Tú no te signifiques

Pues ni idea, no había oído nunca su nombre, pero no pongo en duda su excelencia. Lo que me llamó la atención es otra cosa. Como imagino que le pasa a muchos, en los diarios hay titulares que te agarran por las solapas y te empujan a seguir leyendo. “Lo que yo piense no puede interferir en mi trabajo”, leí y me quedé atónito. Me pregunté qué trabajo tan irrelevante y mecánico podría tener esa persona para que ni la sombra de un pensamiento se atraviese nunca entre ella y lo que hace o le mandan hacer. Claro que a lo mejor es al contrario: qué pensamiento tan inocuo, tan inane, tan para poco será el que desaparece durante el horario laboral. Y resulta que esta persona, Mónica Terribas, es periodista, y además afirma: “Nunca he explicado lo que pienso o lo que voto. En ningún sitio. No lo encontrará publicado en ningún lado.”

Qué nostalgia. La idea de que el pensamiento (sobre asuntos públicos) es privado y hasta secreto me ha llevado de vuelta al franquismo en el que pasé los primeros años de mi vida. “Tú, sobre todo, no te signifiques”, era el consejo unánime en una dictadura, donde el pensamiento, si no coincide con el oficial, delinque, así que mejor no explicarlo nunca, en ningún sitio, y que nadie lo pueda encontrar publicado en ningún lado (por si acaso). Volvemos al parecer a aquellos tiempos y a la (interesada) ingenuidad de que se puede dar información sin ideología. Althusser decía que “la ideología no tiene exterior”. Es como las gafas, ves a través de ella. La pretensión de esta periodista, que afirma que “no tenemos que dejar interferir a nuestra ideología”, a mí me suena tan estrambótica como si dijera que no podemos permitir que las gafas se interpongan en nuestra visión de la realidad. Por otra parte, ya sabemos y recordamos de la dictadura que la ideología más transparente siempre es la dominante, ni se nota que la llevas puesta y con ella puedes hacer de todo, la ideología-tampax. Son siempre los otros los que están “ideologizados”, por supuesto, o “intoxicados”, como se decía en otros tiempos.

Si el rechazo del pensamiento y de la ideología me dejó patidifuso (¡en una periodista nada menos!), más me asombró la idea complementaria y no menos nostálgica (a la par que neoliberal) de que el salario es un secreto. ¿Cuánto gana esta señora? Según dicen, 260.000 euros fijos por temporada más incentivos que podrían llegar a los 175.000. Por esa pasta ya no es tan inexplicable dejar el pensamiento en el guardarropa antes de entrar al trabajo. Lo curioso es que, cuando le preguntan si es verdad o no, se niega a contestar. “No me corresponde a mí desmentir ni decir lo que cobro”. ¿Ah, no? Pues a mí me parece que sí, a quién si no, aunque otra cosa es no quiera responder. Siempre he creído que el salario de todos debe ser público y que no habría medida más revolucionaria que poner en todos los lugares de trabajo un tablón con el sueldo de cada uno. Quizá sólo eso bastaría para transformar la sociedad, así que no me sorprende que la ideología capitalista se defienda con la peregrina noción de que el salario es un asunto privado.

Por cierto, 80 euros brutos por este artículo, por si a alguien le interesa.

Según esta periodista, la ideología y el salario se parecen en que forman parte de la vida privada. No estoy de acuerdo, aunque creo que la ideología acaba siempre pareciéndose al salario en muchos otros sentidos. Al final todos tenemos la ideología que nos podemos permitir con nuestro sueldo o la que nos permite ganar ciertos sueldos.