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Los ciclistas locos con sus bicicletas blancas

Estación de alquiler de bicicletas en el Paseo del Prado de Madrid.

Gumersindo Lafuente

El viernes pasado convocaba desde este mismo espacio a la rebelión de los peatones y ciclistas contra la dictadura de los coches. El pasado martes, un ciclista murió atropellado por un camión en el centro de Madrid cuando circulaba en una bici del servicio municipal Bicimad. Pero casi todos los días nos llegan noticias de atropellos mortales de ciclistas o peatones en carreteras y calles de toda España. Y es descorazonador ver y leer la reacción de muchos ciudadanos, incluso de algunos profesionales de la información realmente desinformados.

Repasando los comentarios de las noticias sobre el atropello de Madrid lo más suave que se dice de los ciclistas urbanos es que no tenemos sentido común, que estamos locos por usar la bicicleta en la ciudad, que molestamos, que ponemos en peligro nuestras vidas inútilmente. Apenas casi nadie carga contra los conductores de los automóviles y camiones que, con la complicidad por dejación de las autoridades, hemos convertido las calles, en este caso de Madrid (yo también tengo coche, aunque cada vez lo uso menos, ya me da hasta vergüenza utilizarlo en la ciudad), en una especie de circuito urbano de Fórmula 1.

Voy en bicicleta todos los días. La uso como transporte habitual y utilizo la flota de Bicimad. Paso con frecuencia por el lugar en el que se produjo el atropello y coincido en sexo y edad con la persona que perdió la vida el martes. En cuanto se supo la noticia, mis hijas y algunas amigas y amigos me mandaron mensajes preguntándome si estaba bien. Y sí, estaba estupendamente, pero al mismo tiempo triste e indignado.

Ya escribí hace tres años sobre esto, con un expresivo título: 'Pi, pi, piiiii, gilipollas, loco, quítate de ahí!'. Desde entonces, por fortuna, se ha multiplicado la gente que usa la bicicleta en Madrid, también en muchas otras ciudades de España en las que la revolución comenzó mucho antes. Barcelona, Sevilla, Valencia, San Sebastián... De todas tenemos algo que aprender en la capital, pero sobre todo, lo que no podemos es rendirnos. Esta revolución es imparable y si el Ayuntamiento de Manuela Carmena no la lidera –que está en ello, pero no con la suficiente valentía–, seremos los ciudadanos los que, como hasta ahora, seguiremos al frente de la manifestación.

Estos días he pensado mucho en las bicicletas blancas de Ámsterdam. En el movimiento Provo que nació en Holanda en los primeros años 60 del pasado siglo. En esa maravillosa agitación contracultural que atacaba las estructuras sociales del estado poniendo en evidencia sus contradicciones con una combinación de humor absurdo y agresividad no violenta al estilo de Gandhi.

Una de sus primeras luchas, enmarcada en lo que llamaban los Planes Blancos, fue por la mejora del transporte público y contra la contaminación de los coches en Ámsterdam. Invadieron la ciudad a bordo de bicicletas pintadas de blanco. Circulaban en sentido contrario, las cruzaban en las calles para detener el tráfico, llegaron a colapsar el centro. Holanda y el mundo se enteraron de su protesta y la ciudad empezó a cambiar.

Muchas veces en los últimos años he tenido la tentación de tirar la bici en medio de la Castellana o de la calle de Alcalá. Cuando te adelanta un coche a milímetros y roza su retrovisor con tu codo. Cuando un camión se pone detrás de ti a centímetros y hace sonar el claxon para que te apartes. Cuando un taxista impaciente te llama loco por ir a tu ritmo y por el carril que te corresponde o cuando una moto se cruza en tu camino a toda velocidad asustándote también con su rugido feroz.

Pero nunca con tantas ganas como el pasado martes por la tarde.

Yo, como muchos, cada vez más, voy a seguir yendo en bici. Y a los automovilistas que no les guste, que se vayan acostumbrando. No vamos a abandonar las calles. Estamos convencidos, por conciencia y por conveniencia, de que ir caminando, en bici o en transporte público es la mejor, casi la única solución a los problemas de movilidad y contaminación de las grandes ciudades. Por eso me atrevo a dar un consejo a todos aquellos que piensan que estamos locos: uniros a nosotros, os va gustar, igual os pitan, pero locos vais a ser más felices.

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