Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

The Guardian en español

La democracia se muere y es alarmante ver que a muy pocos les preocupa

"En la UE los políticos expresan con diplomacia su disgusto mientras Erdoğan intenta erosionar la democracia".

Paul Mason

Si hacemos un listado rápido de eventos que han contribuido al colapso mundial de la democracia deberíamos incluir el juicio amañado de destacados periodistas del periódico Cumhuriyet por parte del gobierno turco, el hecho de que Vladimir Putin haya prohibido las redes que utilizan los activistas en Internet para esquivar la censura y la decisión de Apple de retirar todas las apps VPN de su tienda de aplicaciones en China.

Luego está una campaña de pósteres financiada por el gobierno de Hungría que presenta a los partidos de la oposición y a las ONG como si fueran marionetas del multimillonario judío George Soros, y la destrucción de la independencia judicial en Polonia y el veto presidencial a esta reforma judicial. La lista también incluiría la Asamblea Constituyente de Venezuela, a la que se opone buena parte de la población, en un conflicto que se asemeja cada vez más a una guerra civil.

Todo esto ha quedado eclipsado por el cara a cara constitucional entre Trump (al que se le acusa de haber mantenido contactos con el gobierno ruso durante las elecciones de Estados Unidos para intentar influir en los resultados), su fiscal general (que decidió abstenerse y no investigar esta relación) y el fiscal especial que está investigando a Trump y que este está intentando fulminar.

Digámoslo de una forma brutal: la democracia se muere. Lo más sorprendente es que a muy pocos les preocupa. En vez de preocuparnos hemos optado por fraccionar el problema. En general,  los estadounidenses que están preocupados por la situación actual se centran en Trump, en vez de preocuparse por la docilidad de una de las constituciones más idolatradas del mundo ante el dominio de la cleptocracia. En la Unión Europea los políticos expresan con diplomacia su disgusto mientras Erdoğan y toda la maquinaria de su partido político intentan erosionar sus propias democracias. Como ya ocurrió a principios de la década de los treinta, siempre parece que la democracia se muere en otra parte. El problema es que está cambiando la noción de lo que debería ser un comportamiento normal.

“Enemigos del pueblo”

No es una casualidad que en Internet esté circulando el meme “enemigo del pueblo”: Orbán lo utiliza contra el multimillonario George Soros, Trump lo utiliza contra los medios de comunicación progresistas, China lo utilizó para encarcelar al poeta Liu Xiaobo y tenerlo entre rejas hasta su muerte

Otra táctica popular consiste en microgestionar los ataques contra los opositores. Erdoğan no solo ha conseguido que se despidan a cientos de miles de profesores universitarios que se oponen a su gobierno, y encarcelar a unos cuantos, sino que además los ha dejado sin prestaciones sociales, ya no pueden impartir clases y en algunos casos les ha prohibido viajar al extranjero. Trump ha hecho algo parecido con las llamadas “ciudades santuario”. Unos 300 ayuntamientos han decidido de forma completamente legal que no colaborarán con la agencia de inmigración federal ICE. La semana pasada, el fiscal general de Estados Unidos, Jeff Sessions, amenazó con retirar las ayudas federales a los sistemas judiciales de estas ciudades.

Trump aplaudió esta medida y lo hizo con otra táctica habitual: hacer afirmaciones que no puede demostrar. En un mitin en Ohio afirmó que el gobierno federal estaba salvando a las ciudades de Estados Unidos que habían caído en las garras de grupos criminales. “Raptan a una chica de unos 15 y 16 años y la van cortando a pedacitos con un cuchillo, ya que quieren que sufra lo inimaginable antes de morir”. En la escuela nos enseñaron que cuando alguien hacía una acusación de este tipo y criticaba a una minoría racial teníamos que cuestionarlo: “¿De verdad? ¿Cuándo y dónde ha pasado algo así?”. Sin embargo, Trump no dio más explicaciones, si bien es cierto que los medios de comunicación de Estados Unidos han dado con ejemplos concretos de luchas entre bandas.

Obviamente, estas manifestaciones de autoritarismo no son ninguna novedad. Lo que es nuevo es el hecho de que distintos cargos elegidos democráticamente las utilicen al unísono. 

También resulta alarmante que ahora mismo no hay ningún país de peso que esté preparado para defender los valores de la democracia en el mundo.

Los principios y valores convertidos en mercancía

En un libro que publicó en 2015 y que se titulaba El pueblo sin atributos, la profesora en ciencias políticas de la Universidad de Berkeley Wendy Brown defiende la teoría de que el declive de los valores democráticos en el mundo ha sido causado por la economía neoliberal.

Brown afirma que las élites del sistema de libre mercado no se proponían consolidar la autocracia pero que las microestructuras económicas que se han creado en los últimos 30 años han transformado todos los ámbitos y esfuerzos del ser humano, incluidos los propios humanos, ya que “todo es clasificado en función de una noción económica muy concreta”. Cualquier acción se juzga en función de los resultados económicos. También derechos y libertades como la libertad de expresión, el derecho a la educación y el derecho a la participación política. Aprendemos a valorar estos principios y valores como si fueran mercancías. Nos preguntamos si “vale la pena” permitir que algunas ciudades protejan a los inmigrantes ilegales o cuáles son las pérdidas económicas si se despiden a cientos de miles de profesores universitarios y a los que se salvan de la purga se les dice qué tienen que investigar.

En su influyente libro ¡Indignaos!, publicado en 2010, Stéphane Hessel, destacado miembro de la Resistencia Francesa, pidió a las nuevas generaciones de activistas que recordaran la lucha que él y muchos más tuvieron que librar durante el proceso de redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.

Lucharon para que prevaleciera la palabra universal, y no la palabra “internacional” que proponían los gobiernos de los países más poderosos, ya que eran completamente conscientes de que tarde o temprano se utilizaría el argumento de la soberanía para negar derechos fundamentales. La repetida defensa del concepto de universalidad de Hessel en el libro nos chocó incluso a sus admiradores. Lo cierto es que sus palabras han resultado proféticas.

Lo más trágico es que no hay un solo gobierno democrático en el mundo que pueda defender este principio. Condenarán la muerte de Liu Xiaobo en la cárcel o la mano dura de Maduro pero se negarán a reafirmar la universalidad de los principios que son violados por estas acciones. Como ya avanzó Hessel, la defensa de la universalidad de los principios empieza por todos y cada uno de los ciudadanos. Tenemos que reafirmar que, como establece la Declaración de 1948, los seres humanos tienen derechos iguales e inalienables. Esto quiere decir que si un dirigente autoritario de un país lejano priva a sus ciudadanos de estos derechos es como si nosotros también fuésemos privados de ellos.

Cada paso que se ha hecho para consolidar la democracia, desde la revolución inglesa de 1642 hasta la caída del comunismo soviético en 1989, se inició cuando los ciudadanos tomaron consciencia de sus derechos y entendieron que nadie podía concedérselos ni quitárselos.

En la actualidad, eso implica que debemos aprender a pensar no como sujetos económicos sino como seres libres.

Traducción de Emma Reverter

Etiquetas
stats