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Política, no cuentos

Pablo Sánchez

Hace unos días, cuando estalló el caso de los viajes de Monago a Canarias, el presidente extremeño tenía dos alternativas: demostrar que sus vuelos eran de trabajo, asunto que no debe ser muy complicado de explicar su fuere cierto, o reconocer el grave error, pedir perdón y dimitir o someterse a una moción de confianza para que los representantes de los extremeños debatieran sobre el asunto. Hace diez días, era un asunto muy serio, pero aún no era un espectáculo con perfiles de tragicomedia.

Pero en lugar de esas opciones, lógicas, sencillamente políticas, Monago inició la huida hacia delante. Empujado por sus asesores de propaganda, tal vez con el objetivo de justificar sus propios sueldos, el presidente extremeño se puso a contar detalles de su privada que nadie le había preguntado y que a nadie interesan, y se puso a decir acá frases huecas y altisonantes, con viejo sabor a naftalina.

Y luego, tras el bamboleo de devolver o no devolver el dinero, llegó el numerito de los papeles con tachaduras, las rectificaciones, las certificaciones del Senado que no certifican nada y otros enredos de patas muy cortas.

Y por fin, el gran viaje a Madrid. para disertar en los platos sobre las nuevas teorías de la conspiración, la parabólica, el pasado, los planes de futuro, la reforma del Senado, el sudor de los jornaleros y otros temas de actualidad diversa.

Todo es mucho más sencillo.

Aquí había hace diez días, cuando todo comenzó, un problema político. Y ahora, tras todos los paseos y focos, sigue el mismo problema. Agrandado, maloliente. Hay que dejar los cuentos y volver a la política, mostrar con todo el rigor del mundo los documentos sobre los viajes y retornar a la casilla de salida, con diez días de retraso, con muchos cuentos que no vienen a cuento, e incluso con una penosa y televisada escapada por los sótanos de un hotel.

Para ese viaje no hacían falta alforjas. Seguramente ni siquiera hacía falta el viaje.

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