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El acto del 29 de octubre

Mariano Rajoy, en el Congreso de los Diputados.

Rosa María Artal

Por supuesto que nadie ha entrado en el Congreso de los Diputados como cuenta el imaginario popular que hizo el General Pavía el 3 de enero 1874 para acabar, de facto, con la I República española sin cumplirse ni un año desde su promulgación. En realidad Pavía exigió el desalojo de la Cámara por medio de una nota y, ante la negativa de los diputados, fueron soldados y guardias civiles a sus órdenes quienes disolvieron el Congreso. Pavía alteró el orden constitucional pero ni siquiera admitió haber dado un golpe de Estado, propuso que aquello pasara a la historia como “el acto del 3 de enero”.

Por supuesto que no se puede llamar golpe de Estado, como hacen algunos, a la serie de hechos que han desembocado en que este 29 de octubre Mariano Rajoy, el líder del partido más corrupto de la democracia, revalide su cargo como presidente del gobierno español. Los diputados han sido elegidos mediante sufragio universal y votan o se abstienen de lo que creen conveniente para el fin que se proponen. En este caso dar al candidato del PP la mayoría simple para gobernar. Para no repetir por tercera vez las elecciones, añaden quienes lo hacen posible.

El problema son los hechos que jalonan el proceso. Muy preocupantes. Crucial ha sido el golpe de mano producido dentro del PSOE, una jugada clave en fondo y forma para el desarrollo de los acontecimientos. Parte de la intención de descabalgar al secretario general Pedro Sánchez, partidario del No a Rajoy y constituir un nuevo poder. Y cuenta con la serie de reuniones bajo mano inscritas en los manuales de la conspiración. O la inenarrable sesión para tomar el mando, a costa de perder fuerza en el partido. Así, cinco millones y medio de personas que dieron su voto a la formación para que NO gobernara Mariano Rajoy van a hacer posible que siga en La Moncloa.

“No podemos abstenernos porque sería un fraude y una traición a nuestros 5 millones y votantes, que han depositado su confianza en nosotros, no lo vamos a hacer por lealtad a la palabra dada, no es no”, repetía sin descanso Antonio Hernando, portavoz del PSOE. La persona que escenifica el giro del partido, quien llena las hemerotecas con declaraciones grabadas defendiendo todo lo contrario de lo que ahora dice. Su exposición en la tribuna del Congreso fue un estriptis descarnado como pocas veces se han visto.

El otro Hernando, Rafael, portavoz del PP, compareció para dejar clara la situación: la batalla es frontal y con armas ocultas en el calcetín si es preciso. Con su habitual actitud tabernaria llegó a usar un informe falso que ningún juez ha admitido para acusar a su rival político, Pablo Iglesias, de venderse a dictadores. Como en una tertulia, como ésas en las que personajes de su calado expanden dossiers de clara intencionalidad difamatoria. Olvidando, por otro lado, todo cuanto de hipocresías se esconde por amadas dictaduras del mundo.

La presidenta que Rajoy ha colocado en el Congreso como tercera autoridad del Estado se está revelando como una profunda disfunción. Su incapacidad para el cargo, para el solo hecho de dirigir sesiones, es manifiesta. Y, sobre todo, parece actuar al servicio de los intereses de su partido. Negarle la palabra a Pablo Iglesias, calumniado por Hernando, fue uno de los hechos más graves que se ha producido en mucho tiempo. Y marca la legislatura. No va a ser limpia.

Hay un fuerte choque ideológico, de personalidad incluso, entre los dos bloques fundamentales que van a formar este Parlamento. De un lado los que se llaman a sí mismos constitucionalistas –aunque un par de ellos no tuvieron empacho en modificar el decisivo artículo 135 de la Carta Magna - y del otro la izquierda de Unidos Podemos.

