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Carta a un amigo español (I)

Suso de Toro

Querido amigo,

Te escribo esta carta porque el pequeño incidente, tu arrebato de furia del día pasado, nos dejó mal sabor de boca a todos y porque sé que tú estarás ahora disgustado y confuso. Éramos cuatro y tres, cada uno con sus matices más o menos importantes, estábamos a favor de que los catalanes pudiesen decidir su futuro libremente. Tú dijiste no comprenderlo y acabaste insultando y ofendiendo a la persona que tenías enfrente.

Ahora estaréis ambos particularmente dolidos, pero yo también siento que tengo mi parte de culpa: no debiera haber participado de lo que parecía una conversación y acabaría inevitablemente en una discusión. Yo sabía perfectamente que ese es un asunto que no se puede tratar entre personas con opiniones contrarias o distintas porque lleva a un enfrentamiento. No es un tema cualquiera, pues afecta a lo más íntimo de cada uno, a la propia identidad. Aunque yo no me había dado cuenta antes, es evidente que a ti te afecta profundamente, y eso, sumado a las tensiones de la vida corriente, te hizo estallar.

“¡No lo entiendo! ¡Es que no lo puedo entender! A ver, cómo es... Pero ¿es que entonces las naciones no existen? ¡¿Pueden ahora marcharse?!”, exclamaste exasperado y con desesperación. En verdad, imaginar aquello te hacía sufrir. Yo pretendí, estúpidamente, racionalizar la situación y ofrecer una visión de las cosas, como si fuese algo que se pudiese argumentar fríamente y no estuviese ligado a emociones muy fuertes. Peroré acerca de que, en realidad, en nuestra infancia, Guinea Ecuatorial era una provincia española hasta 1968 y que en 1975 España abandonó el Sahara con su población, que también tenía derecho a ser considerada nacional, española.

Continué con que, en contra de la opinión dominante de la historiografía española, cuando en 1833 el Gobierno de la regente María Cristina –siguiendo el modelo francés– divide un estado compuesto y diverso en provincias homogéneas, se creó un problema que no tendría solución. Y que la Generalitat, con su presidente en el exilio, ya existía antes de la Constitución de 1978, y que ese Gobierno de los catalanes encajó posteriormente en el Estado a través de la Constitución. Pero no tenía sentido, seguía siendo parte de la discusión sobre un asunto sobre el que no se debe discutir. Además, tenía una posición de privilegio sobre ti, pues yo siempre me interesé algo por esos temas y, en cambio, tú, no. Tú fuiste muy considerado; teniendo en cuenta lo alterado que estabas, bien podías haberme mandado a la mierda, y yo lo habría merecido.

De un modo u otro, ya me habrás oído alguna vez que creo que el problema que tiene España para enfrentar su problema nacional es la ideología dominante en la que ha sido educada y se sigue educando a la población. La idea de la España existente se basa en un desconocimiento absoluto de realidades históricas y culturales que existen y que tienen raíces históricas profundas. Habría que redactar una historia que pudiese explicar la realidad compleja que aún hoy es España. No se trata de tejer una historia con remiendos para contentar a cada autonomía, sino de explicar de dónde viene el que haya ciudadanos que, siendo oficialmente españoles, quieren dejar de serlo o creen formar parte de otra nación.

Tú eres una persona más de acción que de pensamiento, y te quedaste con la idea de España que nos enseñaron. Pero mi caso es distinto y bien podría decir que no me lo pude permitir. Tú viniste de tu provincia a vivir a Galicia hace ya muchos años. En realidad, llevas aquí dos tercios de tu vida, pero bien sé también que para casi todas las personas existe un hilo de acero que baja hasta el universo de la infancia y la adolescencia.

Aunque vivamos como si ese lazo no existiese ni importase, estamos sujetos a esa patria primera de tal modo que sentimos que, si la perdiésemos, pereceríamos. Nuestra verdad última es que somos el niño o la niña que fuimos allí, en algún lugar. Pero has vivido aquí todos esos años y, aunque para ti sigas siendo de tu tierra de origen, ya eres visto por todos como alguien que forma parte como cualquier otro de este “aquí”, nuestro. Sin embargo, como te mantuviste en la visión de España que te habían dado en la escuela de tu infancia, nunca te preocupaste mucho por comprender qué es abarcar y abrazar esta tierra, este país, como le quieras llamar, que era un tanto distinta de la que procedías.

Mi caso es el contrario. Yo tuve que hacerme muchas preguntas, y las respuestas que me fui dando marcaron por completo mi vida. Para empezar, yo he vivido toda mi vida aquí, donde nací. Cuando esto es así, uno suele creer que la vida que hay en su lugar es “lo normal” y que el resto del mundo es ajeno y más o menos extraño. Pero aquella nación en la que me educaron, España, y de la que me debía sentir parte con orgullo, no casaba con el mundo en el que yo vivía. En aquella idea de nación no cabían la mayor parte de las personas que conocía o que vivían en mi entorno, tan solo cabían como una anomalía que había que corregir: unos españoles imperfectos y deformes que había que hacer encajar en el molde. Y de hecho, percibía toda una política brutal destinada a hacer desaparecer esa anomalía. Observé las injusticias a mi alrededor y constaté que muchas tenían que ver con el hecho mismo de ser gallego, el hecho mismo de ser gallego le traía a las personas problemas, y era algo que debían corregir.

