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“Marie Curie murió por no tener un laboratorio propio”

Hope Jahren, la chica del laboratorio

Marta Peirano

La vida de laboratorio es una mezcla de rutina, precisión, estoicismo, curiosidad y asombro. Por suerte, Hope Jahren creció en una familia de origen escandinavo donde dominaban el trabajo, el silencio y medio año de nieve. Hoy analiza en su tercer laboratorio el impacto del calentamiento global sobre las plantas, desenterrando hojas fosilizadas hace 50 millones de años para saber, entre otras cosas, cómo sobrevivían durante meses en la oscuridad. De paso explica cómo funciona un espectrómetro, cómo sobreviven las plantas sin poder huir del peligro, cómo infectan las bacterias un tubo de hospital y qué nutrición nos ofrecerá un boniato cuando la temperatura empiece a subir de verdad.

El New York Times ha comparado a Jahren con dos de los divulgadores más venerados en sus disciplinas, el neurólogo Oliver Sacks y el paleontólogo Stephen Jay Gould. El pasado fin de semana estuvo en Kosmópolis, el gran festival literario del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, como parte de su fascinante programa sobre inteligencia vegetal. Y para hablar de Labgirl -en España La memoria secreta de las hojas- , un bellísimo homenaje a su padre, a las satisfacciones sutiles de la investigación científica, al caos compartido con espíritus afines como Bill Hagopian (su alma gemela y, lo que es más inspirador, no su pareja).

Pero, sobre todo, a la persecución de la gracia, ese destello de iluminación divina que sólo se consigue cuando estas dispuesto a pasar mucho tiempo en el silencio y la oscuridad. Si aspiran a tener una hija científica, este es el libro que le van a regalar.

El silencio es uno de los personajes protagonistas de su libro.

Aprender a concentrarme en silencio durante largos periodos de tiempo ha resultado ser una habilidad fundamental. Hay cosas que sólo se pueden conseguir así. También saber compartir espacio con otra persona sin necesidad de hablar. La universidad es un lugar donde se habla demasiado. Otra de las cosas que valoro mucho es que trabajar en silencio me permite escuchar lo que escribo. Lo puedo decir y escuchar al mismo tiempo, y esto es fundamental.

Este libro es su manera de relacionarse con el mundo.

Es verdad. Y también espero que este libro, y lo digo de manera ambiciosa, no arrogante, suba el listón de la literatura científica y nos obligue a respetar más a nuestro lector. En mi experiencia el lector es perfectamente capaz de procesar información compleja. Pero tienes que querer dedicar todo lo que tienes, todos tus habilidades, a transmitir ese conocimiento. Y trabajar sólo, por tu cuenta, durante 20 años, es lo que te despierta esa necesidad. Porque si no transmites lo que has aprendido en este tiempo, es como si no hubieras existido.

Otro motivo recurrente es la necesidad de que el trabajo sea su propia recompensa.

Eso es fundamental: cada día tiene que ser su propia recompensa. Porque los premios, los libros, los ascensos pueden no llegar, o llegar demasiado tarde. ¡O llegarle a la gente equivocada! No puedes depender del prestigio ni de los demás para darle sentido a tu trabajo. El mundo tiene sus propias motivaciones y es injusto. Y en investigación siempre hay cosas que no funcionan, que salen mal. Si funcionaran siempre no serían experimentos sino métodos. Y cuando pasas un día entero probando algo que no funciona, tienes que tienes que ser capaz de darle valor. No ha habido un solo día en el laboratorio que no estuviera dispuesta a vivir de nuevo. Si dependes del sistema, que es injusto, extraño y arbitrario, cada experimento fallido acabará contigo. Lo que saques de cada día será lo que te lleves. Esperar la gloria es una receta para la desesperación.

También hace que los sacrificios y las privaciones se conviertan en aventura.

¡Lo son! Cuando el libro salió mucha gente me escribió horrorizada porque Bill [Hagopian, entonces su técnico de laboratorio] viviera en un coche. Decían: nadie debería tener que vivir de esa manera. Y le pregunté: ¿he arruinado tu vida? ¿Fue tan horrible? Y me dijo: ¡fue la época más feliz de mi vida! Estas cosas no siempre tienen sentido en el momento. Tienes que vivirlas y pensarlas pero pueden pasar años antes de que tengan sentido. La vida tienes esto. Como cuando lees libros complejos y no entiendes muy bien lo que lees hasta que un tiempo más tarde te encuentras en la misma situación y esas lecturas vuelven para ayudarte, como una revelación.

Su padre era físico, pero usted escogió la botánica. Que no es precisamente la disciplina científica mejor subvencionada, ni la más popular entre las mujeres. ¿Por qué eligió las plantas?

Me gustan las plantas porque son el problema más difícil con el que me encontré. Las cosas en química, en física, se suelen portar bien. Puedes predecir las reacciones, controlar el experimento. Pero cuando introduces organismos vivos, todo enloquece. Si tienes cien plantas y las riegas todas, ninguna se comporta igual. El nivel de complejidad es infinito. Y no las puedes entrevistar ni nada.