El bipartidismo –y su añadido con la formación de Albert Rivera– no entiende las formas de los recién llegados. Cada palabra, cada tono, cada gesto, les indigna. Es otro lenguaje, más de la calle, de la vida real. Sin contar, desde luego, que el contenido de las denuncias de Unidos Podemos –con drásticas verdades– puede resultarles muy irritante. Hablar de “potenciales delincuentes” cuando en ese mismo hemiciclo estuvo sentado hasta hace nada Gómez de la Serna, por citar solo alguno, no es ningún disparate. Pero, sobre todo, se nota la incompatibilidad absoluta de lo que cada bloque representa. Y, por los indicios, el que presta apoyo a Rajoy estaría mucho más cómodo sin los que parece considerar advenedizos. Estaban muy tranquilos antes de que la sociedad se indignara con sus políticas.

Rajoy afirma ya que no permitirá la derogación de sus leyes estrella. No tiene ninguna necesidad de hacerlo, vista la debilidad en la que el PSOE se ha situado y la escasa fuerza de Ciudadanos. Y hay leyes muy lesivas para los intereses de la ciudadanía. Mientras se desarrollaba el debate de resultados ciertos, se conoció la fecha del juicio contra el profesor Jorge Vestringe (68 años), para el que la Fiscalía pide una durísima pena por participar en una manifestación republicana y presuntamente agredir a un policía. Tres años y medio de cárcel. Son las consecuencias de las leyes y códigos Mordaza con los que se pertrechó el PP.

La mezcla de política sucia y autoritarismo es letal. Viene una legislatura bronca, en la que las fuerzas de gobierno apuestan por defender su posición sin reparar en métodos, por lo que ya se ve.

Y hay un factor concluyente a añadir: la prensa generalista, los medios generalistas. De nuevo portadas fuera del eje de la información, fotos editoriales y artículos sesgados. Varios medios destacan en titulares las falsas acusaciones de Rafael Hernando contra Podemos sin añadir precisión alguna. Se lleva a la consideración de noticia las declaraciones de políticos en sus ataques a adversarios, es decir, se da cancha a la propaganda. No es fácil encontrar la queja por la actuación de Ana Pastor al frente del Congreso, que sí trae eldiario.es. Rajoy cuenta con grandes soportes. Y así va a ser cada día hasta... no sé sabe hasta cuándo y cómo.

La demonización de las protestas es otra de las piezas fundamentales de este nuevo orden. La atribución de culpas también. Concepción Dancausa, la que fuera presidenta de la Asamblea del “Tamayazo”, dice que los organizadores de la manifestación Rodea el Congreso, prevista para la sesión final de la investidura de Rajoy “trabajan para Podemos”. Sin pruebas. Sale gratis. Rentable, en realidad.

El 10 de marzo de 2007, Rajoy salía a la calle para protestar contra la política antiterrorista del Gobierno del PSOE. Era la decimotercera vez que el PP se manifestaba para rechazar leyes o actuaciones del Ejecutivo nacido en 2004. Varias de ellas, junto a la Conferencia Episcopal. Todas en contra del PSOE que hoy facilita su Gobierno. En su discurso final, Rajoy dijo: “Volved a vuestras casas y contad a todo el mundo lo que ha pasado aquí, lo que habéis hecho, lo que habéis sentido. Que os vean en pie, con la cabeza alta y fuertes como yunques. Orgullosos de ser españoles que no se resignan”. Y tras el mensaje mesiánico, la democracia siguió su curso tal como estaba.

Es el mismo Rajoy, otro PSOE, nuevas fuerzas que les han hecho atrincherarse, en lugar de abrirse a la realidad de una sociedad que ha cambiado lo quieran ver o no. Pero la travesía augura fuertes tempestades. Y una guerra desigual. Y víctimas.

La idea de Pavía de poner una etiqueta con la fecha sin más a aquello que hizo, no es mala en tiempos difíciles. Prudente y aséptica. Podemos pues concluir que “el acto del 29 de Octubre” marca un tiempo plagado de peligrosas turbulencias.

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