Tú, igual que cualquier persona que viva aquí, sabes perfectamente cuáles son en la actualidad las reglas del juego en Galicia en relación con la identidad: uno no debe parecer muy gallego. Para ser legitimado, ascender o tener prestigio social en Galicia, uno debe parecer no ser gallego. Y eso se logra a través del uso del idioma, que el castellano sea tu lengua y que lo hables con el menor acento gallego posible y que, caso de que te deslices al gallego porque la ocasión lo requiere, lo hables sin convicción.

Si esto aún hoy es así, cómo sería hace cuarenta años. Si quieres, puedes recordarlo, ya vivías aquí. Tráelo a la memoria, mira hacia atrás, ubícate en la escuela, en el servicio militar, en cada oficina pública... No pretendo juzgar, no quiero hablar de si tú, tras tantos años, hablas o no al menos alguna palabra en gallego; tampoco mi padre, que se vino de joven y se pasó aquí la vida, tuvo que molestarse en aprenderlo. Se trataba de justo lo contrario, de desaprenderlo, para progresar, porque, por entonces, una persona castellano hablante de natural tenía ventaja sobre los del país. También hay mucha gente, lo sé, cada vez más, que vivió aquí durante toda su vida, y ni se molestó nunca en pronunciar palabra.

En todo caso, ese es otro tema, si no, el mismo, sobre el que prefiero no entrar en discusiones. Primero, para no acabar a gritos. Segundo, porque sé por experiencia que cada uno tiene su vida particular y sus razones, y no contamos con la capacidad y conocimientos precisos para entrar a opinar o juzgar. Tengo mis ideas y convicciones, y no me gusta que juzguen mi comportamiento al respecto ni en un sentido o en otro. Tampoco yo quiero hacerlo con los demás. Por otro lado, sé que tu actitud hacia los demás es muy abierta y muy humilde, así que comprendo que, simplemente, es algo a lo que no le das importancia y que tampoco te fue exigido por el trabajo o la necesidad. De hecho, somos amigos desde hace años y siempre hemos conversado: tú, en castellano; yo, en gallego, como si nuestras lenguas fuesen transparentes. No imagino que en el futuro sea de otra manera y ni me importa ni, por mi parte, deseo cambiarlo, sé que tú tampoco.

Pero comprenderás que habiendo nacido aquí, y constatando el desfase entre la España oficial y el mundo que me rodeaba, me interrogase. De modo inmediato, se me ofrecía la evidencia de que Galicia no era España, aunque tampoco Portugal. Y que España no estaba pensada para los intereses de la población gallega. Ese interrogarme hizo que mis abuelos maternos me llamasen “o galeguista”, y sabían perfectamente de qué hablaban, de aquella corriente política y cultural que estaba proscrita desde los tiempos de la República.

Antes de tener conocimiento de aquello que estaba prohibido, me reconocí intuitivamente en aquel apelativo. Preocuparme por los problemas sociales me condujo desde niño al galleguismo, y, enseguida, a la izquierda. Créeme que no considero que tener esa clase de preocupaciones le confiera a uno mayor altura moral o intelectual, casi diría que en realidad me parece enfermizo y que creo que frecuentemente hay más nobleza en personas que no viven de ese modo que en otras que hacen toda una carrera pública de los asuntos sociales. No quisiera ser un Tartufo que se levanta sobre un falso pedestal moral. Me sé como la media de la gente pero tengo un verdadero problema, y es que soy de ese tipo de personas que se meten en todos los líos y pisan todos los charcos ,y, aunque lo intenté dos o tres veces en mi vida, no consigo evitarlo. Heme aquí.

El no variar tuyo en la visión nacional y social de la España que recibiste te mantiene en un estado de armonía interno, pero los que hemos nacido en un mundo de contradicciones no podemos permitirnos compartir tu visión. Nos vemos obligados a enfrentar dilemas y a optar. Esto nos hace más infelices, pues optando siempre renuncias a algo, pero no podemos esquivarlo. Siempre optamos, elegimos, en un sentido o en otro, con nuestros actos y omisiones.

Yo fui tomando opciones e intento expresarme con exactitud en un tema tan delicado y espero no caer en la pedantería; eso también te lo quiero contar, mis opciones. Creo que comprenderás que las personas como yo ese tema de España, la nación y todo eso que nos ha puesto Catalunya sobre la mesa lo vemos de otro modo al tuyo, y que ese modo se basa en lo más real, en nuestra experiencia. Te contaré algo sobre cómo fui negociando con los conflictos que encontré y sobre mis esfuerzos continuados, y vanos, por ser español. Eso que a ti no te cuesta nada.

O no te costaba hasta hace poco, hasta que empezases a sentir esta angustia que sienten hoy tantas personas en España. Porque el conflicto entre pertenencias es muy real por ambas partes, no sólo los catalanes se sienten pertenecer a un ente y una identidad colectiva, también quienes se sienten españoles sienten lo mismo respecto a la España existente hoy.

Y cada uno sufre por dos complejos entrelazados. Quienes sienten que España niega su identidad y su colectividad viven lo que yo llamaría un “complejo de aniquilación”, “España nos niega y pretende nuestra destrucción”. Y quienes no aceptan que los otros puedan existir como un ente separado viven un “complejo de amputación”, “Quieren cortar una pierna o un brazo de mi cuerpo social”. Tú, hasta el otro día, en el que fuiste sobrepasado por la angustia, siempre conservaste una actitud muy prudente y respetuosa hacia los demás, pero todos vemos cómo está afectando todo esto a otras personas y vemos el encono y la agresividad, el verdadero odio que estaba ahí y está aflorando.

Disculpa, ahora tengo que ir a trabajar, te sigo escribiendo la semana próxima.

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