Tal como éramos
Primer plano: ella, joven, con un abrigo tres cuartos anudado a la cintura que deja ver sus piernas hasta las rodillas. Lleva el pelo recogido con una especie de moño muy años sesenta. No posee una sonrisa descarada sino misteriosa, coqueta. Su cuerpo está levemente ladeado. Busca la sensualidad. Segundo plano: tres mujeres de espaldas paseando. Visten de negro de pies a cabeza. Parecen ancianas. El paisaje: una carretera en curva que posiblemente señale la entrada de un pueblo. Una casa. Varios árboles. A lo lejos, campo.
Esta es una de las fotografías que Virxilio Vieitez (1930-2008) realizó a comienzos de los sesenta en Soutelo de Montes (Pontevedra) y que hoy se puede ver en la Fundación Telefónica de Madrid dentro de una retrospectiva de más de 250 imágenes –la gran mayoría en blanco y negro- dedicada a este “fotógrafo de pueblo”. La imagen es un fiel reflejo de la riqueza antropológica que posee el trabajo de Vieitez, quien durante toda su vida se dedicó a retratar a los vecinos de la zona de Terra de Montes. Las fotografías para los DNI, que comenzaban a implantarse en los años cincuenta, sesenta. Las imágenes de familia –padre, madre y no menos de cuatro hijos-, las de bautizos, bodas, comuniones y entierros. Las de las fiestas en los bares. Todas ellas ofrecen al espectador la posibilidad de introducirse en una especie de álbum familiar reconocible y que saca a la luz aquello que éramos en esa época: mujeres que podían ir completamente de negro, mujeres y hombres arrugadísimos junto a jóvenes que comenzaban a inspirarse en los aires yeyé y que se atrevían a posar con un cigarrillo en la mano al lado del cartel de bar en el que se podía leer Beba Mirinda.
“Su obra reúne todas las características del fotógrafo rural que documentaba acontecimientos y momentos vitales de las personas y familiares de su entorno, pero a diferencia de otros, tenía un talento especial para conferir solemnidad a cada uno de los retratos que realizaba”, escribe sobre la muestra la comisaria Enrica Viganò. Vieitez era un fotógrafo que no erraba y, como él mismo indica en el reportaje que sobre su figura también se puede ver en la exposición, jamás repetía una foto: “Yo estudiaba la papeleta y, cuando apretaba el disparador, eso era tiro seguro”.
Dorotea del Cará junto a una radio de los cincuenta en la puerta de su casa mira sonriente a la cámara. Tiene esa edad indefinida, que hoy quizá calcularíamos sobre los ochenta años, pero que en 1960, cuando fue tomada la foto, podría tener no más de 65. Una imagen que se entremezcla con la de cinco chicas veinteañeras con vestidos floreados apoyadas en un coche en 1959 y exhalando juventud. Y así hasta 250 retratos.
Vieitez fue reconocido por el propio Henri Cartier-Bresson, quien le incluyó en su exposición sobre sus fotógrafos favoritos, y de hecho, aunque esta no sea la primera retrospectiva en Madrid sobre el artista gallego (en 1999 se mostró una selección en el Canal de Isabel II), merece la pena no perdérsela. Es un must que nos muestra así, tal como éramos.
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