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Mariano Rajoy Brey ha dimitido

Rajoy: la nueva Ley de Seguridad nos equipara a los países más avanzados

Jesús López-Medel

El verbo “dimitir” es algo que no se conjuga con la mentalidad hispánica. Llevan muchos años sucediendo en nuestro país numerosos casos vergonzosos e indignos, tanto en la política como en otras áreas, sobre todo económicas y financieras. Sin embargo, prácticamente nunca se ha reaccionado con una renuncia al cargo, bien voluntaria o bien inducida por los superiores jerárquicos de las instituciones.

Pero esta significación no es la única que tiene el verbo mencionado.

El diccionario de la Real Academia aporta también otro sentido a la acción de “dimitir”, entendiendo como tal “hacer dejación de algo”. Y en este sentido, puede afirmarse que Mariano Rajoy Brey ha dimitido, no por abandonar su cargo o dejar de lado sus principios (que no los tiene sino sólo es un corcho flotante) sino por algo peor no ya ética sino políticamente: hacer dejación grave de sus responsabilidades.

Esto, que es exigible a todo político, lo es especialmente para aquellos que tienen en sus manos tomar decisiones y orientar una acción de gobierno. No hay que pedir liderazgos especiales. Ya los tuvimos en González y Aznar que durante mucho tiempo marcaron el devenir de sus respectivos partidos. ¿Cuantos sociatas o peperos con cargo público, son capaces de decirles a uno u otro: “Cállate, ex”? Pérez Tapias sólo en el primer grupo.

De esos hiperliderazgos pasamos a la inanidad de Zapatero y a la levedad insoportable del actual inquilino monclovita. Ostentar la Presidencia de un gobierno, aunque hayas llegado ahí no por tu valía sino por el pésimo nivel del antecesor (algo así, le pasará a Pedro Sánchez), supone asumir responsabilidades. Y lo peor que puede tener un gobernante, especialmente si está al más alto nivel, es hacer dejación, abandonar su deber y dejar, impasible, que la deriva sea la que marque el rumbo de tu país que, se supone, debieras gobernar y dirigir.

Un mes después de ser elegido M.R, hace casi cuatro años, dejé escrito públicamente que sería el presidente más breve de la democracia. Muy poco más tarde, viendo el tenebroso rumbo, igualmente de modo público, dejaría publicado que pasaría a la historia como el peor presidente desde la Constitución de 1978.

Acaso, el conocimiento directo de quien fue cercano hace veinte años y se alejó pronto con otras compañías como Matas y Zaplana, se basaba en la realidad pública y la percepción y observación personal, dejando testimonio de alguna vivencia del desencanto que contaría hace tres años en mi libro “En Alta Mar”. Pero estas reflexiones no tienen carácter personal. Son sólo una valoración política sobre alguien que podrá y será ser examinado y enjuiciado políticamente por varias áreas pero yo quiero referirme a uno de los grandes conflictos que nos va a dejar, como todos los demás, agigantado: el problema de la cohesión, la convivencia entre Cataluña y el conjunto de España.

Hace ocho días escribía el eldiario.es unas reflexiones sobre “Cataluña y lecciones de la historia para no repetir”. Allí hablaba que inicialmente Rajoy (en la línea de su antecesor) con una catalanofobia inmensa durante años, era responsable de haber fomentado, con ello, el soberanismo catalán. Luego con su pasividad, y su no hacer nada por tender puentes, por su inmovilismo y falta de propuestas e ideas, hizo que el suflé y la marea independentista fuese subiendo aún más. También he afirmado que cuando el PP abandone la Moncloa y sus centros de poder, eso, por sí sólo, rebajara algo el nivel de gran antipatía que algunos tienen hacia Madrid.

Las elecciones catalanas, han dejado un pésimo resultado del PP. No voy a calificar las ocurrencias del gurú próximo que le orienta e influye en todo, siempre tan cercano a su cogote o a su oreja. Pero si quiero decir que aun no extrañándome nada, lamento sinceramente los resultados del PP en esos comicios. Que la representación política del Gobierno del Estado haya sufrido allí tal debacle, me entristece pues quedar en sexto lugar, y haber concurrido a ella con todo el soporte ideológico, logístico y estratégico del gobierno (incluido el aparato del Estado) de España, me causa pena.

Otra cosa es que su testigo allí lo haya recogido una fuerza que es prima hermana, más novedosa a nivel estatal pero con un trabajo continuado en Cataluña. Pero la idea de España, se supone que lo presentaba el partido gobernante en Madrid. Y ese mensaje, esa supuesta idea de Estado, ha fracasado estrepitosamente. Pero no por votos o escaños sino, al contrario, porque no existe un proyecto de España cohesionado sino tensionado. Tras las elecciones en 13 CCAA hace escasos meses, ¿recuerdan a cuantas tomas de posesión de presidentes ha ido el de España?: solamente a Cristina Cifuentes. En Madrid. Eso se llama sectarismo.

Y esa tensión y desconsideración es porque el máximo representante de los ciudadanos españoles -y catalanes, pero no a la fuerza- ha hecho dejación de su labor de dirigir el camino de la relación de Cataluña con España. Eso tiene un nombre: irresponsabilidad. Su propuesta ¿cuál era? ¿cuál es? Ninguna. Sin un mínimo de coraje (no confundir con temeridad característica de su antecesor) no se puede gobernar.

Va seguir conjugando inaniciones con provocaciones (lo del enjuiciamiento de Mas a través de una Fiscalía sumisa es una torpeza mas). Y eso tiene también un calificativo de su actitud: ha dimitido. Y por tanto, aunque llegue asistido a unos comicios (previstos para el 20 de diciembre), su presencia garantiza que más allá de “españolismo” en el sentido más rancio, no tiene nada que ofrecer a Cataluña… ni a los españoles que querríamos que hubiesen fórmulas de solución no traumáticas y si, en cambio, posibles, deseables y dialogadas.

Es muy penoso cuando un gobernante fracasa pero no dimite. Pero igualmente es lamentable que un gobernante dimita en el sentido de hacer dejación de su responsabilidad de conducir el barco. En este sentido, la nave de España va sin rumbo, hacia Finisterre, sin patrón que dirija su camino, mientras que Cataluña se aleja, y que puede acabar como aquellos hilillos de plastilina que no hay que confundir con otras cosas porque este es el espíritu pseudo-zen y la esencia de la profunda filosofía mariana: “Un plato es un plato y un vaso es un vaso”.

Mariano Rajoy ha dimitido de su responsabilidad pero, por supuesto, no de su cargo. De ahí, seremos la mayoría de españoles quienes le hagamos irse porque preferimos decirle adiós antes de que siga acumulando méritos para que Cataluña nos diga adiós. Queremos más a España y a Cataluña que a Mariano Rajoy.

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