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Artur, Pablo, los dueños de España quieren vuestras cabelleras

El presidente de la Generalitat de Cataluña, Artur Mas, a su llegada a la reunión semanal del Govern. / Efe

Suso de Toro

La vida política es lucha y en ocasiones toma forma de persecución para cobrarse la cabellera de un rival.

Si algo dejó claro lo ocurrido alrededor de la abdicación de Juan Carlos I fue que existía una operación perfectamente planificada y ejecutada en la que participaron los dueños de España. Lo que apareció negro sobre blanco estos días es el retrato del poder establecido: alrededor de la monarquía, dos partidos, las empresas del IBEX-35 y el oligopolio de la comunicación.

Y nos mostró cómo ese poder no sólo dicta o condiciona la política de los gobiernos sino que también interviene directamente en los momentos decisivos, como era este proceso en el que se transmitía la corona de padre a hijo. Fue todo un espectáculo comprobar que un cambio en la jefatura del Estado, que afecta de modo tan importante a un país, era conocido por un pequeño grupo de personas a espaldas de la ciudadanía, a quien se le presentó por sorpresa. Ésa es la democracia madura y etc. de la que nos hablan estos días.

Y, como ese poder no va a descansar, también vemos cómo a continuación del trágala monárquico continúan las operaciones para cazar disidencias y rebeldías varias. Es el caso del movimiento catalán por el derecho a decidir y la independencia y el caso de Podemos. Todos los partidos y movimientos políticos tienen defectos o insuficiencias y es natural que sus rivales las señalen y critiquen, para eso están, pero cuando la lucha política se vuelve sucia, se personaliza para destruir a los dirigentes, el caso de Artur Mas y Pablo Iglesias. No hay duda de que una campaña en los medios sostenida en el tiempo daña a una posición política, sin embargo da la impresión de que quienes apuntan cada día a esos dos objetivos creen que muerto el perro se acabó la rabia. Creo que se equivocan y las equivocaciones en política se pagan.

El movimiento catalán por el derecho a decidir su futuro es fruto de un proceso lento de acumulación de frustraciones y de sentimientos de agravio vividos por la mayoría de esa sociedad, Artur Mas solamente es la persona a quien le correspondió ocupar en este momento la presidencia del gobierno catalán. Cualquier otro dirigente de ese partido, que gobierna con apoyos de otros partidos, habría actuado de forma parecida en las mismas circunstancias históricas. Es muy simple: no es Artur Mas, son los catalanes. Es la mayoría del Parlamento catalán y la mayoría de la opinión pública de allí, tendrán que acabar aceptándolo.

La utilización de la figura de Durán i Lleida como un ariete contra el proceso político catalán y contra Mas produce gran alegría en la corte, pero a Durán le supone una completa pérdida de autoridad moral ante el electorado de su país. De ese modo, Durán dejará de serles útil.

En cuanto a Podemos y la figura carismática, parece que lo es, de Pablo Iglesias ocurre algo parecido. Los dirigentes de esa organización, toda organización que exista tiene que tener dirigentes, acertaron a sintetizar críticas y reivindicaciones y fabricaron un lenguaje para comunicarlas, ese mérito político es suyo, pero lo que hicieron fue expresar demandas que existían muy ancladas en la población. Aunque Podemos sufra las inevitables contracciones y los dolores del nacimiento, aunque salga debilitado del parto, no va a desaparecer repentinamente porque se alimenta del hambre de justicia y el cabreo de una parte de la sociedad. Es lógico que sus competidores en la izquierda, que se resienten de la aparición de una nueva oferta que parece ofrecer más ventajas, reaccionen con críticas pero otra cosa es que los dueños del sistema político busquen liquidarla, acusar a Iglesias de no cambiar los calcetines o de vestir chándal no conseguirá que la gente enfadada desista de buscar cómo expresar su cabreo. Máxime cuando acaba de comprobar en las elecciones que su rabia no es algo vergonzoso y que se puede expresar sin que se caiga el cielo y que, además, funciona y molesta a los poderosos.

Las cosas nunca son como debieran, pero son. Pueden hacer daño a las demandas de la ciudadanía pero en esta ocasión no podrán anularlas sin más.

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