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Precariedad sanitaria tras el tifón: “En el hospital no me dieron medicinas, no les quedaba nada”

Los habitantes de Tacloban reciben escasa atención médica tras el paso de Haiyan

EFE

Tacloban (Filipinas) —

Los residentes de la ciudad filipina de Tacloban, arrasada por el tifón Haiyan, sufren aun la precariedad de los servicios sanitarios debido a su practica destrucción, lo que dificulta el tratamiento médico y psicológico de las víctimas en la región central de Filipinas tras el tifón que ha dejado 4.460 fallecidos, según los últimos datos transmitidos por el Gobierno de Manila a la ONU.

En la puerta de uno de los principales centros médicos de la ciudad, el Bethany Hospital, un enorme cartel de “cerrado” indica que el lugar, que quedó completamente arrasado, no está operativo, por lo que la asistencia médica en la ciudad es muy limitada.

En el aeropuerto, de acceso limitado, una larga cola de personas espera a ser atendida en un centro médico improvisado, mientras que los marines de EE.UU. intentan ayudar atendiendo a algunas personas en la pista del Daniel Romualdez, mientras cientos de personas aguardan también para huir de la isla.

Una víctima de esta escasa atención médica es Mary Grace Golondrina, que junto a los familiares que han conseguido sobrevivir se refugia en una estructura de hormigón de la que ha quedado poco más que las paredes.

La joven, con importantes cortes en la cara y heridas en las piernas, cuenta que en el hospital al que acudió se limitaron a limpiarle las heridas, pero que poco más pudieron hacer. “En el hospital no me dieron ningún tipo de medicinas. Me dijeron que no tenían nada, que no les quedaba nada, así que tuve que volver a casa con las manos vacías”, explica Mary Grace.

Visiblemente afectada por la traumática experiencia, le resulta imposible contar qué sucedió cuando llegó Haiyan. Temblorosa e incapaz de mantener la mirada, afirma que lo único que quieren ahora ella y su familia es salir de Tacloban. “Ya no queremos estar aquí, esta ya no es nuestra casa y este lugar es muy peligroso”, asegura.

La escasez de servicios médicos es tal que las autoridades filipinas han encargado a la cooperación española que refuercen el hospital de Tacloban. El Ministerio de Salud filipino pidió a la AECID, en una reunión esta mañana, que se encargue de consolidar el servicio en el principal hospital de la zona y de gestionar la coordinación con el resto de centros sanitarios.

El equipo médico español se unirá al personal filipino del hospital de la capital provincial, donde se atienden los casos más graves. Por su parte, los servicios del Ministerio de Sanidad y equipos de bomberos venidos de todas partes del país tratan de evitar que se desaten epidemias con la recogida constante de cadáveres que todavía, una semana después del tifón, se acumulan en las escasas calles transitables de la ciudad.

Mientras que los bomberos van metiendo a los cadáveres en bolsas del Ministerio de Sanidad, enormes camiones se pasean por las calles y van amontonando en su interior el gran número de víctimas mortales ante la mirada despreocupada de los residentes de la zona, que parecen estar acostumbrados ya a la presencia de los cuerpos.

A la espera de la ayuda

Tras una semana de la llegada del tifón Haiyan a Filipinas, el Gobierno local continúa con el lento recuento de víctimas mortales por el desastre natural, y la ayuda continúa llegando a las islas a cuentagotas y se expande con aún mayor lentitud hacia las zonas más remotas de las areas devastadas por la tormenta. El último boletín oficial, publicado este jueves, cifra las víctimas en más de 2.400, mientras este viernes Naciones Unidas afirmó que al menos 4.400 personas han muerto al paso de Haiyan por las provincias centrales del archipiélago.

Poco a poco los residentes de Tacloban intentan reconstruir su vida, que quedó completamente arrasada por el tifón Haiyan, mientras esperan aún que su Gobierno les asista con el reparto de agua y comida suficiente como para poder sobrevivir.

Con los restos que han quedado de las viviendas que se encontraban junto a la carretera que lleva al aeropuerto, algunos filipinos han comenzado a construir precarias estructuras con clavos viejos y oxidados y frágiles listones de madera aun mojados.

De esta forma, los residentes de esta zona de la ciudad, en la que sólo han quedado en pie algunas estructuras de hormigón, tratan de protegerse de las intensas trombas de agua que caracterizan el clima tropical.

Entre los escombros, que en algunas áreas alcanza los dos metros de altura, Ernesto Recto, que trabajaba de camarero en un restaurante de hamburguesas, trata de reconstruir su hogar con la poca fuerza que le queda después de haber perdido a seis miembros de su familia.

“Perdí a mi mujer, a mi hijo de 4 meses y a otros cuatro familiares. Todos ellos han desaparecido, no sé dónde están”, explica a Efe este superviviente. “Pero gracias a Dios encontramos vivo a mi hijo de 11 años, que estaba a dos kilómetros del restaurante en el que trabajo, donde acudimos a refugiarnos”, dice aliviado.

Ernesto se queja de que sólo ven a las autoridades “pasar por delante de su casa muchas veces, pero nunca se paran a preguntar por nuestro estado” y asegura que la ayuda que distribuyen es mínima e insuficiente. “Nos dieron un poco de arroz, unas cuantas latas y un litro de agua; y eso es para una familia de 10 miembros. Eso es lo único que han hecho”, se queja Ernesto.

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