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¿Qué seguridad nos da Rajoy frente al Brexit?

Carlos Elordi

Se diga lo que se diga, nadie tiene una idea muy clara de las consecuencias que puede provocar el Brexit. El hundimiento de los mercados no es un dato determinante. Porque simplemente indica que el dinero huye, o que los especuladores a la baja se lanzan a degüello, cuando la incertidumbre domina el panorama. Lo importante es lo que va a pasar después, en las semanas o en los meses que vienen. En el terreno financiero, comercial y económico y también en el plano político. En el europeo y en el de muchos de los países que forman la UE. Porque, aun siendo algo muy británico, el Brexit es un síntoma devastador, sin paliativos, de que la Unión Europea tiene demasiados problemas que es incapaz de resolver. Y algunos, o la conjunción de unos y otros, pueden acabar con ella.

El primero de ellos y seguramente el más grave es la debilidad de la política, de los gobiernos. La larga marcha del neoliberalismo hacia el reino de la selva, la cesión sistemática de atribuciones constitutivas del poder político al mercado, a la acción libre de las fuerzas económicas, ha terminado por convertir a los partidos en meros gestores de decisiones que se toman en otras instancias o de hechos que no se deciden en ninguna. El problema no es la mediocridad de los líderes, sino que la política que hoy es posible sólo ofrece oportunidades a los mediocres o a los que únicamente saben vender bien su producto.

La paradoja terrible es que los políticos, los que mandan o los que influyen desde la oposición, son los únicos que pueden sacarnos de entuertos como el Brexit. David Cameron ha hecho bien dimitiendo. Porque una persona que ha sido incapaz de resolver el origen de todo el problema, que es la debilidad de su partido, expresada en forma de división irreconciliable en torno a la UE, y rechazado por el 52% del electorado no puede encabezar el gobierno.

Pero no hay indicio alguno de que quien vaya a sustituirle pueda hacer milagros. Al cargo aspira Boris Johnson, el exalcalde de Londres, un derechista que cautiva con excentricidades de gran éxito mediático y que posiblemente no está muy lejos de las posiciones del norteamericano Donald Trump. Al que, por cierto, estudios demoscópicos bastante creíbles confieren la posibilidad de ganar las elecciones de noviembre. ¿Son esos planteamientos los que van a sacar al Reino Unido del marasmo en el que se ha metido?

Marine Le Pen ha cantado victoria en la mañana de este viernes. Porque cree que el Brexit le va a dar alas para asaltar la presidencia francesa. Los ant-ieuropeístas de todo el continente –los del este y los holandeses, los austriacos, los finlandeses o los daneses- ha compartido su entusiasmo. Son muchos y no solo crecen sino, lo que es peor, condicionan cada vez más la política de los otros partidos, los de siempre. Cada vez más débiles en todas partes.

Sobre todo en los países que son los dos pilares de la Unión y por los que pasaría, previo un difícil entendimiento mutuo, el establecimiento de una política unitaria de altura para hacer frente a la tormenta que va a desatar el Brexit. En Francia, Hollande es una caricatura de presidente y la derecha se dispone a batirle dividida y sin líderes de altura. En Alemania, los sondeos dicen que Angela Merkel ha perdido el 40% de sus votantes en las últimas elecciones y sus socios de Gobierno, los socialdemócratas, aún más. Matteo Renzi que parecía afianzarse como líder a la cabeza de un revuelto centro-derecha, acaba de recibir un sonoro bofetón electoral en las municipales y puede tener que marcharse a su casa si en octubre pierde el referéndum constitucional, lo cual es perfectamente posible.

Las causas de esa debilidad de los gobiernos, son diversas y no siempre las mismas en los distintos países. Pero hay algunos factores comunes en el crecimiento de los que los analistas del establishment llaman “populismo”, que no quiere decir nada. Uno de ellos es la inquietud ante el futuro por parte de las clases medias, particularmente de sus sectores más bajos. En el origen de la misma está la forma en que se ha tratado de resolver la crisis económica, atendiendo más a los intereses de los poderosos que a los de la mayoría de la población.

Sobre esa base de descontento profundo, los demagogos no han tenido que esforzarse demasiado para movilizar a la gente no solo contra los gobiernos sino también contra las víctimas propiciatorias de siempre, los distintos. Antes fueron los judíos, ahora son los inmigrantes, en general, y los musulmanes en particular. Una insensata política de acogida, que ha atendido principalmente al beneficio empresarial inmediato, ha exacerbado esa contradicción. La necesidad de frenar o de revertir la inmigración ha sido el mejor banderín de enganche del Brexit. Y nada indica que el rechazo vaya a dejar de crecer en otros países. La UE no sabe cómo hacer frente a ese problema. Ni al de la deuda pública. Ni al del bajo crecimiento. Digan lo que digan los bienpensantes, el futuro inmediato no es halagüeño.

En tiempos de tribulación no hacer mudanza, ha venido a decir Rajoy tras conocer los resultados del referéndum británico. Pero, ¿qué garantías de qué puede hacer frente a la situación puede dar un dirigente que hasta esta mañana no se ha acordado del Reino Unido y se ha pasado los últimos quince días haciendo campaña electoral sin perder un minuto en otras cosas? ¿Qué seguridad frente a la crisis europea ofrece un señor que nunca se ha molestado en hacer política internacional, que se ha limitado a seguir las directrices que le marcaba Angela Merkel y que no habla idiomas extranjeros? ¿Qué proyecto mínimamente sólido pueden tener él y su partido cuando son rechazados, y duramente, por la mayoría de la población y cuando lo más seguro es que, si volvieran a La Moncloa, serían incapaces de que Las Cortes les aprobaran el futuro presupuesto?

España se lleva la palma en la triste carrera de la debilidad política de los gobiernos. Mariano Rajoy es el ejemplo más claro de ese problema. Lo saben incluso muchos de su partido. No tiene sentido alguno que siga mandando. Cualquiera lo puede hacer mejor que él. Contrariamente a lo que él propone, el Brexit debería ser un impulso adicional para jubilarle.

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