Por otra parte, estudiando plantas tienes ventajas que no tienes con otros organismos. Por ejemplo, puedes matarlas a voluntad. Puedes tener 10 plantas y dejar de regarlas solo para ver cómo de rápido se mueren. [En su charla puso un vídeo demostrativo que angustió a gran parte de la audiencia]. Esto no lo puedes hacer con animales. Puedes ir mucho más rápido, mucho más lejos. Esta combinación de complejidad en el sujeto y libertad en el estudio fue lo que me atrajo.

Ahora dedica gran parte de su tiempo a hacer autopsias de plantas que murieron hace 50 millones de años y a recrear atmósferas imposibles para ver qué plantas sobreviven, y cómo.

Me interesa muchísimo entender cómo las plantas han sobrevivido durante tanto tiempo. Las plantas estaban en la tierra millones de años antes de que hubiera nada parecido a un ser humano. Han sobrevivido muchas cosas: cambios climáticos, cambios geográficos. Las plantas que existen ahora son solo una expresión de todo lo que pueden o podrían ser.

El Eoceno es interesante porque había muchas plantas muy cerca del Polo norte. Entonces hacía más calor, y era de noche gran parte del tiempo. Esto es muy estresante para una planta. Hoy en día, por mucho calor que haga, ninguna planta sobrevive a tres meses de oscuridad.

Sin embargo, aquellas plantas sobrevivieron en la oscuridad.

No sólo sobrevivían sino que prosperaban! Eran bosques frondosos, ecosistemas florecientes. ¿Cómo lo hacían? No lo sabemos. Por eso yo quiero entender lo que significa ser una planta en el planeta Tierra, con todos sus misterios.

Cuando habla de algunos de sus métodos, el libro parece un capítulo de CSI. Parece increíble que se pueda inferir tanto de tan poco, especialmente cuando ese poco lleva muerto varios millones de años. Por ejemplo: ¿cómo sabemos qué temperatura tenía la tierra en ese momento?

No lo sabemos. Pero sabemos que había algunos organismos que no eran muy diferentes de los reptiles que hay ahora. Y te preguntas cosas como cuál es la tolerancia fisiológica de un reptil. Estamos todos de acuerdo en que no se congelaba, pero hay diversidad de opiniones sobre si eran 12ºC, 15ºC o 18ºC.

El Eoceno empieza con un brusco cambio climático. ¿Qué nos enseña ese periodo sobre el progresivo calentamiento global?

De momento, que el hielo es lo único en lo que las plantas no pueden crecer.

También pensábamos que no podían sobrevivir a tres meses de oscuridad, y parece que no es el caso.

Es verdad. Tienen que ser capaces de conseguir nitrógeno y no sabemos cómo lo hacían en la oscuridad. Estamos valorando distintas hipótesis, como la posibilidad de que hibernaran, un estado de latencia residual. Para una planta, frío y oscuro es diferente de cálido y oscuro. En cualquier caso, en el momento en el que tienes tierra, existe la posibilidad de que crezca algo. Lo hemos visto en Escandinavia con los glaciares y los bosques, que vienen y van con los deshielos. En Siberia el deshielo ha liberado mucha tierra que se poblará de bosque, si lo dejamos.

Irónico que el deshielo causado por el calentamiento global haga crecer los bosques.

Sí, pero cuidado. El problema de almacenar todo ese carbono en los árboles es que son soportes que mueren muy deprisa. El bosque completa un ciclo cada cien años, es un almacén muy a corto plazo. Y el carbono que sacamos de las entrañas de la tierra en forma de petróleo y después liberamos en la atmósfera en forma de gases requiere un contenedor a largo plazo, como volver a meterlo el lugar profundo del que salió.

Hay quien habla de conseguir meterlo en la tierra a través de las raíces árboles, y que eso nos daría un margen de mil años en lugar de cien. Pero a la velocidad a la que liberamos ese carbono, no tiene sentido. No soy optimista sobre el cambio climático. Una gran parte de mi piensa que ese tren ya ha partido.

Pero ser pesimista es la mejor excusa para no hacer nada. ¿Y si se equivoca?

Exactamente. Y también está la otra cuestión de cuánta energía necesitamos en el planeta para alimentar y resguardar a todo el mundo. Si partimos de la premisa de que todo el mundo debería tener acceso a una sala de emergencias, que todo el mundo debería tener luz para poder estudiar y leer después de que anochezca, etc. y aplicas toda esa energía a siete mil millones de personas, y después nueve y después trece, no puedes quedarte parado.

¿Cómo se llama en botánica a una especie que crece por encima de los recursos que necesita para sobrevivir?

Ya se cómo dices. Pero nuestra primera responsabilidad es alimentar y resguardar a todos los seres humanos. Por eso el reto más importante de la civilización humana es descubrir cómo explotar estos recursos y convivir con ellos al mismo tiempo. Y la tendencia histórica es plantear este reto en términos de dicotomía: o salvamos a los árboles, o seguimos como hasta ahora. Cuando en realidad hay diferencias en nuestra explotación: no es igual cortar un árbol para plantar comida que hacerlo para poner una base militar. Tenemos que dejar de contar los árboles que cortamos y empezar a valorar para qué los cortamos en primer lugar. Y no tengo respuestas, creo que es un problema esperar que los científicos sepamos responder a estos problemas tan complejos.

