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Niños en penuria y puros de marca

Una madre ayuda a dar de comer a un niño en un comedor. / Efe

José María Calleja

Es estadísticamente probable que al Gran Timonel le haya pillado la noticia de que dos millones ochocientos mil niños españoles pasan penurias, fumándose un puro o entregado al súmmum de la Marca de su actividad intelectual.

No le habrá hecho falta ni la asesoría técnica de Montoro, ese ministro Simpson sin gracia, que anuncia una medida antes de comer y la clausura en el postre sin haberla inaugurado. Pero el asunto no es ningún chiste. Uno de cada tres niños españoles, es decir, dos millones ochocientos mil niños españoles, viven en riesgo de pobreza y exclusión social, según el último informe de Save the Children, una organización que trabaja en la realidad.

En el mismo informe se dice que España es un país sin capacidad para poner en pie políticas sociales que permitan reducir la pobreza. Sólo Grecia lo hace peor que nosotros en Europa.

Si Montoro desautorizó a una organización subversiva como Cáritas –quién sabe si comunista– por decir que en España la gente pasa hambre y aumenta cada año el número de los que van a los comedores sociales, no esperemos que el fumador de puros y lector de Marcas pierda un minuto en decir algo sobre este dato de la hambrienta realidad que empaña el ruido trompetero de la recuperación impostada.

Sabíamos ya que hay colegiales que van a las escuelas de Cataluña con hambre, escolares que se llevan la cena a casa después de salir a la hora de la merienda en Extremadura, colegios canarios que no cerraron en verano para atender a chavales que pasaban hambre…

En los últimos cincuenta y primeros sesenta, a los escolares españoles de la pública se les daba por las tardes, al salir del cole, una bolsita de plástico con un queso amarillo, americano decían que era, para que no les faltara ese alimento vital para su crecimiento y que muy probablemente no encontrarían en sus casas. Es evidente que no estamos en la misma situación y que la mayor de nuestras actuales penurias nada tiene que ver con presuntas opulencias, si es que así se podían llamar, de entonces. Pero no deja de resultar descorazonador que, después de casi cuarenta años de democracia, haya niños en España que pasan fatiga –sinónimo de penalidad, dificultad, casi hambre, o hambre sin casi–.

Ya sé que puede sonar demagógico, pero es que la realidad viene últimamente de nalgas demagógicas: ¿con los 1.500 millones de euracos que acaban de soltarle a una entidad de despilfarro, gestionada por inútiles corruptos, generosamente indemnizados, no habría bolsitas de queso y de carne y de pescado y de cereales y de leche y de azúcar y de pan para esos miles de niños que pasan fatiga? ¡A que sí!

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