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Opinión - Pedir perdón y que resulte sincero. Por Esther Palomera

“Él ha arreglado su vida pero sigue maltratándome, ahora económicamente”

Protesta contra la violencia machista

David Lombao

“Yo fui una mujer maltratada durante veinticuatro años de matrimonio, él arregló su vida y sigue maltratándome económicamente”. Quien habla es Celia [nombre figurado]. Tras más de dos décadas sufriendo la violencia machista en primera persona ha reunido valor para liberarse. “Respiré un poco y llamé a la Policía” en un momento en el que “ya me veía muerta si no me marchaba de allí”. El acceso al “salario de la libertad -las ayudas implantadas por la Xunta en 2006 para las víctimas sin recursos económicos- y a un piso parcialmente sufragado por la Administración le permitió iniciar un camino nuevo y difícil, pero no liberarse de otra dura carga: las deudas contraídas por su agresor mientras estuvo casada con él.

“Yo me marché con una maleta y con mi hijo” mientras se iniciaba un proceso judicial que derivó en el encarcelamiento del maltratador, que ya ha salido de la cárcel. Él, explica, “tuvo una empresa” de la que “era administrador único” con amplios impagos a la Seguridad Social “que yo no sabía ni que existían”. Además, tiene un crédito bancario pendiente de pago. “Yo, durante el matrimonio, no podía decir nada, no tenía voz ni voto porque me caía una hostia y me callaba la boca”, ilustra con crudeza. Por este motivo, ella fue situada como corresponsable de todas las deudas. “Él puede pagar pero, legalmente, no tiene nada” porque “puso todo al nombre de su madre” y “me dijo, literalmente: no pago porque no me sale de los cojones”.

Por todo esto, de los 1.000 euros de su salario cada mes salen 120 para la renta del piso protegido por el Gobierno, y “otros 120 para las deudas”. “Lo que sobrepaso del salario mínimo me lo están embargando para sus deudas, que son mías porque estuve casada con él”. Con el dinero restante tiene que mantenerse ella y hacer lo propio con uno de sus dos hijos, aún menor de edad, y sin poder disponer de ninguna de las propiedades adquiridas durante el matrimonio, porque también fueron cambiadas de titular legal por el agresor. “Yo me quedé sin un céntimo” por culpa de las operaciones realizadas en unos años en los que “la psicóloga me dice que yo no tenía capacidad de decidir”. “Mucha gente me pregunta por qué estuve esperando tantos años” a un lado “de un maltratador”. “Parece increíble, pero hasta que salimos de eso es como una droga” que provoca “que te parezca que no vales para nada, que te anula completamente como persona”.

En este contexto, Celia subraya que el suyo no es un caso aislado y alza la voz para que la ley no “proteja” a quien maltrata. “Yo me quedo en la calle y pago sus deudas mientras se ríe de mí; estoy hipotecada de por vida por culpa de un desgraciado que me maltrató y quiere seguirme maltratando toda la vida”. Hace falta que estas situaciones salgan a la luz, dice, en conversación con Praza Pública: “aunque para mí ya no valga para nada”, evidencia, hace falta que las autoridades “piensen” lo que es “estar toda una vida llevándolas” y lo que eso implica a la hora de no poder intervenir en ninguna decisión, tampoco en las económicas: “me llevaba y me decía: firma, o si no llevas unas hostias”. “Yo, con dos hijos pequeños, me veía perdida”. “Pero ahora, no”, advierte, y “tengo muchas ganas de decirle al mundo” que se están produciendo situaciones como esta.

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