Porque hubo un largo camino desde que aquella primera mujer de las narraciones monoteístas tomara el fruto prohibido del paraíso, de aquel árbol del conocimiento. Y queda por andar. “La educación, la cultura y las letras forman parte de su demanda cuando no de su patrimonio”. Demandas y patrimonio histórico en femenino.

Como lo fue la Residencia de Señoritas ubicada en la calle Fortuny de Madrid, un hito en la formación de las mujeres de la época. La historia, de nuevo, recuerda sólo la labor de la Residencia de Estudiantes aunque el paralelo femenino dirigido por la pedagoga María de Maeztu supuso una renovadora apuesta orientada a promover el acceso de las mujeres a la Universidad.

Mujeres “libres y modernas”

Era un espacio privilegiado para el aprendizaje general y no exclusivamente académico. Un lugar capaz de hacer a las mujeres “libres y modernas a través de la formación y el acceso al trabajo”. Por allí pasaron Victoria Kent o Magda Donato, mujeres ligadas a la Edad de Plata de la cultura española y que jugaron un papel destacado en la II República.

Hasta “la oscura noche del franquismo que acabó con la Residencia de Señoritas”, apunta la directora del Centro de Estudios Andaluces, Mercedes de Pablos. Una de las particularidades de la institución era que permitía continuar la etapa formativa en universidades europeas y americanas. Todo quedó sepultado. Y en el recuerdo, aquel encuentro en el salón de actos de la Residencia, donde Federico García Lorca leyó por primera vez Poeta en Nueva York.

A partir de los “años dorados de los primeros feminismos”, cuenta Josefina Cuesta, las mujeres convierten “en una cuestión política esta cuestión social o personal que es la educación”. Rompen el argumento de la “virilidad”, crean organizaciones como redes intelectuales. Introducen su “militancia revolucionaria”, cambian el paradigma hasta una “modelo de mujer moderna” que se encarna en pleno siglo pasado y llega a tener presencia mayoritaria en la Universidad. Aunque quedan, todavía, esos “techos de acero, los que aún no se han roto y representan desigualdad”.

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