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Carta con respuesta es un blog del escritor Rafael Reig. Dejad vuestros comentarios en este blog sobre vuestras preocupaciones políticas, sociales, económicas, teológicas o de cualquier índole, y él os responderá cada martes.

A Sarayu Caulfield

Rafael Reig

No salgo de mi asombro al leer este elogio de la capacidad de realizar varias tareas simultáneamente que dicen que tienen unos tipos a los que llaman “nativos digitales”. No me queda claro si, al hacer dos cosas a la vez, ¿hacen alguna de las dos mejor? ¿O al menos una de ellas? Tampoco sé si se trata de tareas mecánicas o de tareas como, por ejemplo, la lectura de Hegel.

A lo mejor, como dice uno de los comentaristas, estamos hablando de que estos chicos tienen mucha facilidad para dispersarse.

Hacer dos o más cosas a la vez no presenta la menor dificultad para nadie, nativo digital o nativo de Albacete. Lo complicado es aprender a concentrarse. A mí no me cuesta nada jugar al ajedrez al mismo tiempo que leo el periódico. El único problema es que pierdo la partida y no me entero bien de las noticias.

Los nativos dactilares (o como nos llamen) fuimos educados para aprender a concentrarnos. Nos hemos disciplinado para enfocar toda nuestra atención en una sola cosa y hemos comprobado que aumenta nuestra eficacia y nuestra capacidad de comprensión. A mí, por ejemplo, me resulta inútil poner música si estoy leyendo. Una de dos: o de pronto levanto la cabeza del libro y compruebo que hace ya media hora que ha acabado el disco o escucho la música y abandono la lectura. Para nosotros, la intensidad es una ventaja, además de un placer. Supongo que, si me empeñara, podría acostarme con mi novia mientras hago un crucigrama, pero ¿vale la pena intentar semejante majadería?

Estoy dispuesto a admitir que quizá otra forma de trabajar arroje resultados mejores. Pero me gustaría que me explicaran por qué y que lograran demostrármelo. A lo que no estoy dispuesto es a hacer un acto de fe, como parecen reclamarnos.

Otra cosa es, por supuesto y entre paréntesis, la atención periférica, que resulta de gran ayuda, porque está modulada y dirigida hacia la tarea principal.

Un ejemplo de credulidad supersticiosa son afirmaciones como ésta: “Los adolescentes de hoy son nativos digitales, y esto podría hacerles más capaces de adaptarse al mundo multitarea de hoy”, afirma la señorita Caulfield, que no sé en qué mundo vivirá.

¿Es acaso el “mundo de hoy” más multitarea que el de ayer? ¿De verdad?

Suena bien, pero da por sentado algo que en absoluto es evidente.

Parece más evidente que el habitante de las cavernas, hace 30.000 años, se enfrentaba a un mundo tan multitarea o tan monótono como la cajera de un súper de hoy. Si acaso, según afirman los antropólogos, sería mucho más multitarea el mundo del paleolítico. Cada adolescente neandertal sabía todo lo necesario para su supervivencia, desde fabricar herramientas a cazar o recoger alimentos y hacer fuego o ropa de abrigo. Un día de caza de un neandertal requería mucha más atención intensa a diferentes cosas (muchas de ellas mortíferas) que el día normal de cualquier oficinista. Hoy en día, la inmensa mayoría de las personas dependemos para casi todo de lo que saben otros. Un neandertal y nuestros abuelos comprendían casi todo aquello que usaban a diario, sabían cómo funcionaba y hasta podían repararlo. Nosotros no comprendemos la mayoría de las cosas con las que nos relacionamos cotidianamente, no sabríamos construir ni un avión ni una bombilla, ni siquiera tenemos muy claro por qué calienta un microondas.

¿Cómo puede Caulfield decir esas cosas tan arbitrarias y quedarse tan campante?

Pues puede porque a las “nuevas tecnologías” le sobran unos pocas letras que esconden su verdadera naturaleza: no son más que “nuevas teologías”.

Casi mejor creer en Dios que en la libre empresa, porque al final sólo se trata de eso. Caulfield puede afirmar que es formidable estudiar mientras se chatea con el móvil. Es una tontería (y seguro que ella lo sabe o lo sabrá si se para a pensar en ello), pero suena bien y además, qué casualidad, es muy beneficioso para las empresas telefónicas.

Toda teología o tecnología está siempre al servicio de ciertos intereses económicos.

Luis Buñuel dejó escrita antes de morir una frase que ya había utilizado en una película: “Mon horreur de la science et ma haine de la technologie m'emmèneront, finalement à cette misérable croyance en Dieu”. Mi horror ante la ciencia y mi odio a la tecnología me conducirán finalmente a esa miserable creencia en Dios.

No fue así, murió sin fe, como había vivido.

Por mi parte, soy tan ateo con respecto a cualquier Dios como con respecto a la tecnología y, como se suele decir: si no creo en la religión verdadera, ¿cómo voy a creer en las falsas?

De la ciencia nada digo, porque al menos de momento no se ha convertido en cuestión de fe.

 

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