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Europa: ese juego de claroscuros

Antoni Castells, Presidente del Consejo Asesor de la Fundación Catalunya Europa

Barcelona —

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Desde hace bastante tiempo, y aún más con la crisis, Europa se ha convertido muy a menudo en la cabeza de turco de todas las cosas que no funcionan bien. Y la verdad es que hay muchos terrenos en los que cabría esperar bastante más de la actuación de Europa y en los que la falta de integración política, y la tibieza y la lentitud para adoptar las medidas necesarias, son directamente responsables de la magnitud de los problemas a los que nos enfrentamos.

Pasados siete años desde el comienzo de la crisis (cuando en Wall Street se produjo la crisis de las hipotecas sub-prime en agosto del 2007) y seis años después de su estallido con toda la fuerza, con la quiebra de Lehman Brothers en septiembre del 2008, Europa se ha convertido en el enfermo del mundo. Después de sufrir, como los Estados Unidos (y Japón y otros, por supuesto), la primera recesión en el año 2009, y cuando el mundo ya estaba saliendo de ella, la economía europea volvió a recaer (en los años 2011-2013) y ahora, que parecía que la recuperación ya era un hecho, de nuevo ha perdido empuje y están sonando todas las señales de alarma.

Europa ha cometido un doble error. Uno es el mal diseño de la unión monetaria. Se ha querido forjar una unión monetaria sin unión política (unión fiscal y unión bancaria) y la realidad pone de relieve las enormes, casi insalvables, limitaciones de este intento. El otro son las políticas económicas aplicadas. En contraste con los Estados Unidos, a partir del año 2010 la Unión Europea dio un giro radical a su política. Pasó de la política de estímulo fiscal a la política de consolidación fiscal. De la política de anteponer la recuperación del crecimiento a la de anteponer la reducción del déficit público a cualquier precio.

A diferencia de los Estados Unidos, Europa dio más prioridad a la austeridad que a los estímulos al crecimiento. Unos cuantos años después, los resultados saltan a la vista: los Estados Unidos ganan a la UE tanto en el terreno del crecimiento como en el de la reducción del déficit público. Las políticas de austeridad adoptadas no sólo han perjudicado el crecimiento (cosa que era perfectamente previsible), sino que, además, no han permitido reducir el déficit más deprisa que los Estados Unidos; más bien todo lo contrario, porque han hecho entrar a la zona euro en una espiral recesiva.

Ahora parece que hay un consenso cada vez más amplio sobre este punto. Difícilmente saldremos de la crisis si no se adoptan políticas expansivas de demanda. Y puesto que queda poco recorrido para hacerlo con la política monetaria, porque el tipo de interés ya está a cero, hay que utilizar la política fiscal. Ahora bien, esto sólo se conseguirá si se hace a escala europea y de una manera coordinada. Porque no todos los países tienen el mismo margen para hacerlo (los que todavía tienen un elevado nivel de déficit o de deuda no tienen ninguno) y porque en un contexto de economías muy abiertas como son las europeas, estas políticas sólo son eficaces si se aplican a nivel europeo.

Juncker, el nuevo presidente de la Comisión, parece que lo tiene claro. En su programa figura la necesidad de impulsar un programa europeo de inversión pública de 300.000 millones de euros. Y, de hecho, cuando a principios del año pasado abandonó la presidencia del Eurogrupo (la reunión de los ministros de finanzas de la zona euro), reconoció –un poco tarde, es cierto– que se habían infravalorado los efectos recesivos de las políticas de austeridad. Draghi también está insistiendo, en las últimas semanas, en la necesidad de este cambio de orientación. Y en el mundo académico, a pesar de que con menos fuerza que en los Estados Unidos, hace bastante tiempo que se oyen voces (como las de De Grauwe o Dréze) que se expresan en este mismo sentido.

De manera que es cierto que el camino hacia la construcción europea está lleno de dificultades y que los gobernantes europeos no han estado a la altura que muchos esperaban a lo largo de la crisis. Hay oscuros, sin duda. Pero no sólo oscuros. Porque el hecho es que ante una circunstancia en la que todo el proceso de integración europea podía, sencillamente, saltar por los aires, Europa ha sabido mantenerse. No más que esto, es cierto, pero se ha mantenido. En julio del 2012 la zona euro estuvo a punto de caer por el barranco y el euro a punto de romperse. Las primas de riesgo de los países periféricos estaban por las nubes, y los mercados financieros cerrados. Han pasado dos años y aquí sigue el euro. ¿Las instituciones que tienen que acompañar a una unión monetaria no son tan sólidas como querríamos? No lo son, es cierto. Pero se han dado pasos en la institucionalización de la zona euro que, simplemente, eran impensables hace un tiempo.

Las recientes elecciones europeas han acabado teniendo una carga política bastante superior a la que podía pensarse tiempo atrás. El nuevo presidente de la comisión, J.C. Juncker, tiene una autoridad nunca vista por ninguno de sus antecesores. La autoridad que le da ocupar su puesto no sólo porque ha sido designado por los jefes de estado y de gobierno, sino porque así lo han querido los ciudadanos europeos al ser el primero de la lista ganadora de las elecciones. El presidente del Parlamento (M. Schultz) es un europeísta convencido. El presidente del Consejo de la Unión (D. Tusk) es una persona que, como primer ministro de Polonia, ha mostrado su compromiso inequívoco con la causa de Europa.

La Unión Europea es una construcción de los estados, sin duda. Pero la realidad nos ha mostrado los límites a los que conduce una dinámica estrictamente inter-gubernamental. La nueva etapa que se abre después de las elecciones europeas y con la constitución de la nueva Comisión nos debería llevar a la recuperación del protagonismo perdido por el motor integracionista. Es decir, a un refuerzo del proceso de integración política europea para llegar a la creación de un verdadero gobierno democrático europeo.

* Este artículo fue publicado en el editorial del newsletter de octubre de la Fundación Catalunya Europa.

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