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The Guardian en español

Putin es un oligarca que vulnera los derechos humanos

El presidente ruso, Vladimir Putin.

Owen Jones

Un líder autoritario de derechas que ataca las libertades civiles y discrimina a las lesbianas, gays, bisexuales y transgénero, se recrea en el nacionalismo más chovinista, coquetea con los oligarcas más rapaces y que es admirado por la extrema derecha europea y estadounidense. Es de cajón que la izquierda debería alzar la voz contra Vladimir Putin. Y ahora el programa de actualidad Panorama de la BBC ha emitido un reportaje en el que denuncia que el líder ruso ha acumulado en secreto una gran fortuna. Independientemente de la exactitud de esta información, lo cierto es que nadie pone en duda que Putin mantiene una estrecha relación con oligarcas como Roman Abramovich, que se benefició del colapso económico de la Unión Soviética propiciado por una 'terapia de shock, apoyada por Occidente.

La semana pasada salieron a la luz las conclusiones de una investigación pública realizada en el Reino Unido en torno al asesinato del exespía ruso Alexander Litvinenko, en las que se afirmaba que muy probablemente Putin dio la orden de matarlo. No sabemos con exactitud quién está detrás de los turbios asesinatos de periodistas en Rusia, pero sí sabemos que algunos de los que fueron más críticos con el Gobierno de su país, como Anna Politkovskaya, que se opuso con valentía a la guerra auspiciada por Putin en Chechenia, tuvieron una muerte violenta.

Putin se ha convertido en una especie de símbolo para cierto tipo de político de derechas occidental. Donald Trump es un gran admirador. Cuando Putin dijo que le parecía que el demagogo de derechas (Trump) era una persona “muy original y de talento”, la reacción de Trump no se hizo esperar y respondió que “era un gran honor” y que el líder ruso era “un hombre muy respetado en su país y en el extranjero”. Cuando le preguntaron sobre el papel que desempeña el Gobierno de Putin en el asesinato de periodistas, Trump se hizo el sueco y contestó: “En nuestro país también se cometen muchos asesinatos”.

El año pasado una delegación de parlamentarios franceses de derechas visitó Rusia con el objetivo de combatir “la desinformación de los medios de comunicación occidentales”. Y Marine Le Pen, líder del partido de extrema derecha Frente Nacional, que recibió un crédito multimillonario de un banco ruso, también es una gran admiradora de Putin. En el Reino Unido, Putin contó con el apoyo del político de derechas Nigel Farage (exlíder del euroescéptico UKIP), que atacó a todos aquellos que se opusieron a la invasión de Ucrania, sugiriendo que Putin estaba “de nuestro lado” en la guerra contra el terrorismo. Al mismo tiempo, Diane James, europarlamentaria de UKIP, felicitó a Putin por ser un “gran líder” y “muy nacionalista”.

En nuestras democracias, las protestas que se unen al discurso oficial de los gobiernos son inusuales. Si los gobiernos occidentales constantemente aplaudieran a Putin o lo armaran hasta los dientes, seguro que oiríamos más voces en contra

Sin lugar a dudas, la actitud occidental hacia Putin es hipócrita. Cuando Putin impulsó una guerra salvaje en Chechenia no se oyeron las palabras de indignación que más tarde resonaron tras la anexión de Crimea a la Federación Rusa. Bill Clinton afirmó en una ocasión que Putin tenía un “potencial enorme” y Tony Blair sigue pidiendo a Occidente que colabore con Putin en la lucha contra el fundamentalismo islámico. Además, el año pasado participó en una conferencia celebrada a mayor gloria de Putin.

Es obvio que la izquierda debe alzar su voz contra Putin. Aquellos que afirman que la izquierda, en general, es bastante sumisa con Putin están siendo falsos en el mejor de los casos, como demuestra esta columna. Entonces, ¿por qué algunos guardan silencio o incluso son complacientes? En primer lugar, algunos temen que criticar a las “bestias negras” de Occidente pueda justificar de algún modo el expansionismo militar occidental. Nos convertimos en los abanderados de la política exterior occidental; en otras palabras, alimentar la demonización de enemigos extranjeros es una condición previa necesaria para un conflicto.

En segundo lugar, es visto como un comportamiento hipócrita: miren, por ejemplo, las atrocidades cometidas en Irak o en Libia. ¿No deberíamos fijarnos en lo que hacen nuestros gobiernos en vez de criticar lo que hacen los gobiernos de otros países? Al fin y al cabo, los medios de comunicación convencionales y las élites políticas ya se ocuparán de ello.

Y, sin embargo, resulta bastante absurdo que la izquierda pacifista no alce la voz contra, por ejemplo, Putin o Corea del Norte. Los activistas pueden convocar una manifestación siempre que lo deseen (me encantaría participar) y los movimientos de protesta solo pueden aspirar, si son realistas, a presionar a los gobiernos de su país, para protestar contra ciertas medidas nacionales o para quejarse de las alianzas que estos hagan con violadores de los derechos humanos en el extranjero (como por ejemplo los saudíes decapitadores y exportadores del extremismo o la ocupación israelí de Palestina). En nuestras democracias, las protestas que se unen al discurso oficial de los gobiernos son inusuales. Si los gobiernos occidentales constantemente aplaudieran a Putin o lo armaran hasta los dientes, seguro que oiríamos más voces en contra.

Sin embargo, para los universalistas, es decir, todos los que creemos que la democracia, la libertad, los derechos humanos y la justicia social son principios universales que deben disfrutar todos los humanos, con independencia de donde vivan, esto no es suficiente. No tenemos que esperar a que se forme una alianza entre Occidente y Rusia en torno a, por ejemplo, Siria, para alzar nuestra voz. Deberíamos expresar nuestra solidaridad con los demócratas y las personas de izquierdas que sufren abusos en Rusia. No estamos obligados a escoger entre criticar la política exterior de nuestro Gobierno y mostrar que nos oponemos a gobiernos extranjeros injustos.

En cierto sentido, los más críticos con la política exterior occidental tienen una mayor responsabilidad y deberían pronunciarse. Mientras que aquellos que apoyan, por ejemplo, la situación calamitosa en Irak pueden ser vilipendiados con más facilidad por los defensores de Putin, nadie puede acusar a alguien como yo de hipocresía por el hecho de no criticar la política exterior occidental. Rusia está en manos de un régimen oligárquico, expansionista y que vulnera los derechos humanos. El pueblo ruso y sus vecinos se merecen un Gobierno mejor. Y la izquierda de Occidente tiene el deber de pronunciarse.

Traducción de Emma Reverter

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