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The Guardian en español

Fui testigo de una de las ejecuciones de Arkansas: una hora de sufrimiento y agonía

El protocolo se asegura que para el momento en que se administra el potasio clorídico, que paraliza el corazón y puede ser extremadamente doloroso, incluso si el preso siente ese dolor, el espectador no lo vea.

Jacob Rosenberg

Arkansas (Estados Unidos) —

A las 21.34 entramos en la sala de ejecuciones. Paso por una puerta con un gran cartel con dos letras, “SE”, y me siento entre unas pocas filas de sillas que dan a cuatro ventanas rectangulares. Algunas luces están encendidas, pero el ambiente es sombrío. Una cortina negra del otro lado del cristal tapa las ventanas frente a nosotros.

Detrás de la cortina, atado a una camilla en una habitación todavía más pequeña, está Marcel Williams. En Arkansas no se muestra el momento de colocación de la vía para la inyección letal así que, desde el momento en el que entramos hasta que se abre la cortina, no podemos ver nada.

Simplemente miramos fijamente esas ventanas, esperando que pongan al descubierto a Williams. Este preso de 46 años fue enviado al corredor de la muerte por la violación y el asesinato en 1994 de Stacy Errickson, de 22 años, a quien secuestró en una gasolinera.

Ya habíamos vivido este mismo momento hacía unos minutos. Un aplazamiento de última hora nos tuvo esperando en la habitación aproximadamente una hora. Durante ese tiempo, según supimos más tarde, Williams había estado atado a la camilla.

La espera ha terminado y, ahora, exactamente igual que antes, simplemente veo la cortina negra sin saber prácticamente nada de lo que le está pasando al preso. La cortina crea un reflejo de lo que tengo detrás, como un espejo. Puedo ver a otros testigos, y a mí mismo. Todos inquietos.

A las 22.16, 32 minutos después de colocar la vía, se abre la cortina.

La luz de bombillas fluorescentes dan un extraño tono amarillo a la habitación de enfrente. Los ojos de Marcel Williams miran directamente al techo. Está en una camilla, atado. Su cabeza está inmovilizada y vemos el lado derecho de su cuerpo.

No pronunció unas últimas palabras.

En este momento se supone que se le administra al condenado la sustancia letal: un polémico sedante, midazolam, cuya fecha de caducidad –vence a finales de este mes– ha provocado esta ola de ejecuciones judiciales sin precedentes en Arkansas. Nadie nos anuncia que se le está inyectando la sustancia. Simplemente el proceso sigue su curso. Yo miro e intento seguir lo que ocurre.

Sus ojos empiezan a languidecer hasta que, finalmente, se cierran (el derecho resiste ligeramente abierto). Su respiración se vuelve profunda y agitada. Su espalda se arquea mientras coge aire. No puedo contar el número de veces que repite este movimiento, intentando levantarse de la camilla.

El proceso dicta que cinco minutos después de la inyección de midazolam no debería haber ningún movimiento. Pero, a las 22.21 horas, Williams sigue respirando fuerte y sigue moviéndose. El hombre en la sala comprueba su pulso, le toca los ojos y dice algo que al otro lado de la ventana no podemos oír.

En este momento, es probable que le estén dando otra dosis de midazolam. No estoy seguro. Le veo respirar agitado y retorcerse. Entonces su respiración empieza a apagarse. A las 22.24, parece que Williams ya no se mueve.

La primera prueba de vida se realiza claramente a las 22.21 horas y, unos minutos más tarde, su respiración empieza a disminuir. Pero un agente comprueba continuamente el estado de Williams tocando su cara y sus manos, la situación es confusa. A las 22.27 el agente vuelve a pasar el dedo por los párpados de Williams. ¿Un segundo examen? ¿Han determinado que está inconsciente? ¿Se le administrará una segunda dosis?

Estas preguntas son cruciales porque la siguiente sustancia es un paralizante que impide cualquier movimiento. No sé exactamente cuando se le inyectó esta segunda droga, que esconde el dolor. No veo la vía intravenosa. El audio está cortado, así que no puedo escuchar si se está quejando. Tampoco puedo ver cuántas veces se le administra cada droga. En definitiva, incluso siendo testigo, no puedo decir si Marcel Williams sintió dolor o lo que pasó exactamente durante su muerte por el protocolo e inyección letal.

El proceso está diseñado para alimentarme de detalles que, como espectador, sugieran una muerte tranquila. Pero este no habrá sido el caso de Marcel Williams.

El protocolo se asegura de que para el momento en que se administra el potasio clorídico, que paraliza el corazón y puede ser extremadamente doloroso, incluso si el preso siente ese dolor, el espectador no lo vea. El paralizante está haciendo su trabajo.

Cerca de las 22.31 horas, le retiran la vía. El hombre que había estado comprobando si estaba consciente saca un estetoscopio y lo pone en el corazón de Williams. Llama a un forense. Recuerdo ver a Williams, ahí postrado en la camilla, sin moverse.

Y entonces llega el único detalle inconfundible y que nadie puede esconder. La hora exacta de la muerte es a las 22.33.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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