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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

Desarmar a los violentos

Foto: EFE

Isaac Rosa

Es urgente desarmar a los violentos antes de que ocurra una desgracia. Y puestos a desarmar, empecemos por quitarle la pistola a los policías que intervienen en protestas ciudadanas. Lo digo muy en serio: después del calentón de estos días, viendo que ya ha habido dos armas desenfundadas, y a la vista del estado de ánimo de algunos agentes, es una irresponsabilidad que en la próxima manifestación los antidisturbios lleven un arma de fuego en la cartuchera.

En ninguna manifestación de los últimos años ha habido necesidad de disparar. Tampoco en la del pasado sábado, donde por mucho que se repita no estuvo en riesgo la vida de ningún policía. No más de lo que lo haya podido estar la vida de muchos manifestantes en estos años, cuando un porrazo o un pelotazo mal dados podían haber causado más que heridas. Las unidades antidisturbios tienen recursos suficientes para neutralizar cualquier situación sin necesidad de disparar, así que dejen las pistolas en el armero antes de ponerse el casco la próxima vez, y nos ahorramos accidentes.

El siguiente paso en el desarme de los violentos es el desarme verbal, para desactivar esa otra violencia: la de quienes desde el sábado repiten una y otra vez que se está rifando un muerto, que los “violentos” buscan un policía muerto o un cadáver propio para incendiar más la calle, e insisten en informaciones que se acaban demostrando falsas, pero que siempre contienen el mismo lenguaje: matar, muertos.

Ayer hablaba el director general de la Policía de “escalada de violencia”, y la primera escalada de violencia que hay que detener cuanto antes es la verbal: los ánimos de unos y otros están demasiado encendidos, y no admiten una sola gota de gasolina retórica. Tanto los manifestantes que llevan años aguantando golpes, como los agentes que el otro día se llevaron lo suyo, y los policías que no recibieron pero se sienten solidarios con sus compañeros, necesitan ser enfriados antes del próximo enfrentamiento.

La dramatización no beneficia a nadie. Y por mucho que repitan una y otra vez los vídeos del sábado, hay que decir que el 22M no pasó nada tan excepcional. El parte médico final fue el mismo de tantas manifestaciones en los últimos años: dientes rotos, cabezas abiertas, traumatismos, conmociones cerebrales. La única diferencia fue que esta vez el dolor estuvo más repartido: recibieron también los policías, mientras que los manifestantes (que también se llevaron lo suyo el sábado) llevan años recibiendo porrazos, pelotazos, patadas.

En ese dolor mal repartido de los últimos años, la mayoría de las veces se trató de ciudadanos agredidos sin provocación previa, sin estar encapuchados ni haber lanzado una sola piedra. La colección de imágenes de abusos policiales está ahí para quien quiera verla, y también ayuda a entender lo que sucedió el sábado: cómo además de los infiltrados propios y ajenos pudo haber también manifestantes que, sin estar en la primera fila, sin venir de casa con piedras en los bolsillos, se quedaron allí, abultaron la retaguardia, jalearon los ataques a la policía o incluso tiraron alguna piedra. ¿A alguien le sorprende, después de tantos golpes, multas, detenciones e identificaciones indiscriminadas, redadas, maltrato, chulería y sobre todo impunidad?

Para completar el desarme, habría que desarmar también a quienes tiran piedras o arrancan señales de tráfico para golpear, por supuesto. Pero ese desarme no es tan sencillo, no se resuelve con un cacheo, ya que la calle es un arsenal contundente al alcance de cualquiera. Lo difícil es desarmar los argumentos con que algunos justifican el apaleo al policía: el historial de golpes recibidos, la criminalización de la protesta –incluida la pacífica-, la falta de vías democráticas para encauzar el malestar, el menosprecio de los gobernantes, el saqueo y la impunidad que llaman crisis. Todo eso va en la mochila de algunos “violentos”, y nadie parece interesado en desarmarlos de argumentos, quitarles los motivos para usar la violencia.

Insisto: estamos a tiempo de evitar ese muerto que algunos lamentan sin que se haya producido. Pero para eso hay que desarmar cuanto antes a los violentos. Antes de que sea tarde.

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