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Que España no siga el camino... de España

España vista por The Economist al comienzo de la crisis

Isaac Rosa

De un tiempo a esta parte nadie quiere acabar como España. No quiere Romney, que nos puso como ejemplo de mal camino; no quería Sarkozy, que usó repetidas veces el desastre económico español en su pulso con Hollande; tampoco el presidente ecuatoriano Correa, que justificó su reforma hipotecaria en el objetivo de no terminar hundidos por una burbuja como la española; ni la presidenta argentina Cristina Fernández, que en varias ocasiones ha ironizado sobre un destino, el español, que tanto recuerda al que sufrió su país hace una década.

Tampoco quieren seguir el camino de España muchos de nuestros vecinos al norte de los Pirineos, donde el horizonte griego que hasta hace meses se usaba para meter miedo y justificar recortes y reformas, ha sido sustituido por la imagen de una España tambaleante a la que nadie quiere parecerse ni de lejos.

Por no hablar de la prensa internacional, que repite hasta aburrir el juego de palabras “Pain in Spain”, y ha agotado ya todas las posibilidades del toro de Osborne como icono de la desgracia: el toro convertido en un saco de huesos, chamuscado, estoqueado sobre el ruedo, doblado sobre las patas delanteras, toreado por los mercados…

Lo de menos es el sonado reportaje del New York Times, actualizando la iconografía de una España solanesca que durante décadas había sido desplazada por la imagen de esa otra España moderna y orgullosa. Más allá de esas fotos (que retratan una realidad que por supuesto existe), es más grave ver cómo las mismas imágenes que hace años ilustraban informaciones admirativas, hoy acompañan las crónicas de la caída.

No hace tanto ocupábamos portadas y merecíamos reportajes por nuestras infraestructuras, nuestros edificios de arquitectos de relumbrón, nuestro boom inmobiliario que era la fórmula mágica del crecimiento sin fin, nuestras empresas a la conquista del mundo, nuestro escaparate brillante, nuestros artistas que triunfaban por todo el orbe, y nuestra oferta patrimonial, cultural, festiva y paisajística, que nos convertían en destino deseado para inversores y turistas por igual.

Hoy algunos medios sólo han tenido que reescribir el pie de foto, pero la imagen es exactamente la misma. Ha cambiado su significado: las infraestructuras que no podemos mantener, los edificios inconclusos o sin contenido, los miles de pisos devenidos activos tóxicos, los bancos quebrados, las empresas devaluadas y a merced de cualquier comprador, el escaparate apagado, la cultura arruinada, el patrimonio sin recursos, los museos sin presupuesto, el paisaje lleno de grúas paradas. Las imágenes del sueño español son hoy retratos de la pesadilla en la prensa internacional.

Y no sólo imágenes. Todo lo que hasta hace años era admirable hoy se convierte en una lección de lo que no debe hacerse. Lo que ayer era prestigioso hoy es reprobado. Incluso el rey, que hasta no hace nada merecía la atención de la prensa internacional como el bondadoso padre de una democracia joven y ambiciosa, hoy ve cómo esa misma prensa airea sus deslices, su fortuna y su decadencia. O la Transición, que se quiso exportar como modelo para cualquier país que salía de un conflicto, y que hoy empieza a ser vista como el pecado original de un sistema que hace agua.

Eso sucede en el extranjero, pero no nos vayamos tan lejos. En España también hay cada vez más gente que no quiere acabar como España. Ahí están los catalanes independentistas, cuya prisa por romper lazos sospecho que tiene mucho que ver con las señales de hundimiento que muestra España. No niego que haya un sentimiento independentista sincero, pero también supongo que en Cataluña (y en Euskadi) se extiende la convicción de que es más fácil reconstruirse ellos solos, levantarse de su propia ruina, que confiar en la reconstrucción de una España donde casi no queda un pilar que no esté dañado.

Y luego estamos los españoles que no tenemos de quién independizarnos, y que tachamos del calendario los días que faltan para un rescate que puede ser el tiro de gracia. Españoles que ya no tememos acabar como Grecia, sino como esa España que usa Romney de espantajo; españoles que no queremos que España siga el camino… de España. De esa España de la que huyen todos.

Más que nada porque ese camino no sólo pasa por la crisis, el paro, la deuda y la falta de horizonte, sino también por ciertos tics antidemocráticos que van asomando en los últimos meses; desde la criminalización de la disidencia a las apelaciones a la mayoría silenciosa; de los excesos policiales a la presencia cada vez mayor que tiene el Ejército en las portadas de periódico de un tiempo a esta parte (una salida de tono de una asociación de militares a cuenta de Cataluña; un homenaje a los caídos en África hace un siglo; el rey con uniforme, cualquier excusa es buena para colorear de caqui la portada últimamente).

Podemos sacar pecho, envolvernos en la bandera y denunciar una perversa campaña internacional contra una España que, en palabras de Cospedal, en realidad es “un modelo de recuperación económica”, aunque Romney no se haya enterado. Pero otros preferimos denunciar que, como sigamos por este camino, España corre el riesgo de acabar… como España. Ya me entienden.

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