Opinión y blogs

Sobre este blog

26 de junio: La tortura como tentación permanente

José Luis Sesma Sánchez, activista de AI España

0

A lo largo de la historia todas las sociedades han torturado. Hasta hace relativamente poco hablando en términos históricos, la tortura era pública, era espectáculo, se integraba en los ritos religiosos, era parte del proceso judicial y tenía incluso valor moral y ejemplar. Pero a finales del siglo XVIII, a partir de la Ilustración y de las primeras constituciones democráticas, sucedió algo históricamente extraordinario, lo que muchos autores han llamado la “humanización de las penas” o simplemente la “revolución humanitaria”. Y, así, después de milenios de tortura, en apenas un siglo, muchos países, desde la Rusia zarista a Estados Unidos, la abolieron oficialmente.

Dos siglos después, aunque todavía hay Estados que mantienen la tortura explícitamente en sus leyes, como es el caso de Libia o Irán, que contemplan la flagelación, la lapidación o la mutilación, o el código penal chino de 2013 que la permite en ciertos delitos contra el Estado y tiene valor de prueba, en general, la tortura se ha desplazado a los márgenes, a la trastienda, intenta ocultarse, las constituciones la prohíben, los Estados niegan que la practiquen y suscriben los grandes acuerdos internacionales.

El gran pacto de referencia es el artículo 5 de la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU de 1948 y su desarrollo posterior: el Convenio Internacional Contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes. Pero la realidad es que aunque 173 países han ratificado este Convenio, Amnistía Internacional ha registrado en cinco años prácticas de tortura en al menos 141 países.

En Ucrania se han encontrado evidencias de que algunas personas civiles ejecutadas extrajudicialmente por las fuerzas rusas habían sido torturadas previamente en localidades cercanas a Kiev. Es el caso de Vasiliy Nedashkivsky, de 47 años, y de su vecino Igor Lytvynenko, de unos 20 años, que fueron hallados muertos el 31 de marzo en el sótano de su edificio, en Bucha, maniatados y con claras huellas de haber sido torturados.

La violencia sexual, una forma de tortura, se sigue utilizando en muchos lugares para castigar a activistas y personas defensoras de derechos humanos. Es el caso de la activista saharaui Sultana Khaya, que defiende el derecho a la auto autodeterminación del pueblo saharaui. En varias ocasiones, las fuerzas de seguridad marroquíes han irrumpido en su casa, donde cumple arresto domiciliario, y la han agredido sexualmente a ella, a sus hermanas y a su madre.

En Irán, las autoridades iraníes han eludido rendir cuentas de al menos 72 muertes bajo custodia ocurridas desde enero de 2010, a pesar de los informes fidedignos de que esas muertes fueron consecuencia de tortura u otros malos tratos o del uso letal de armas de fuego y de gas lacrimógeno por parte de agentes. También constituye tortura la práctica arraigada en las cárceles iraníes donde se niega deliberadamente a presos y presas enfermos atención médica vital, que en muchos casos les lleva a la muerte.

La tortura ha sido empleada de forma sistemática durante todo el conflicto en Siria, donde por ejemplo en la prisión de exterminio de Saidnaya, las fuerzas del presidente sirio Bashar al-Asad torturaron y ahorcaron al menos a 13.000 opositores políticos. Y en estos últimos años, una muy larga lista de personas anónimas han muerto bajo custodia en todo el mundo, entre ellas, Paltu Ravidas en Nepal, Jiraphong Thanapat en Tailandia, Nizar Banat en Cisjordania, Andrei Kondratenko en Kazajistán, Garibe Gezer en Turquía, Kubiat Akpan en Nigeria o Keyla Martínez en Honduras.

Así, por tanto, la tortura sigue estando muy viva en demasiados lugares. Ha habido progresos históricos evidentes (pensemos en Latinoamérica, Portugal o España en los años 70) pero siempre acecha y aparece cuando los gobiernos o la sociedad se sienten amenazados, real o imaginariamente. De ahí el título de este artículo. Y es que el argumento del bien superior siempre está ahí, la tentación de la tortura es permanente para el que ejerce el poder, siempre habrá disidentes y críticos o “enemigos” de la nación. No se trata de un problema más y mientras exista no puede haber derechos ni humanidad en un sentido real.

El 26 de junio es el día internacional contra la tortura, un momento para recalcar dos mensajes. Primero y sobre todo: los derechos humanos son universales, esto es, por definición, no hay excepciones, no hay situaciones especiales ni bienes superiores, no hay un lugar o un tiempo donde la tortura pueda ser algo moralmente bueno. Por esta misma razón, tampoco hay derechos humanos diferentes, adaptados o regionales. Los derechos no son asiáticos, europeos o africanos. El derecho a la libertad de conciencia o a que nadie te mutile no son concesiones graciosas de un Estado o de una sociedad, pertenecen a todas las personas, a cada una.

El segundo mensaje es de esperanza porque se siguen registrando algunos avances. El 30 de mayo se produjo una noticia muy positiva. La ONU dio ese día un paso significativo hacia el fin del vergonzoso comercio de instrumentos de tortura, al publicar un informe de expertos que podría preparar el terreno para un tratado jurídicamente vinculante.

La tortura y otros malos tratos fueron prohibidos por el derecho internacional hace varias décadas, y sin embargo aún no existe una normativa internacional que regule el comercio de artículos empleados para infligir tales abusos. Este informe es un hito en el trabajo de la ONU para corregir esta deficiencia fundamental.

El mayor aliado de los torturadores ha sido siempre la impunidad. La globalización de la información, la labor de muchas organizaciones, los pactos e instituciones internacionales, los avances hacia la jurisdicción universal o la Corte Penal Internacional, nos permiten ser moderadamente optimistas.

Eso sí, el mundo puede cambiar pero no va a cambiar solo.

A lo largo de la historia todas las sociedades han torturado. Hasta hace relativamente poco hablando en términos históricos, la tortura era pública, era espectáculo, se integraba en los ritos religiosos, era parte del proceso judicial y tenía incluso valor moral y ejemplar. Pero a finales del siglo XVIII, a partir de la Ilustración y de las primeras constituciones democráticas, sucedió algo históricamente extraordinario, lo que muchos autores han llamado la “humanización de las penas” o simplemente la “revolución humanitaria”. Y, así, después de milenios de tortura, en apenas un siglo, muchos países, desde la Rusia zarista a Estados Unidos, la abolieron oficialmente.

Dos siglos después, aunque todavía hay Estados que mantienen la tortura explícitamente en sus leyes, como es el caso de Libia o Irán, que contemplan la flagelación, la lapidación o la mutilación, o el código penal chino de 2013 que la permite en ciertos delitos contra el Estado y tiene valor de prueba, en general, la tortura se ha desplazado a los márgenes, a la trastienda, intenta ocultarse, las constituciones la prohíben, los Estados niegan que la practiquen y suscriben los grandes acuerdos internacionales.