Parte de nuestro problema viene de dejar esas respuestas en manos de políticos y de grandes compañías. ¿No es mejor seguir el método científico?

Los científicos son sólo personas. Algunos somos mujeres. Cuando eres mujer en el sector, siempre te arrastran al asunto de la próxima generación: cómo será la ciencia del futuro, cómo debemos enseñar ciencia a los niños, cómo hacer que haya más niñas estudiando ciencia. Esto me parece extremadamente interesante: ¿por qué no hay programas para que más niños quieran ser enfermeros? Los niños no necesitan ser “arreglados”, ni que les ayudemos a decidir lo que van a ser.

Mi aportación a este problema es tratar de contar cómo es trabajar como un científico. ¿Piensas que es un trabajo seguro, donde cobras siempre a final de mes? Pues no es así. ¿Crees que es un trabajo aburrido, con un horario de 9 a 5? Te equivocas completamente. Esto es lo que puedo aportar a las niñas para que se hagan científicas: contar exactamente cómo es, para que entren en este mundo con los ojos bien abiertos.

Sospecho que su libro va a producir más científicas de las que se imagina. Aunque dedica gran parte a relatar lo duro que es ser mujer en un laboratorio.

Es más fácil ser mujer en un periódico? No hay un lugar mágico al que ir para que todo sea diferente. Hay un desequilibro aprendido y fundamental en las estructuras de poder entre hombres y mujeres, que encuentra su expresión en todos los aspectos de la vida humana: los profesionales, los domésticos, los lúdicos. Pero existe la extraña expectación de que la ciencia debería estar por encima de este desequilibrio, porque es racional, lógica, noble, etc. Y es todas esas cosas pero también es ese irracional, resentida, emocional, infantil, injusta. Y el libro quiere mostrar eso, que estamos en este noble proyecto, tratando de encontrar el sentido de la existencia, pero que lo hacemos trabajando hasta tarde, comiendo comida basura, conduciendo nuestras chatarras de un lado a otro. Una cosa no quita la otra, la nobleza científica no anula lo demás.

Dice que creció sin modelos femeninos de la ciencia. ¿Ni una biografía de Marie Curie?

Siempre hay una biografía de Marie Curie [risas], es como la Juana de Arco de la ciencia. Pero no es la mujer amable y sacrificada que sale en esos libros. Estaba siempre muy enfadada por la manera en la que la trataron como científico. Y eso fue lo que la mató: murió por no tener acceso a un laboratorio propio en el que guardar sus materiales radioactivos. Tenía que ir por ahí con todo eso en el bolsillo.

Hoy hay un día de la mujer científica, Ada Lovelace es un icono pop, hay talleres especiales de ciencia para chicas. Pero la narrativa sigue siendo heroica y masculina.

Exacto: ¿dónde están las mujeres corrientes? Vamos buscando estas heroínas,y cuando se nos gastan desenterramos otras más. Pero la ciencia son las no-genios que trabajaron cada día duramente en el laboratorio, sin esperar la gloria.

Pero es muy difícil escribir sobre ciencia sin buscar el “momento eureka”, sin un momento de gloria o un personaje icónico.

Extraordinariamente difícil. Tienes que ser capaz de retratar tu trabajo en un sólo momento de gran intensidad, el triple salto mortal. Pero la mayoría de nosotros no viviremos lo suficiente para saber si has hecho algo verdaderamente importante. Claro que hay momentos de reconocimiento, de resolución. Pero ser científico es ir cada día al laboratorio sin esperar el momento de gloria. Esta es una construcción completamente masculina, un artefacto de “hombres famosos reflexionan sobre sus vidas” donde una sola persona controla y dirije todo lo que sucede a continuación.

Como científico sólo puedes aspirar a que los hilos de los que tiras se junten con otros hilos y que eso tenga sentido. Y a un tipo de sabiduría que no tiene alguien que no pasa toda su vida observando algo con mucha atención. Pero no a decidir si esa sabiduría que adquieres va a transformar el mundo. Eso no es algo que pueda decidir tu propia generación.

Y sin embargo, es necesario: la academia requiere una cantidad regular de momentos eureka para justificar su inversión en equipo, espacio y personal.

Y esto te hace perpetuar la narrativa heroica. Pero creo que los hombres y las mujeres hacen ciencia de manera distinta. Los hombres estudian algo para conquistarlo, para decir: he descubierto esto, lo he resuelto, ya se cómo funciona, siguiente problema. Las mujeres estudian algo para ver cómo se conecta a otras cosas. No se si es nuestro cerebro o nuestra educación, sospecho que lo segundo. Pero la incorporación de las mujeres a la ciencia está cambiado la manera de hacer ciencia. Creo que todo eso de ponerle nombre a las partículas y calcular la velocidad de la luz es producto de una manera masculina de hacer ciencia. El hecho de que estemos estudiando los ecosistemas, el cambio climático y el ciclo del carbono es consecuencia directa de la incorporación de la mujer a sector.

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