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La corrupción termina por pudrir la sociedad

Rosa María Artal

Se abren ante nuestros ojos numerosas evidencias de que, cuando la corrupción no se ataja, se expande e infiltra el esqueleto de un Estado hasta pudrirlo. Avisa, pero los ciudadanos suelen tener dificultades en relacionar causa y efecto –aunque más en unos países que en otros–. Así, va creciendo y llega a invadir los pilares fundamentales. La reacción social puede llegar tarde.

El Egipto de los golpistas –ya tolerados por Occidente sin empacho alguno– ha exonerado a Mubarak de todos los cargos que pesaban sobre él. El sanguinario dictador no es corrupto, ni, por tanto, malversó fondos públicos, ni se enriqueció ilícitamente, ni tiene responsabilidad alguna por los 850 muertos que ocasionó la represión, bajo su mandato, de las protestas de la Primavera Árabe. Todo fue, cuentan los medios controlados por el nuevo dictador golpista, el general Abdelfatá al Sisi, cosa de una campaña orquestada en el extranjero. No pasó lo que pasó y, para que cuele, se impone hasta la censura a quienes no cuenten de buen grado la versión oficial.

De esta forma ha acabado el sueño de la libertad que levantó a miles de personas en la plaza Tahrir. Por la que incluso tantas perdieron su vida. Lograron su objetivo: derrocar al dictador, pero la corrupción, la degradación, se había adueñado del cuerpo de Egipto desde mucho tiempo atrás. Más aún, es su forma de ser, la corrupción es el sistema. Con la connivencia e incluso el apoyo de quienes pasan por ser sólidas democracias. La próxima vez lo conseguirán, quizás. La próxima vez deberán antes cortar los hilos que suministran energía a los corruptos. También dentro del país. La próxima vez puede que lo consigan porque estarán mucho peor.

Si Egipto y otros países de la zona representan un ejemplo extremo, podemos cruzar el Atlántico para contemplar los estragos de otro monstruo que fue creciendo ante nuestros ojos durante décadas. Poco a poco. En México la corrupción ha implosionado. Son años de ir viendo esas mordidas de saludo a los policías que se toman como tradición pintoresca y van creciendo en corruptelas peligrosas sin ponerles freno, hasta que la mafia se sienta en el propio poder de algunos Estados en los que votan mafia los llamados ciudadanos.

Y un día la mafia –que ya ha manipulado, extorsionado, ejecutado, aterrorizado– se pasa de lo que se ha ido considerando admisible. 43 jóvenes asesinados (y como si fueran ganado), simplemente porque creyeron que su protesta iba a servir para algo. Muchos mexicanos han saltado hartos de aguantar: ¿lograrán algo? Si no es así, la próxima vez la peste de la corrupción habrá avanzado más, tras haber ganado otra batalla.

En Ferguson, Estado de Misuri, en el Medio Oeste de Estados Unidos, también ha estallado la sociedad. Corrupción no es solo robar, los funcionarios públicos que incumplen a sabiendas sus tareas también son corruptos y corrompen el sistema. Y matar a tiros a un joven (negro) desarmado y con los brazos en alto y absolver al policía (blanco) que lo asesinó ha colmado el vaso del aguante. De negros y blancos.

España está muy lejos de esos ejemplos, nos dirán. Lo que ocurre es que no sabemos cuántos grados nos separan todavía. El presidente del partido con Caja B –según el juez–, que se beneficia a título lucrativo de la trama Gürtel –según el juez–, y, a la sazón presidente del Gobierno de España, afirma que la corrupción no está generalizada. En particular, en los políticos que se sientan en el Congreso, a lo sumo “los más” del “y tú, más”. Y sus señorías se aplauden. Pero los ciudadanos perciben que cada día salta un escándalo y un prócer del país es pillado con las manos en la masa aunque todos ellos digan que son inocentes palomas que perderían el pico entero antes de traicionar nuestra confianza.

Estamos hablando de una corrupción que implica a miembros de la Casa Real, partidos políticos –como el PP, con inmenso poder en estos momentos–, sindicatos, organizaciones empresariales, la Justicia, los medios informativos. Por lo demás, aquí no pasa nada. Dicen ellos.

Andan preguntándose estos días si los españoles volverán a votar corrupto. Y en este caso me refiero a alcaldes imputados que una y otra vez son elegidos por sus conciudadanos para desesperación del resto, de las personas honradas que han de padecer esa lacra que trunca el futuro de toda la sociedad.

Parece mentira siquiera el hecho de que exista la posibilidad de votar corrupto, pero se da y no lo solucionarán las tibias y tramposas leyes de transparencia con las que intentan cubrirse las espaldas. La corrupción se arregla desde el poder. Si es ese el objetivo. Se puede dotar de medios a la justicia y limpiar lacras importantes del sector. Meter en la cárcel, pronto, sin indultos ni prebendas, a los condenados. Sería un medio efectivo para que los ciudadanos corruptos no pudieran votar a políticos corruptos. Un alcalde no puede ejercer desde la cárcel aunque alguna barbaridad similar hemos visto ya. Jueces para la Democracia, entre otros, denuncia que, por el contrario, no hay medios para impartir justicia en unos tribunales sobrecargados, y que (una vez más) las medidas que anuncia Rajoy son… mentira.

No todos los ciudadanos que votan corrupto lo son. El estado de opinión de la sociedad cuenta y España vive en estos momentos una efervescencia de opinión, conviene insistir. Numerosos ciudadanos escuchan o leen que los corruptos no son corruptos o tienen algún atenuante. Y dudan. Y vuelven a votar con su corazón poco formado e informado, tan permisivo. La próxima vez habrá que intentar que abran los ojos, su cerebro y su ética.

La campaña emprendida contra Podemos, tan desaforada, nos muestra con diáfana evidencia, las aguas turbias en las que se mueve la política y grandes medios del periodismo en este país. Tamaña desproporción solo puede indicar intereses ocultos. Sin duda tienen defectos, la Inmaculada Concepción está en el cielo, según la leyenda sacra. Pero ¿constituyen el principal problema de España a tenor de lo que está ocurriendo? Y ni siquiera es eso solo…

Con un periodismo responsable y limpio, ¿hubiera llegado la corrupción a las cotas que ha llegado en nuestro país? ¿Cuánto trabajo previo faltó? ¿Por qué faltó? ¿Por qué continúan las manipulaciones o los paños calientes? ¿Por qué desvían la atención? Las respuestas son cruciales.

Hay que volver a mirar afuera y a las trayectorias que llevaron a otros países a ser prácticamente insalvables. A que sea más costosa cada vez la recuperación de la decencia y la democracia. Uno no empieza sentando a la mafia en el poder, a esa que manda asesinar disidentes. No, así no se empieza. Se empieza tragando. Primero pequeños bocados, después sapos vivos completos, luego lo que echen.

Hay una ciudadanía que ya no traga. No les ha dado un pronto absurdo, según hacen ver desde el poder. Existen razones. No es una casualidad. Prefieren cualquier opción, antes que la podredumbre que padecemos y con tal empeño manipulador. Cómo termine por canalizarse habrá que verlo, habrá que luchar por encontrar el camino. Cada minuto perdido, eso sí, es un paso atrás.

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