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Sobre este blog

Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

The mamas and the vacas

Bárbara G. Vilariño

Madre no hay más que una… de una especie en concreto: la humana. Ocurrió hace un año, pero las redes sociales nos han vuelto a recordar aquello de la sororidad entre todos los movimientos minorizados. La historia se resume en lo siguiente: una madre acudió con su bebé a un restaurante vegano y pretendía amamantarlo con leche que no era suya, sino de otra especie animal: una vaca.

La guerra estaba abierta en redes sociales, y sorprende cómo se lanzaban minas anti-movimientos sociales desde todas las posturas: las feministas defendiendo el derecho de la madre a romper cuantas normas hubiese, las críticas al eterno concepto de “mala madre” –la vegana que alimenta a su criatura con animales o productos derivados de los mismos, claro– y los comentarios especistas contra el veganismo. Si queréis tener un ejemplo de todo este fuego cruzado podéis revisar este hilo de tuits de Barbijaputa. El debate en ningún momento se llevó al ejercicio empático de dos luchas, sino que se polarizó entre defensores de uno y otro dogma.

El veganismo, una filosofía de vida contraria a la explotación animal, afecta no solo a la dieta alimenticia, sino también a toda la industria que se ha montado a su alrededor (textil, cosmética…), así que no admite medias tintas. Desde luego que tampoco el feminismo, y resulta bien sencillo establecer el paralelismo. Al igual que no debemos consentir la falta de respeto en los pocos espacios de empoderamiento que tenemos, y criticamos la presencia de machirulos en los propios movimientos asimilados como afines –principalmente de izquierdas–, tampoco podemos invadir las comunidades veganas. Con más motivo cuando se trata de un restaurante, en el que el derecho de admisión resulta algo completamente inherente. Mi casa, mis normas.

Ampliemos miras: hay un determinado código en una mezquita que, aunque desde nuestra visión occidental en ocasiones queramos revertir, asimilamos inquebrantable por respeto a la comunidad religiosa. Pues bien, aún desde una visión omnívora he llegado a comprender que ingerir productos que favorezcan la explotación animal e incluso vestirse con ellos (cazadoras, bolsos, zapatos de piel...) serían las normas que por respeto y profunda empatía no deberíamos quebrantar. Por si hubiese dudas, en el restaurante en cuestión lo dejaban bien claro con este cartel:

Pero, ¿qué clase de madre alimenta con leche vegetal? El estigma de la mala madre también salió a escena en el campo de batalla. No es nada nuevo, hace menos de dos meses la mediática periodista Samanta Villar fue linchada en redes sociales por una marca de productos alimenticios para bebés a costa de su libro, en el que ofrece una lectura sobre la maternidad menos edulcorada de lo habitual. En el paquete se incluye juzgar qué tipo de leche empleas, dónde, cómo y cuándo alimentas… y por otra parte, también se suma la suprema autoridad y omnipotencia de la figura de la madre, que está por encima del bien y del mal cuando de criar –entendido como su natural derecho y deber– se trata. Da miedo pensar que todos estos discursos estén tan enraizados en ambientes supuestamente más abiertos y dispuestos al entendimiento.

Otro objeto de debate bien podría derivarse hacia cómo difundimos la igualdad y de qué manera admitimos incluso las propias incoherencias que en ocasiones se dan entre quien simpatiza con nuestras luchas sociales. Sin ir más lejos, esta omnívora que aquí escribe. Por mi culpa, por mi grandísima culpa. Nuestros discursos tienen que ser amables, porque desde la hostia del discurso no ganaremos ni media sonrisa, solo muecas burlonas. Ya está la feminazi con sus cosas. El veganismo hubiese ganado más si aquella madre cegada por su visión omnívora hubiese sido informada en lugar de directamente censurada por el consumo de productos animales.

Las formas perdieron el fondo, aunque esta viñeta, a modo de punto y final, resulta un acertadísimo resumen del estado de las cosas con el veganismo, el peor parado en toda esta historia. Más ponernos en la piel de otros cuerpos y menos pieles de otros animales en nuestros cuerpos (al menos, que así sea mientras los movamos en espacios seguros para el veganismo).

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